Hace unos años, cuando vivía en Santa Cruz, escribía en un suplemento del periódico local El Deber. Me había presentado a las oficinas del director del suplemento y sin conocerlo lo convencí de la necesidad que él tenía de que yo escribiera para el semanario. Iba con la seguridad que impone la juventud y lo convencí. Teníamos nuestros más y nuestros menos porque me gustaba polemizar, a veces mucho. Un día, me dijo que mi problema era que yo veía a colores y que los demás lo hacían en blanco y negro. Lejos de molestarme, me pareció el mayor elogio. Y me lo creí. Y por ello, anduve a partir de entonces creyéndome un pelín mejor que la gente común, esa que no se fija en lo que ocurre alrededor y para lo cual pareciera que yo tengo antenas. Camino de forma consciente y usualmente no dejo que los pensamientos me absorban de modo que no capte lo que sucede alrededor. Bueno o malo, así soy y así voy por el mundo.
Hace un par de días, fui a recoger unas rueditas de una maleta que pretendía arreglar, antes que comprar una nueva (el planeta ya no aguanta tanta renovación así que me planteé la antigua práctica de la reparación), en un barrio lejano al mío, Legazpi. Bajé del metro y cuando caminaba por la calle Delicias, la vi, una pequeña urraca que había caído del nido o que no había aprendido la lección diaria de vuelo. Intenté cogerla y cometí el error de involucrar a dos personas, majillas pero inexpertas. Hice mi cálculo mental de que si la cogía en ese momento, ya no podía ir a buscar las rueditas. Pensé primero en mi comodidad, no en la suya. Inmediatamente pedí ayuda al grupo que tengo de defensa de aves y me dijeron que cerca había una persona. Fui a recoger las piezas y, a la vuelta, me encontré con una de las personas a las que había alertado inicialmente sobre el pájaro y éste me dijo que la mujer (que me había ofrecido un jersey para atraparla), la había cogido pero que el animal se había escabullido. Me puse a buscarla debajo de los coches y nada. Del grupo de pájaros me dijeron que hiciera un vídeo y se los mandara, que había alguien a cinco minutos de allí. Yo estaba agachada mirando bajo los coches con el teléfono en ristre para filmar y, cuando levanto la cabeza, la veo, en medio de la carretera, completamente aplastada.
Confieso que inicialmente, sentí alivio, mi vida volvía a su sitio. Pero con el paso del tiempo empecé a sentirme mal: por un breve instante, la vida de ese ser estuvo en mis manos y por un absoluto individualismo, comodidad de mi especie, había dejado que muriera. Esa presunta superioridad moral se iba por los suelos. No, no soy tan buena como pensaba, soy como todos los demás. Y es que puedes ver a colores, pero lo que importa es que tomes el mando en tus manos y hagas, hagas algo para salvar la situación.
Y es que la inmensa mayoría ven en blanco y negro. Yo una de ellas, aunque por instantes, breves instantes, vea a colores, pero me temo que para los que necesitan una mano eso es algo puramente testimonial. No les basta.
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