Hay tres tipos de personas: aquélla que desaparece de tu memoria en cuerpo e identidad; aquella otra que te saluda y con la cual tienes que hacer un esfuerzo enorme para recordar su nombre, te suena, te suena; y aquéllas de las cuales recuerdas no sólo el nombre, los apellidos, sino también la forma de su cara, su risa, su voz y sus palabras. Son las que hicieron de tu vida un mundo afortunado.
Creo recordar que llevaba sombrero la primera vez que lo vi. Que era jovencísimo, lo noté en sus mejillas de niño bueno. Me sonrió. Le daba gracia ver a ese grupo dispar de bolivianos que sólo mirábamos el horizonte de sembradíos que rodeaban la escuela en la que esperábamos ser dispersados para, al fin, entrar el sistema educativo cubano. Surcábamos la semana 4 de septiembre. Ya llegábamos con un retraso desmesurado a nuestras clases en alguna universidad. En la tercera semana de octubre, con el oscurantismo que caracterizaba a la nomenklatura, vino un autobús, salió un funcionario, gritó nuestros nombres y coincidentemente nos íbamos juntos a Pinar del Río. Abandonados en la estación de autobuses, llevábamos sólo la consigna de que la responsable de los estudiantes extranjeros estaría esperándonos en la terminal. No estaba, y aquí se acaba ese cuento y comienza otro.
Nuestra amistad que, a la vista de todo lo que nos ha pasado a ambos, había resultado corta. Apenas de octubre a abril, el día de mi cumpleaños, en los que mi amigo sencillamente se esfumó de mi vida.
Pero fue uno de los mejores amigos que he tenido. Compartíamos nuestros puntos de vista con una concavidad convexa casi perfecta. Él tenía esa clase de humor negro, negrísimo, que divierte, que reflexiona y que te deja pensando que no hay ideología, personaje, institución, hábito o costumbre que no pueda ser sancionada con una estruendosa risotada.
Él fue el que en medio del fervor revolucionario por la defensa de la isla ante la "probable" invasión de los marines (el miedo siempre es un buen aliado de los poderosos), hacía buen uso de la mofa. Un día eran los tractores los que destrozaban el jardín de la universidad para hacer trincheras; al otro, eran los simulacros de bombardeos con auténticos MIG destrozándonos los oídos mientras nosotros celebrábamos el juego desde la terraza de la residencia; y por último, las recomendaciones de "salir corriendo para resguardarnos como gallinas bajo las banderas de la Cruz Roja Internacional". Lo de las gallinas lo inventó él y creo que eso de no compartir trinchera con nuestros compañeritos era lo que de verdad le molestaba.
Era un alumno brillante. El problema era que él quería estudiar antropología y los cubanos entendieron que lo más cercano a esa carrera era la economía (sic). ¿No está la economía en la base de todo? Además, con el socialismo como que esos temas ya dejan de tener sentido y la antropología y la sociología no sirven para nada dentro de la producción. (Este discursito se ha renovado ahora con el Plan Bolonia). Además, el muy maldito, era buenísimo para los idiomas, lo cual me hacía ponerme morada de la envidia. Nos aprendimos el cirílico en un domingo y en tres semanas ya quería parrafar en ruso. Y lo hizo.
Cuando salíamos a correr por una autopista vacía, o cuando salíamos a robar naranjas, él solía contarme sus planes. Tenía muchísimas inquietudes y yo sabía que era del tipo de persona que dejaría el pellejo con tal de conseguirlas.
Pero, un día se fue y sólo me dejó de recuerdo una ranita azul, que guardo como se guardan las señales que te llevan a buen cauce. Por alguna extraña razón, me sentí rodeada de mucha gente pero absolutamente sola. Se inauguró un vacío que me costaría llenar. Lo extrañé durante todo el tiempo que viví en la isla, y después, después y mucho después.
Nunca volví a saber de él.
Hay dos tipos de personas: los que recuerdan lo que soñaron y los que no. Los primeros, son como el personaje del maravilloso cuento de García Márquez, Ojos de Perro Azúl, que al día siguiente escriben en paredes, cristales y suelos la frase que les une a aquél con el que soñaron, con la esperanza de encontrarlo algún día.
Que la vida es un sueño, ya lo sabemos. Pero lo más maravilloso de ésta es, tal vez, saber que al despertar encontrarás en tu blog una nota de un amigo querido preguntando por tí.
A diferencia del cuento, ambos recordamos...
Creo recordar que llevaba sombrero la primera vez que lo vi. Que era jovencísimo, lo noté en sus mejillas de niño bueno. Me sonrió. Le daba gracia ver a ese grupo dispar de bolivianos que sólo mirábamos el horizonte de sembradíos que rodeaban la escuela en la que esperábamos ser dispersados para, al fin, entrar el sistema educativo cubano. Surcábamos la semana 4 de septiembre. Ya llegábamos con un retraso desmesurado a nuestras clases en alguna universidad. En la tercera semana de octubre, con el oscurantismo que caracterizaba a la nomenklatura, vino un autobús, salió un funcionario, gritó nuestros nombres y coincidentemente nos íbamos juntos a Pinar del Río. Abandonados en la estación de autobuses, llevábamos sólo la consigna de que la responsable de los estudiantes extranjeros estaría esperándonos en la terminal. No estaba, y aquí se acaba ese cuento y comienza otro.
Nuestra amistad que, a la vista de todo lo que nos ha pasado a ambos, había resultado corta. Apenas de octubre a abril, el día de mi cumpleaños, en los que mi amigo sencillamente se esfumó de mi vida.
Pero fue uno de los mejores amigos que he tenido. Compartíamos nuestros puntos de vista con una concavidad convexa casi perfecta. Él tenía esa clase de humor negro, negrísimo, que divierte, que reflexiona y que te deja pensando que no hay ideología, personaje, institución, hábito o costumbre que no pueda ser sancionada con una estruendosa risotada.
Él fue el que en medio del fervor revolucionario por la defensa de la isla ante la "probable" invasión de los marines (el miedo siempre es un buen aliado de los poderosos), hacía buen uso de la mofa. Un día eran los tractores los que destrozaban el jardín de la universidad para hacer trincheras; al otro, eran los simulacros de bombardeos con auténticos MIG destrozándonos los oídos mientras nosotros celebrábamos el juego desde la terraza de la residencia; y por último, las recomendaciones de "salir corriendo para resguardarnos como gallinas bajo las banderas de la Cruz Roja Internacional". Lo de las gallinas lo inventó él y creo que eso de no compartir trinchera con nuestros compañeritos era lo que de verdad le molestaba.
Era un alumno brillante. El problema era que él quería estudiar antropología y los cubanos entendieron que lo más cercano a esa carrera era la economía (sic). ¿No está la economía en la base de todo? Además, con el socialismo como que esos temas ya dejan de tener sentido y la antropología y la sociología no sirven para nada dentro de la producción. (Este discursito se ha renovado ahora con el Plan Bolonia). Además, el muy maldito, era buenísimo para los idiomas, lo cual me hacía ponerme morada de la envidia. Nos aprendimos el cirílico en un domingo y en tres semanas ya quería parrafar en ruso. Y lo hizo.
Cuando salíamos a correr por una autopista vacía, o cuando salíamos a robar naranjas, él solía contarme sus planes. Tenía muchísimas inquietudes y yo sabía que era del tipo de persona que dejaría el pellejo con tal de conseguirlas.
Pero, un día se fue y sólo me dejó de recuerdo una ranita azul, que guardo como se guardan las señales que te llevan a buen cauce. Por alguna extraña razón, me sentí rodeada de mucha gente pero absolutamente sola. Se inauguró un vacío que me costaría llenar. Lo extrañé durante todo el tiempo que viví en la isla, y después, después y mucho después.
Nunca volví a saber de él.
Hay dos tipos de personas: los que recuerdan lo que soñaron y los que no. Los primeros, son como el personaje del maravilloso cuento de García Márquez, Ojos de Perro Azúl, que al día siguiente escriben en paredes, cristales y suelos la frase que les une a aquél con el que soñaron, con la esperanza de encontrarlo algún día.
Que la vida es un sueño, ya lo sabemos. Pero lo más maravilloso de ésta es, tal vez, saber que al despertar encontrarás en tu blog una nota de un amigo querido preguntando por tí.
A diferencia del cuento, ambos recordamos...
Comentarios
¡Qué magnífica forma de narrar!
Te agradezco los minutos que -gracias a tu texto- me olvidé que no tengo trabajo, ni novia, ni cabello...
Un abrazo "vietnamitamente merecido".