Pensé mucho en la carta de respuesta. Su padre había esperado hasta el fin de semana para escribirme agradeciéndome todo lo que había hecho por su hija. La niña había venido desde York en un viaje de intercambio a España. Apenas cuatro días. Una niñita de 10 diez años, rubita y menuda. De apariencia muy frágil, "a bird home" como la definió su padre.
Afilé mi catálogo de palabras en inglés y le dije que esperaba que alcanzara para definir lo que sentía después del paso de su little child. Entonces, comencé contándole lo que sentí la primera noche que pasé en un país extraño, que me senté en la cama del hotel a saborear los rostros y sonidos de mi familia, anclada para el recuerdo en la puerta de salida del aeropuerto. Fue tan duro que me prometí a mí misma, que prepararía a mis hijas para que tuvieran todas las armas para enfrentar ese momento y salir airosas. Creo que lo conseguí, pues cuando mi hija estuvo en su casa, me temo que no nos extrañó. Pero, ya que es inevitable la nostalgia por el que queda, traté de apoyar mucho a India en su soledad. El primer día, lloró por su papá y yo le dije que la vida fluía tan rápido que había que aprovechar cada uno de los momentos, que pronto sería martes y que estaría de vuelta. Se secó las lágrimas y mocos y partimos a un parque temático.
Le dije que había hecho todo lo posible para que se sintiera bien. Lo que no le dije fue que no fui recíproca y que a mí me hubiera gustado que mi hija recibiera igual trato de su parte.
Eso no se lo dije. Como tampoco le dije que cuando le pregunté a la niña si quería que rezáramos antes de comer (era un requisito en su casa), ella me dijo que no. Tampoco le quise contar que cuando íbamos a pasear al Retiro, la niña me preguntó cuándo podía ella decidir que no queria ir a la iglesia los domingos. Y me hubiera parecido injusto de mi parte decirle que un día antes, la niña me miró y me susurró que no quería irse a casa, que en la mía se sentía libre.
Me lo guardé para mí y ahora lo comparto. Como comparto el hecho de sentirme bien al saber que mis hijas son felices por no llevar el peso de alguien omnipresente que juzga y condena todas sus acciones... Si más tarde deciden lo contrario, allá ellas.
Afilé mi catálogo de palabras en inglés y le dije que esperaba que alcanzara para definir lo que sentía después del paso de su little child. Entonces, comencé contándole lo que sentí la primera noche que pasé en un país extraño, que me senté en la cama del hotel a saborear los rostros y sonidos de mi familia, anclada para el recuerdo en la puerta de salida del aeropuerto. Fue tan duro que me prometí a mí misma, que prepararía a mis hijas para que tuvieran todas las armas para enfrentar ese momento y salir airosas. Creo que lo conseguí, pues cuando mi hija estuvo en su casa, me temo que no nos extrañó. Pero, ya que es inevitable la nostalgia por el que queda, traté de apoyar mucho a India en su soledad. El primer día, lloró por su papá y yo le dije que la vida fluía tan rápido que había que aprovechar cada uno de los momentos, que pronto sería martes y que estaría de vuelta. Se secó las lágrimas y mocos y partimos a un parque temático.
Le dije que había hecho todo lo posible para que se sintiera bien. Lo que no le dije fue que no fui recíproca y que a mí me hubiera gustado que mi hija recibiera igual trato de su parte.
Eso no se lo dije. Como tampoco le dije que cuando le pregunté a la niña si quería que rezáramos antes de comer (era un requisito en su casa), ella me dijo que no. Tampoco le quise contar que cuando íbamos a pasear al Retiro, la niña me preguntó cuándo podía ella decidir que no queria ir a la iglesia los domingos. Y me hubiera parecido injusto de mi parte decirle que un día antes, la niña me miró y me susurró que no quería irse a casa, que en la mía se sentía libre.
Me lo guardé para mí y ahora lo comparto. Como comparto el hecho de sentirme bien al saber que mis hijas son felices por no llevar el peso de alguien omnipresente que juzga y condena todas sus acciones... Si más tarde deciden lo contrario, allá ellas.
Comentarios