Cuando era niña, la profesora de literatura nos pidió que trajéramos varias cosas, entre ellas un poema. Yo escogí "Si yo fuera hombre" de Juana de Ibarbourou, por aquello de "cuando así me acosan ansias andariegas, qué pena tan honda me da ser mujer". Me parecía, entonces, que ser hombre significaba la libertad de viajar y moverte a todas partes sin correr ningún peligro. Lo más gracioso de ese lejano día fue que el niño que estaba sentado a mi lado, un avezado y guapo varón, echó mano de mi cuaderno cuando la profesora le pidió que leyera el poema. Demás está decir que no tuve tiempo de prevenirle, sobre todo porque estaba viendo la reacción del resto de la clase y de la prof cuando él comenzó a decir "Si yo fuera hombre, qué hartazgo de luna, de noche y silencio me habría de dar...". La profesora sólo comentó: "No sabía que Ud. no fuera hombre". Risas de fondo.
La actitud de esta criatura situada en el bando ganador, que trató de sacar ventaja de mis apuntes es sólo una demostración de lo duro que es ser hombre y de todo lo que les cuesta sobresalir en un mundo tan competitivo como el masculino. Así sea robándole los apuntes a la niña de al lado.
Mientras más conozco el mundo masculino, más pena me dan. Lo cual no signifique que por ello justifique todas sus penosas actitudes machistas. Más bien sólo me ayuda a leerlos de mejor manera.
Verán, tengo dos hijas. Una de ellas, entra apresuradamente en la adolescencia y, claro, me cuenta el mundo que ve. Y lo que ve no me gusta nada. Un ambiente masculino plagado de competitividad y violencia del cual es casi imposible sustraerse sin caer en el mote de débil y luego ser rechazado por sus iguales. Si es que desde chiquitos están comparándose. Es que viven todo el tiempo comparando quién es el mejor, el más grande, el más listo, el que corre más, el que conquista más chicas, el que, saca las mejores notas, el que habla más fuerte, el que dice las cosas más graciosas. Me imagino que luego vendrá el tamaño de sus partes y la eficacia de su uso, el que gane más, el que mate más personas, el que resista una guerra, sea más valiente... Es decir, el que sea más perfecto.
Y así nos va. Ésto, un hombre. Pero si son cien, hay que levantar la guardia. Si son mil, es de sentir miedo. Si son millones, estamos jodid@s (apenas ha empezado el año y ya han matado a 5 mujeres en España). Agradezco tener hijas mujeres, porque algo me da, que no hubiera aguantado tal ambiente. Tal vez habría criado a mis hijos demasiado tiernos, comprensivos y ajenos al mundo macho y por ello hubieran sufrido las de sanquintín. No lo sé.
Ahora veo que mis ansias de libertad de infancia no se correspondían con el poema de la poetisa uruguaya, más bien con una mujer mujer que aprovecha todo lo que está esparcido, mientras colabora con sus iguales y no se aprovecha de ellas... (también hay que reconocer que Juana de Ibarbourou no pudo disfrutar de todos los avances de nuestro género porque nació a finales del siglo XIX)
La actitud de esta criatura situada en el bando ganador, que trató de sacar ventaja de mis apuntes es sólo una demostración de lo duro que es ser hombre y de todo lo que les cuesta sobresalir en un mundo tan competitivo como el masculino. Así sea robándole los apuntes a la niña de al lado.
Mientras más conozco el mundo masculino, más pena me dan. Lo cual no signifique que por ello justifique todas sus penosas actitudes machistas. Más bien sólo me ayuda a leerlos de mejor manera.
Verán, tengo dos hijas. Una de ellas, entra apresuradamente en la adolescencia y, claro, me cuenta el mundo que ve. Y lo que ve no me gusta nada. Un ambiente masculino plagado de competitividad y violencia del cual es casi imposible sustraerse sin caer en el mote de débil y luego ser rechazado por sus iguales. Si es que desde chiquitos están comparándose. Es que viven todo el tiempo comparando quién es el mejor, el más grande, el más listo, el que corre más, el que conquista más chicas, el que, saca las mejores notas, el que habla más fuerte, el que dice las cosas más graciosas. Me imagino que luego vendrá el tamaño de sus partes y la eficacia de su uso, el que gane más, el que mate más personas, el que resista una guerra, sea más valiente... Es decir, el que sea más perfecto.
Y así nos va. Ésto, un hombre. Pero si son cien, hay que levantar la guardia. Si son mil, es de sentir miedo. Si son millones, estamos jodid@s (apenas ha empezado el año y ya han matado a 5 mujeres en España). Agradezco tener hijas mujeres, porque algo me da, que no hubiera aguantado tal ambiente. Tal vez habría criado a mis hijos demasiado tiernos, comprensivos y ajenos al mundo macho y por ello hubieran sufrido las de sanquintín. No lo sé.
Ahora veo que mis ansias de libertad de infancia no se correspondían con el poema de la poetisa uruguaya, más bien con una mujer mujer que aprovecha todo lo que está esparcido, mientras colabora con sus iguales y no se aprovecha de ellas... (también hay que reconocer que Juana de Ibarbourou no pudo disfrutar de todos los avances de nuestro género porque nació a finales del siglo XIX)
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