Ir al contenido principal

Entradas

Erick y el tiempo

 Nunca es fácil escribirle a los amigos que se han ido y ya tengo una edad en la que me ha tocado despedir a muchos. El lunes 5 me llamaron del hospital para decirme que habías tenido una parada respiratoria y yo ya supe (lo supe cuando vi que la llamada era a una hora inesperada) que ya nada se podía hacer por ti, por lo que no me hacía falta la segunda llamada (a los 20 minutos) para certificarlo.  Fuimos a verte una vez más. Llevábamos nueve días tomando varios metros y un autobús en medio de la nada, de una parada que alcanzaba los 47 grados, para ir a verte la media horita que nos permitían. Era cuando yo te hablaba y te decía que te esperábamos todos, tus otros amigos gatos y nosotros. Pero media hora de amor no era suficiente para tapar todo el dolor que te provocaban las intervenciones médicas, justificables porque intentábamos todo -los veterinarios y nosotros- para salvarte. Pero tu pobre cuerpecito, invadido por sueros y sondas no pudo más. El día domingo 4 ya llorabas de do
Entradas recientes

Otro 30 de junio sin Lizandro

 Cada treinta de junio, desde que partiste, es un golpe con cristales rotos, un tren parado a las tres de la madrugada en un páramo frío, una tentación de volar al vacío, un sinónimo de ausencia, soledad, nostalgia. Son nueve ya. Y en todos estos años, tu recuerdo ha sido constante e imborrable, como si el tiempo, lejos de borrarte, se empeñara en traerte cada día. Y es que cuando has amado a alguien, el amor se mantiene imperturbable, a pesar de las separaciones.  Y yo te hablo y te pido favores, porque siento que estás conmigo. Tal vez sea una manera de mantenerte vivo, no lo sé, pero me ayuda a conjurar otras ausencias. Ya sabes que no creo en santos ni aparecidos, pero sin embargo, en esos momentos en que necesito un ángel que proteja a mis bienamadas, te hablo y te digo: querido Lizandro, cuídalas. Dice Jeff Dune, doctor en física nuclear, que existimos más allá de lo físico, que la noción del tiempo y el espacio son solo herramientas que nos ayudan a dar sentido a nuestras experi

No, no basta

Hace unos años, cuando vivía en Santa Cruz, escribía en un suplemento del periódico local El Deber. Me había presentado a las oficinas del director del suplemento y sin conocerlo lo convencí de la necesidad que él tenía de que yo escribiera para el semanario. Iba con la seguridad que impone la juventud y lo convencí. Teníamos nuestros más y nuestros menos porque me gustaba polemizar, a veces mucho. Un día, me dijo que mi problema era que yo veía a colores y que los demás lo hacían en blanco y negro. Lejos de molestarme, me pareció el mayor elogio. Y me lo creí. Y por ello, anduve a partir de entonces creyéndome un pelín mejor que la gente común, esa que no se fija en lo que ocurre alrededor y para lo cual pareciera que yo tengo antenas. Camino de forma consciente y usualmente no dejo que los pensamientos me absorban de modo que no capte lo que sucede alrededor. Bueno o malo, así soy y así voy por el mundo. Hace un par de días, fui a recoger unas rueditas de una maleta que pretendía arr

Jeremías y el fin de ciclo

 Cuando era niña, como todos los chiquillos de mi edad, también quería ser astronauta. Salvo médica y abogada o matarife, creo que he soñado ser todas las profesiones y oficios. Sin embargo, lo que más me hubiera gustado era ser ingeniera constructora de puentes. Tanto me gustaban que, cuando salía al campo, solía buscar terrenos aptos para hacerlos y los construía con vías de tren, estaciones e incluso túneles. Metáforas vivas, los puentes. Cuando llegué a este nuevo trabajo cambié el objeto de mis amores y de los puentes pasé a los faros, que también se usan ampliamente como metáforas. Y allí estabas tú, arrinconado sobre una simple mesita, expuesto a todo. La primera vez, me acerqué timorata, pensando que por ahí había una persona cuidándote y que tal vez me llamaría la atención. No había nadie. Así que te acaricié, toqué tus lentes, esos maravillosos cristales, entorné las puertitas. Te miré acullí, acullá. Y, como es natural, te hice cientos de fotos. A partir de entonces, una vez

Aquella arista vacía

Ayer volví por esa calle en la cual vivías. No suelo pasar mucho por allí. Cuando salgo del ascensor del metro, suelo ir por Cea Bermúdez, pasar delante del moderno edificio de los teatros del Canal e ir directo a mi calle. Pero ayer, como el sol me daba de frente, decidí ir por Bravo Murillo y pasar por donde vivías. Ciudadano sin techo, habías elegido esa arista decorativa inútil diseñada por el arquitecto Baldeweg y que tú convertiste en provechosa montándote una entrañable casita. No sé cuándo empezó tu labor de hormiguita (ya lo he dicho, suelo ir poco por esa vía), pero como si retaras a una cigarra, fuiste recogiendo aquello que deshecha la sociedad cuando decide modernizar su casa. Durante años fuimos viendo que tu hogar iba tomado forma, le pusiste techo y paredes de plástico. Un sillón en el que te sentabas a leer, una mesita, un florero y, si hubieras conseguido luz con células fotovoltáicas, probablemente le habrías puesto también una lámpara. De no ser por la realidad qu

Entre tú y el Ché - seis grados de separación

  Como desde hace unos 5 viajes, solemos reunirnos los tres en una distendida cena en algún restaurante de nuestra ciudad, Santa Cruz. Amigos desde los 13 años pero con un largo paréntesis de esos que se inauguran cuando te casas, tienes hijos y formas una familia, para luego retomar las viejas y esenciales amistades, resultado del perdón de la parca, que nos permite aún gozarlas; recuperamos la relación con fuerza y voluntad de mantenerla todo lo que dé el cuerpo. En esta cena, que se va alejando ya de la memoria, pisoteada por la cotidianeidad española, ambos me contaron su relación con el Ché. Ahora que se ha convertido en un trago, merced de aquel político diletante que ahora se dedica a la restauración después de haber fracasado en sus intentos de alcanzar los cielos desde Madrid, el Ché siempre ha acompañado a los bolivianos de mi generación porque fue parte de nuestra cultura, tanto como la es de los cubanos y menos de los argentinos. Cada uno de nosotros tiene una historia que