Cada treinta de junio, desde que partiste, es un golpe con cristales rotos, un tren parado a las tres de la madrugada en un páramo frío, una tentación de volar al vacío, un sinónimo de ausencia, soledad, nostalgia.
Son nueve ya. Y en todos estos años, tu recuerdo ha sido constante e imborrable, como si el tiempo, lejos de borrarte, se empeñara en traerte cada día. Y es que cuando has amado a alguien, el amor se mantiene imperturbable, a pesar de las separaciones.
Y yo te hablo y te pido favores, porque siento que estás conmigo. Tal vez sea una manera de mantenerte vivo, no lo sé, pero me ayuda a conjurar otras ausencias. Ya sabes que no creo en santos ni aparecidos, pero sin embargo, en esos momentos en que necesito un ángel que proteja a mis bienamadas, te hablo y te digo: querido Lizandro, cuídalas.
Dice Jeff Dune, doctor en física nuclear, que existimos más allá de lo físico, que la noción del tiempo y el espacio son solo herramientas que nos ayudan a dar sentido a nuestras experiencias, pero que el Yo no está limitado por el tiempo, que hay evidencias de que la conciencia no es el resultado de la forma física, que la conciencia no depende de lo físico para su existencia. Y que es algo que dice la física moderna.
Mira tú, los budistas lo sostienen desde hace milenios, y Brian Weiss, lleva lustros desde la psicología diciendo lo mismo.
Esto para decirte que, tal vez algún día nos volvamos a encontrar. Finalmente, todos vivimos camino del cementerio, como dice la canción.
En el mientras tanto, este domingo triste y nublado, mi corazón se esparce desordenado, sin voluntad de recuperarse...
Este domingo triste pienso en ti dulcemente
y mi vieja mentira de olvido, ya no miente.
La soledad, a veces, es peor castigo...
Pero, ¡qué alegre todo, si estuvieras conmigo!
Entonces no querría mirar las nubes grises,
formando extraños mapas de imposibles países;
y el monótono ruido del agua no sería
el motivo secreto de mi melancolía.
Este domingo triste nace de algo que es mío,
que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío,
mientras corren las aguas por la calle en declive
y el corazón se muere de un ensueño que vive.
La tarde pide un poco de sol, como un mendigo,
y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo;
y tendría la tarde, fragantemente muda,
el ingenuo impudor de una niña desnuda.
Si estuvieras conmigo, amor que no volviste,
¡qué alegre me sería este domingo triste!
José Ángel Buesa
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