16.12.25

Viejas cartas. Para Ilda, la innumerable

 (escribí esta carta a Ilda, el 11 de enero de 2011, días antes de su partida)

Mi querida Ilda:

Este invierno en Madrid es lluvioso. Aunque hay días que engaña, pues sales a la calle bajo un sol alegre y minutos más tarde te das cuenta si olvidaste el paraguas. Me ha pasado un par de veces mientras iba a verte. Pero eso es pecata minuta, ¿no crees?

Sentada cerca de tu cama y con tu mano entre las mías, te dije todas las cosas que he decidido escribir para que tomen libertad y también se vayan. Contigo.

Durante estos días, desde que todo comenzara el 15 de diciembre, hemos estado haciendo, de alguna manera, balance de esta amistad que dura ya casi once años. Es curioso, hemos gastado nuestra relación como quien tiene en abundancia y tira al aire los billetes porque sabe que se reproducirán solos. Así hicimos y por mucho que usamos, siempre tuvimos más, para gastar en cimientos, ladrillos, ventanas, muebles, hasta tener el rincón precioso que compartimos: la idea en común, la palabra en común, el sentimiento en común.

Recuerdo claramente la primera vez que te encontré en un descansillo de nuestro edificio. Yo había decidido subir las cinco plantas andando y allí te ví, con tu perrita May. Saludé primero al animal y luego hablé contigo y al escucharte, reconocí el acento argentino y te dije que había ido varias veces a la Argentina, que era un país que me encantaba pues de allí venían excelentes amigos. Ese mismo día, un día indefinido pero que anunciaba primavera, te reencontré en la puerta de la farmacia. Algo opinamos sobre política y enseguida nos dimos cuenta que sintonizamos a la primera. No recuerdo cómo fue la primera vez que fui a tu casa y tú a la mía (una pena porque ya no puedo preguntártelo), pero a partir de ahí fue una sucesión diaria de encuentros, de llamadas de teléfono, de presencia constante, aún en la ausencia.
Han sido tantos días contigo. Sí, yo era la Yoss que bajaba siempre corriendo en tu auxilio, lo que hizo que la gente creyea que creías en dios pues siempre decías, apuntando con el dedo hacia arriba: "Le preguntaré a Yoss". Sí, tú eras la Ilda que subía presurosa cuando me daba un tirón muscular para darme un masaje, o la vez que me rebané un dedo cuando hacía la casa de muñecas y me llevaste a que me lo cosieran.  Pero sobre todo, estabas allí para ordenarme las ideas, para ser mi consuelo cuando el mundo se me caía encima o para darme consejos, criticar mis escritos, sugerirme cosas.

Cuántos libros, lecturas, charlas, conferencias, presentaciones de libros, compartimos. ¿Recuerdas el peculiar funeral de nuestro amado Haro Tecglen? Cuántas películas (en especial In the Mood for Love que nos dejó a ambas al borde del infarto), cuantas cosas, Oh, my Gosh! Juntas fuimos a la millonaria manifestación contra la guerra y yo te introduje en el movimiento ciudadano Parque sí y te lo tomaste tan en serio que organizaste dos performances, ambas después de sendas operaciones. Claro, podías estar muy enferma pero despertabas siempre con una idea bajo el brazo. La actriz, la directora de teatro, la poeta, la dramaturga, siempre presentes, siempre allí. Ayer, te pregunté si estabas pensando en otra obra y asentiste y con la mano hiciste un gesto como queriendo decirme: "No saben lo que les espera".

También compartimos el duelo de nuestras mascotas: cuando murieron Linda y Arturo, estuviste allí y lloré contigo cuando te tocó a tí perder a May; presentes en los abandonos de los amigos, esos que te dejan cuando ya no les eres útil; o en las diferencias familiares, en las que ambas intentamos interpretar lo que sucedía y nos pusimos sendas tiritas para tapar los agujeros del alma.

 Pero lo más importante de todo lo vivido fue el haber sido testigos, ambas, de cuanto nos ocurrió en todos los aspectos: afectivos, laborales, políticos.

Durante estos días te dije todo lo importante que eras para mí y lo sola que me senti…
Ilda, la irrepetible e innumerable Ilda

(Borré esta entrada temporalmente pues, por esos asuntos de la naturaleza, su aparente mejoría me hizo despertar a la esperanza. Pero, no. Mi amada amiga murió 15 días después de escribirle esta carta que, obviamente, nunca leyó).

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