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Apología del delito

Tendría unos seis o siete años, por lo que no me dejaron subir al inmenso mango. Tal vez no era tan grande como lo recuerdo, pero a mí me parecía un edificio de muchas plantas con tantas alas como ramas. Allí subió mi hermana mayor, la rubia. Estábamos con un primo que nos llevaba a la ciudad desde Loma Alta, el pueblo en el que vivía la familia materna. Paramos a la vera del camino para sacar mangas. A los brazos generosos de ese legendario árbol, se subieron los "grandes" y nos dejaron a las pequeñas al pie esperando la lluvia del delicioso fruto. Mi hermana cantaba una canción que transformó aquel hecho en algo inolvidable con banda sonora incluída. Durante toda mi vida estuve buscando esa canción pero siempre se me cruzaba una de José Luis Perales que sonaba hasta en el silencio. El nombre del autor se había ido consumiendo en el eterno brotar de nuevas voces, nuevos cantantes, aunque algunos incondicionales lo acunábamos en el recuerdo de la infancia.

Cuando me pusieron la banda ancha, me negué rotundamente a hacerme cliente de la mulita o del Ares, hasta que un día decidí probar a riesgo de ver mi ordenata invadido por mirones y bichos. Necesitaba ubicar esa canción. Puse el nombre del autor y aparecieron muy pocas, ninguna era la que buscaba. Muchos meses después, probé con el Ares y allí la encontré y la descargué. Fue reconciliarme conmigo misma. La puse mil veces y reviví aquella jornada en la que sólo me faltó la fragancia y el sabor de aquella rica fruta. La canción es de Piero y se llama "Y vos te vas". Luego probé con aquella que cantaba cuando me sentaba en el ventanal de las escaleras a mirar la calle, se llamaba "Love is blue". Me costó, pero la encontré. O aquélla que escuchaba en una discoteca de Cuzco, mientra veía caer una lluvia intensa que bañaba una de las ciudades más sorprendentes del mundo. O el tango que cantaba mi padre los domingos mientras devoraba los cuatro periódicos tomándose una cerveza al sol...

Desde hace años quería formar el soundtrack de mi vida y fuí comprando todas las selecciones de la mejor música con la intención de encontrar esas canciones sueltas. Pero eran lo mejor de lo mejor del que lo seleccionaba, canciones que le habían golpeado el alma, la suya. No la mía ni la de los demás. Estaba harta de escuchar los gustos de los otros.

Hasta que llegó internet y me ayudó a buscar uno a uno esos sonidos necesarios, que me alimentan, me subyugan y, a veces, aplastan. Pero también con la red llegó la gran confusión de los asuntos de la legalidad. Tengo la impresión de que por culpa de una mañana al pie de un mango ya puedo considerarme una pirata. No estoy sola: yo y unos cuantos millones más. Creo que las nuevas tecnologías imponen nuevas formas de derechos de autor. No basta ir a inscribirse y sentarse a esperar. Los blogs, la nueva moda, no tienen copyright, por ejemplo. Yo escribo y no recibo un duro. Pero hay gente que sí tiene ingresos, algunos muchos, dependiendo de la cantidad de gente que lo visita, y cobra, sin mediar un agente, un publicista, un editor, a la vez que se promociona. Con la música la tendencia será la misma, creo yo. Se habla de pérdida de ingresos en la industria discográfica pero yo no veo que Sony esté afectada. Ni los grandes cantantes, que siguen llevando un tren de vida de verdaderos divos, pienso en Shakira, Alejandro Sanz o Bisbal. Sus ingresos se basan en los conciertos y habría que evaluar el papel que cumple internet, el emule y el ares, en promocionarlos, y gratis. ¿No será que ahora cualquiera puede hacerse conocer a través de la red, democratizando más aún la producción de la música y pasando por alto el control de los grandes estudios? Creo que el debate no ha hecho más que empezar y la normativa internacional tendrá que ser creativa con sus respuestas. Porque no negaremos lo ridículo que es que si yo grabo una canción de la radio o una película de la tele, no estoy siendo ilegal, pero si lo descargo de internet, sí. Vaya hipocresía ¿no?

Mientras, yo me mato intentando recordar el estribillo -que es la clave- de aquella canción que cantaba las mañanas de los sábados en las que me escapaba de casa para ir a entrenar atletismo al stadium. Mi madre se oponía, pero eso es parte de otra historia, ¿u otra canción quizá?

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