Hoy, hace un año ya de tu partida y han ocurrido tantas cosas en tu ausencia.
Al comienzo, sólo buscaba pretextos para hablar de tí, hasta que mi entorno me lo hizo notar, estaba siendo un poco pesada. Entonces, te guardé en mi corazón y sólo recurría a tu recuerdo para darme cuenta cuánta falta me hacías. Pensaba, si Ilda estuviera aquí, seguro que me daba su opinión y me sacaba del agujero de confusión en el que estoy metida. Fue cuando me di cuenta que la soledad era eso, era tu ausencia.
Pero tu muerte ha significado muchas cosas. Sobre todo, una lección de dignidad, de fortaleza, de naturalidad. No me puedo olvidar de cuando íbamos en taxi al hospital y yo te pregunté qué opinabas y tú, haciendo a un lado el intenso dolor me dijiste, creo que éste es el último viaje. O cuando los médicos certificaron que definitivamente ya no había opciones y se quedaron azorados con la tranquilidad y sabiduría con que asumiste el diagnóstico, todos tenemos que morir, les dijiste. Y no, no hubo dramas, ni gritos, ni sentencias trágicas y esa ausencia de drama le ha quitado protagonismo a todas las muertes, incluida la mía. No ha sido más que la marcha de una dama elegante que parte sin mayores aspavientos, porque sabe que le ha llegado la hora.
Durante los 46 días que duró tu hospitalización, estuve apuntando religiosamente todas mis impresiones. Era demasiado intenso lo que vivíamos y merecía ser recordado al detalle. Las charlas que mantuvimos, las cosas que aclaramos, la llamada oportuna de tus hijas mayores que te dio el certificado para que cerraras ese círculo y pudieras irte en paz, los nueve maravillosos días de la llamada "mejoría de la muerte", que me engañó incluso a mí, haciéndome creer en milagros, y finalmente, esos últimos cinco días que terminaron en tu partida definitiva e inauguraron en mí una falta de eco, una palabra sin sentido, una cita sin destino.
Lo confieso, no puedo encontrar a nadie como tú. Y eso lo noto en cosas tan simples como que no encuentro con quién conversar sobre el último capítulo de Cuéntame en el que nuestro personaje amado Merche se nos muere. Eso me hace revivir los momentos contigo y es cuando lloro a gusto, por Merche y también por tí. O que no tengo con quién terciar acerca de los temas políticos en los que la mayoría de las veces estábamos de acuerdo, o que voy sola a las manifestaciones a las que iba contigo. O cuando no, cuando no coincidíamos -nos pasaba con Almodóvar-, teníamos siempre una puerta abierta por la cual una de nosotras podía salir sin que asomara la más mínima falta de respeto a la opinión de la otra.
Has dejado tanta huella, mi querida amiga, que aquí me ves escribiéndote a sabiendas de que estas palabras nunca te llegarán. Hilando estas frases sólo para conjurar tu ausencia, porque eres irremplazable y cada día no hago otra cosa que certificar la inmensidad de lo perdido.
El sol brilla hoy, tanto como el año pasado, cuando el camillero te llevó cubierta de un paño verde al depósito de cadáveres de donde te recogerían porque habías donado tu cuerpo a la ciencia. El sol pega tanto como cuando fuimos a buscar el coche y atravesamos el área de oncología, con la lágrima dormida y caminamos entre los coches como si la visita al hospital hubiera sido casual, sosteniendo el derrumbamiento que terminaría por acontecer en casa, en el cariñoso entorno de mis cuatro paredes, mientras cantaba el son de Xiomara Laugart, quise esconder mi alma, quise esconder mi alma pero se me ve, ahora ya no hay misterio, ahora ya el misterio se me ve... Y me quedé así, con el alma a flor de piel, sólo esperando que sea cierto eso de que nos encontramos una y otra vez con las personas del mismo círculo, en otras vidas, en otros entornos. Sólo esa perspectiva atempera tu ausencia y hace que este día sea menos largo...
Mi querida, mi muy querida Ilda.
PS: He hecho de este asunto de extrañarte un oficio, una profesión, una forma de vida...
Al comienzo, sólo buscaba pretextos para hablar de tí, hasta que mi entorno me lo hizo notar, estaba siendo un poco pesada. Entonces, te guardé en mi corazón y sólo recurría a tu recuerdo para darme cuenta cuánta falta me hacías. Pensaba, si Ilda estuviera aquí, seguro que me daba su opinión y me sacaba del agujero de confusión en el que estoy metida. Fue cuando me di cuenta que la soledad era eso, era tu ausencia.
Pero tu muerte ha significado muchas cosas. Sobre todo, una lección de dignidad, de fortaleza, de naturalidad. No me puedo olvidar de cuando íbamos en taxi al hospital y yo te pregunté qué opinabas y tú, haciendo a un lado el intenso dolor me dijiste, creo que éste es el último viaje. O cuando los médicos certificaron que definitivamente ya no había opciones y se quedaron azorados con la tranquilidad y sabiduría con que asumiste el diagnóstico, todos tenemos que morir, les dijiste. Y no, no hubo dramas, ni gritos, ni sentencias trágicas y esa ausencia de drama le ha quitado protagonismo a todas las muertes, incluida la mía. No ha sido más que la marcha de una dama elegante que parte sin mayores aspavientos, porque sabe que le ha llegado la hora.
Durante los 46 días que duró tu hospitalización, estuve apuntando religiosamente todas mis impresiones. Era demasiado intenso lo que vivíamos y merecía ser recordado al detalle. Las charlas que mantuvimos, las cosas que aclaramos, la llamada oportuna de tus hijas mayores que te dio el certificado para que cerraras ese círculo y pudieras irte en paz, los nueve maravillosos días de la llamada "mejoría de la muerte", que me engañó incluso a mí, haciéndome creer en milagros, y finalmente, esos últimos cinco días que terminaron en tu partida definitiva e inauguraron en mí una falta de eco, una palabra sin sentido, una cita sin destino.
Lo confieso, no puedo encontrar a nadie como tú. Y eso lo noto en cosas tan simples como que no encuentro con quién conversar sobre el último capítulo de Cuéntame en el que nuestro personaje amado Merche se nos muere. Eso me hace revivir los momentos contigo y es cuando lloro a gusto, por Merche y también por tí. O que no tengo con quién terciar acerca de los temas políticos en los que la mayoría de las veces estábamos de acuerdo, o que voy sola a las manifestaciones a las que iba contigo. O cuando no, cuando no coincidíamos -nos pasaba con Almodóvar-, teníamos siempre una puerta abierta por la cual una de nosotras podía salir sin que asomara la más mínima falta de respeto a la opinión de la otra.
Has dejado tanta huella, mi querida amiga, que aquí me ves escribiéndote a sabiendas de que estas palabras nunca te llegarán. Hilando estas frases sólo para conjurar tu ausencia, porque eres irremplazable y cada día no hago otra cosa que certificar la inmensidad de lo perdido.
El sol brilla hoy, tanto como el año pasado, cuando el camillero te llevó cubierta de un paño verde al depósito de cadáveres de donde te recogerían porque habías donado tu cuerpo a la ciencia. El sol pega tanto como cuando fuimos a buscar el coche y atravesamos el área de oncología, con la lágrima dormida y caminamos entre los coches como si la visita al hospital hubiera sido casual, sosteniendo el derrumbamiento que terminaría por acontecer en casa, en el cariñoso entorno de mis cuatro paredes, mientras cantaba el son de Xiomara Laugart, quise esconder mi alma, quise esconder mi alma pero se me ve, ahora ya no hay misterio, ahora ya el misterio se me ve... Y me quedé así, con el alma a flor de piel, sólo esperando que sea cierto eso de que nos encontramos una y otra vez con las personas del mismo círculo, en otras vidas, en otros entornos. Sólo esa perspectiva atempera tu ausencia y hace que este día sea menos largo...
Mi querida, mi muy querida Ilda.
PS: He hecho de este asunto de extrañarte un oficio, una profesión, una forma de vida...
Comentarios
¡Un abrazo!
Besos Yoss.
Juanma.