Mi afición por la restauración de muebles me generó un pequeño inconveniente en la puerta del Coso Taurino de Leganés. Hace tiempo cargo con una navaja suiza, de esas a las que sólo les falta un taladro con batería para dos horas, con la intención de extraer las chapitas de los muebles que encuentro por la calle, antes de que un gitano avezado lo haga. Confieso que todavía no la he usado. Pero ayer, me pegué el susto de mi vida cuando en la cola (en plena lluvia) corrió el rumor de que revisaban los bolsos para evitar que alguien introdujera un arma en el acto de Evo Morales. ¡Mierda! Pensé. Como sean estrictos, me veré en la situación de tener que renunciar a entrar o entregar mi navaja. En esas estaba, cuando me atacaron por otro frente: me entregaron un papelito para que escriba mis datos personales, incluido e-mail y teléfono. Obligatorio, me aclararon, si quería entrar. Me molestó muchísimo y me pareció una forma de control o una forma de generar spam político bastante miserable. Pero me preocupaba más la navaja, por lo que garabateé solamente mi nombre. La chica que me revisó, vio sólo lo que le quise mostrar, por lo que me dejó pensando qué fácil sería..., mejor lo dejo ahí. Cuando entré me enfadé por mi falta de reflejos, por no haber escrito Pepita Pérez Pérez. Ni modo.
Nada más entrar me entregaron una banderita de Bolivia (ya no República) y una Wiphala (se lee wip'ala, no wifala) y me apresuré a buscar dónde sentarme, porque como buena boliviana que soy y considerando que entre bolivianos me encontraba, llegué deliberadamente media hora tarde y ya había una pequeña multitud (sumamos en total 7000). Ingenua fuí si creía que llegaba tarde. Bien acomodada, miré en mi entorno buscando alguna cara conocida. Cero patatero. Quise establecer un palique con los de al lado lanzando alguna ironía, pero nada, me miraron como marciana. Estaban todos entregados al hechizo de quien no conocían y ansiaban conocer aunque sea para criticarlo. En el escenario, un inmenso Evo nos miraba vigilante, mientras un presentador en plan criollo nos instaba a hacer la ola, a gritar Vi-va-Bo-li-via y Evo-Evo. Como patio de escuela, vaya.
A las 6:00 me enteré que recién llegaría entre 7:30 y 8:00. Me pregunté por qué diablos habían convocado a las 5:00 de la tarde. Se lo comenté a la parejita de al lado que, sin pensarlo dos veces y haciendo uso de su derecho a no dejarse burlar, se levantaron ipso-facto y se fueron. Hé ahí dos personas inteligentes, pensé. Pero yo había tomado tres trenes para ir a una ciudad dormitorio de Madrid a ver a Evo Morales y como que me llamaba Yocelynn que lo veía.
Por ahí pasaron kallawayas, morenos, tinkus, un grupo ecuatoriano que me hacía preguntarme sobre la evolución (no es que tenga nada con esas danzas selváticas, pero ya empezaban a cansarme), cuecas chaqueñas, marineras peruanas, música oriental de síntesis...
A las ocho, la gente comenzó a marcharse. Normal. Muchos habían viajado desde Valencia o Murcia y debían volver porque tenían que trabajar al día siguiente. Parece que no los de la embajada (es que ellos viven en Madrid). Entonces, ocurrió el prodigio, el maestrico de escuela comenzó a instar a sus niños del parvulario (es decir a nosotros) a gritar EVO, EVOOOO, para que saliera. Como los payasos de la tele cantando La gallina Turuleca, vaya. (Ha puesto un huevo, ha puesto dos...)
En la antesala habían quedado los miembros de la diablada y yo dije "pobres diablos, nunca mejor dicho" y me reí sola de mi chiste. No contaba que era parte de la parafernalia porque nada más entrar Evo, aplausos y comenzar a bailar, fueron sinónimos.
Luego vinieron los consabidos discursos. Confieso que al ver a doña Rosa Regás vestida como para ir al mercado el sábado por la mañana y luego escuchar las descripciones de Bolivia (tasa de analfabetismo 80% y 50% de cobertura sanitaria), tuve el impulso de preguntarle al de al lado de qué país hablaba y éste tuvo la candidez de contestarme, de Bolivia. Casi me despatarro de la risa. Pero ese es un campeón, chico, en tres años va y casi nos saca del subdesarrollo. Grande Evo. Pero cuando Mayor Zaragoza mencionó lo emocionado que se sintió cuando Evo le contó cómo vivía de crío, para luego alabar el apoyo de éste a un mundo sin armas nucleares, justo el día en el que se publicaba que Chávez -su íntimo- había comprado misiles de largo alcance, casi cojo la suiza y me la paso por la venas. La palabra que les venía al pelo era patronizing, es que me gusta en inglés, que viene de patrón en español; pues condescendiente como que esconde lo que significa.
Después de un par de cositas más, vino Evo a hablar. Ya eran las nueve menos diez. Habló de cosas que entendí muy bien. Cosas como la balanza comercial y las reservas internacionales. Tuve el temor de preguntarles a los de mi lado, evidentemente campesinos, si habían entendido algo. Digo yo, un discurso así tiene que tener subtítulos por el mismo discurseador para ser más didáctico. Entre alabanzas al partido comunista y al humanista que me rodeaban (qué habré hecho yo para estar entre la hoz y el martillo, con lo que me gusta) hiló un discurso pasable. Iba todo bien hasta que, saltándose a la torera (influencia de la plaza, digo yo), la delicadeza que tuvo el gobierno español con los inmigrantes cuando los definió como sin-papeles, para no meterse con las leyes y con las sensibilidades del otro lado del Atlántico; dijo que él iba luchar para que dejaran de ser ilegales (sic). También planteó que iba a negociar para que los bolivianos votaran en las elecciones municipales españolas. No sé yo, pero si fuera del gobierno español le sugeriría que primero votáramos en las elecciones bolivianas (dice que este año se hace una pruebita, pero que depende de los parlamentarios que son muy malos y no quieren que votemos), antes que votar en el país huésped.
No prometió nada más. Lo que hubiera venido a cuenta hubiera sido prometer quitar los impuestos a las remesas, que Bolivia es el único país de Latinoamérica que los cobra. Puestos a prometer, que no quede nada, digo yo. También podía haber prometido igualar el tema de las pensiones, que el tratado con Latinoamérica existe, sólo que Bolivia no lo ha firmado. La embajada podría hacer bien los deberes, ¿no?
Dice el proverbio chino: "Cuando estés feliz no hagas promesas y cuando estés enfadado no escribas cartas". Al parecer, el no haber llenado la plaza cubierta no lo puso tan contento como para prometernos grandes cosas. Pero yo sí que me apliqué lo del proverbio y por eso dejé correr 24 horas, una vez los pies y el trasero se olvidaron de tan larga espera, para escribir este post con la pluma descargada.
Nada más entrar me entregaron una banderita de Bolivia (ya no República) y una Wiphala (se lee wip'ala, no wifala) y me apresuré a buscar dónde sentarme, porque como buena boliviana que soy y considerando que entre bolivianos me encontraba, llegué deliberadamente media hora tarde y ya había una pequeña multitud (sumamos en total 7000). Ingenua fuí si creía que llegaba tarde. Bien acomodada, miré en mi entorno buscando alguna cara conocida. Cero patatero. Quise establecer un palique con los de al lado lanzando alguna ironía, pero nada, me miraron como marciana. Estaban todos entregados al hechizo de quien no conocían y ansiaban conocer aunque sea para criticarlo. En el escenario, un inmenso Evo nos miraba vigilante, mientras un presentador en plan criollo nos instaba a hacer la ola, a gritar Vi-va-Bo-li-via y Evo-Evo. Como patio de escuela, vaya.
A las 6:00 me enteré que recién llegaría entre 7:30 y 8:00. Me pregunté por qué diablos habían convocado a las 5:00 de la tarde. Se lo comenté a la parejita de al lado que, sin pensarlo dos veces y haciendo uso de su derecho a no dejarse burlar, se levantaron ipso-facto y se fueron. Hé ahí dos personas inteligentes, pensé. Pero yo había tomado tres trenes para ir a una ciudad dormitorio de Madrid a ver a Evo Morales y como que me llamaba Yocelynn que lo veía.
Por ahí pasaron kallawayas, morenos, tinkus, un grupo ecuatoriano que me hacía preguntarme sobre la evolución (no es que tenga nada con esas danzas selváticas, pero ya empezaban a cansarme), cuecas chaqueñas, marineras peruanas, música oriental de síntesis...
A las ocho, la gente comenzó a marcharse. Normal. Muchos habían viajado desde Valencia o Murcia y debían volver porque tenían que trabajar al día siguiente. Parece que no los de la embajada (es que ellos viven en Madrid). Entonces, ocurrió el prodigio, el maestrico de escuela comenzó a instar a sus niños del parvulario (es decir a nosotros) a gritar EVO, EVOOOO, para que saliera. Como los payasos de la tele cantando La gallina Turuleca, vaya. (Ha puesto un huevo, ha puesto dos...)
En la antesala habían quedado los miembros de la diablada y yo dije "pobres diablos, nunca mejor dicho" y me reí sola de mi chiste. No contaba que era parte de la parafernalia porque nada más entrar Evo, aplausos y comenzar a bailar, fueron sinónimos.
Luego vinieron los consabidos discursos. Confieso que al ver a doña Rosa Regás vestida como para ir al mercado el sábado por la mañana y luego escuchar las descripciones de Bolivia (tasa de analfabetismo 80% y 50% de cobertura sanitaria), tuve el impulso de preguntarle al de al lado de qué país hablaba y éste tuvo la candidez de contestarme, de Bolivia. Casi me despatarro de la risa. Pero ese es un campeón, chico, en tres años va y casi nos saca del subdesarrollo. Grande Evo. Pero cuando Mayor Zaragoza mencionó lo emocionado que se sintió cuando Evo le contó cómo vivía de crío, para luego alabar el apoyo de éste a un mundo sin armas nucleares, justo el día en el que se publicaba que Chávez -su íntimo- había comprado misiles de largo alcance, casi cojo la suiza y me la paso por la venas. La palabra que les venía al pelo era patronizing, es que me gusta en inglés, que viene de patrón en español; pues condescendiente como que esconde lo que significa.
Después de un par de cositas más, vino Evo a hablar. Ya eran las nueve menos diez. Habló de cosas que entendí muy bien. Cosas como la balanza comercial y las reservas internacionales. Tuve el temor de preguntarles a los de mi lado, evidentemente campesinos, si habían entendido algo. Digo yo, un discurso así tiene que tener subtítulos por el mismo discurseador para ser más didáctico. Entre alabanzas al partido comunista y al humanista que me rodeaban (qué habré hecho yo para estar entre la hoz y el martillo, con lo que me gusta) hiló un discurso pasable. Iba todo bien hasta que, saltándose a la torera (influencia de la plaza, digo yo), la delicadeza que tuvo el gobierno español con los inmigrantes cuando los definió como sin-papeles, para no meterse con las leyes y con las sensibilidades del otro lado del Atlántico; dijo que él iba luchar para que dejaran de ser ilegales (sic). También planteó que iba a negociar para que los bolivianos votaran en las elecciones municipales españolas. No sé yo, pero si fuera del gobierno español le sugeriría que primero votáramos en las elecciones bolivianas (dice que este año se hace una pruebita, pero que depende de los parlamentarios que son muy malos y no quieren que votemos), antes que votar en el país huésped.
No prometió nada más. Lo que hubiera venido a cuenta hubiera sido prometer quitar los impuestos a las remesas, que Bolivia es el único país de Latinoamérica que los cobra. Puestos a prometer, que no quede nada, digo yo. También podía haber prometido igualar el tema de las pensiones, que el tratado con Latinoamérica existe, sólo que Bolivia no lo ha firmado. La embajada podría hacer bien los deberes, ¿no?
Dice el proverbio chino: "Cuando estés feliz no hagas promesas y cuando estés enfadado no escribas cartas". Al parecer, el no haber llenado la plaza cubierta no lo puso tan contento como para prometernos grandes cosas. Pero yo sí que me apliqué lo del proverbio y por eso dejé correr 24 horas, una vez los pies y el trasero se olvidaron de tan larga espera, para escribir este post con la pluma descargada.
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