Nunca es fácil escribirle a los amigos que se han ido y ya tengo una edad en la que me ha tocado despedir a muchos. El lunes 5 me llamaron del hospital para decirme que habías tenido una parada respiratoria y yo ya supe (lo supe cuando vi que la llamada era a una hora inesperada) que ya nada se podía hacer por ti, por lo que no me hacía falta la segunda llamada (a los 20 minutos) para certificarlo.
Fuimos a verte una vez más. Llevábamos nueve días tomando varios metros y un autobús en medio de la nada, de una parada que alcanzaba los 47 grados, para ir a verte la media horita que nos permitían. Era cuando yo te hablaba y te decía que te esperábamos todos, tus otros amigos gatos y nosotros. Pero media hora de amor no era suficiente para tapar todo el dolor que te provocaban las intervenciones médicas, justificables porque intentábamos todo -los veterinarios y nosotros- para salvarte. Pero tu pobre cuerpecito, invadido por sueros y sondas no pudo más. El día domingo 4 ya llorabas de dolor y no supe/no quise darme cuenta que esa era la despedida. El día lunes ya te encontré muerto.
Mi chiquito estaba ya frío cuando llegué. Ese chiquito que había llegado hacía nueve años de manos de una amiga de Irma. Ya era gordito porque comía las sobras del comedor de la residencia de estudiantes Chaminade. Blanquito y peludito, pero lo más importante, con una impronta de humano que lo convirtió en un gato especial. A veces lo llamábamos perrigato porque tenía la mansedumbre y el acoplamiento de un perro. Siempre detrás nuestro, luego encima, o en tu cabeza, pidiendo caricias, ronroneando, siendo nuestra constante, la necesaria en la ecuación de nuestras vidas.
Ocupabas mucho espacio, he ahí por lo cual tu ausencia es tan manifiesta. Un vacío imposible de llenar.
Me ha costado escribir esto porque a pesar de que soy de las que tiene siempre un plan B y hasta un C, no contaba con tu muerte, esperaba al miércoles porque -estúpida e ingenua de mí- juraba que ese día te daban el alta. Por eso me ha pillado con el pie mal puesto y se me han quebrado todos los huesos del alma y ya no puedo andar como siempre. Desgalichada y ausente hasta que el duelo se me haga callo.
Va pasando el tiempo y el tiempo me aleja de ti. Han transcurrido 10 días desde que te abracé por última vez, por lo que las sensaciones de tu piel, tus olores, tus sonidos, se van perdiendo entre los minutos y los segundos te van llevando a la distancia, hasta que se confundan con otros. Siendo tú tan especial, tan nuestro, te vas.
¿Dónde irá a parar tanto amor? Nuestro amor se ha quedado encallado, varado, congelado, esperando la cita fallida en una esquina, sin saber qué hacer, qué rumbo tomar. Estupefacto.
Teníamos tanto amor reservado para ti... que no sé dónde depositarlo.
Mi chiquito, mi gordo gordito...
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