(mis mujeres)
Yo solía mirarla, escondida. Pero aquella vez me mantuve más tiempo observándola. Estaba sentada en uno de esos sillones verdiblancos que teníamos en el patio. Las piernas apoyadas en otro, una sobre la otra, en un desenfado cercano al abandono. La cabeza ladeada, apenas exhibía el perfil de su hermoso rostro. La frente amplia, la fina nariz y la piel perfecta. Era como una muñeca de cera elaborada por miguelángelas manos. Pensé que si la tocaba se derretiría en mis vulgares dedos. Contemplaba la luna, hechizada, y parecía que una música interior la separaba del mundo real. Esa lejana noche, preferí irme a la cama a leer, pues intuía que ella no estaba allí.
Cuando años más tarde me confesó el deseo de partir, no dije nada. En realidad, ella nunca nos había pertenecido. Era una habitaluna. Ese tipo de persona que nunca encontrarás en la punta de tus uñas...
Aunque habíamos compartido tanta infancia, tantos juegos inventados, tantas risas. Aunque alguna vez fuímos cóncavo y convexo. Aunque fuímos cómplices para destapar los regalos de papánoel la jornada previa. Aunque una mirada bastaba para saber que no era tiempo para la palabra abierta... Yo sabía que el disfrute de su compañía siempre tenía fecha de caducidad. Por eso la absorvía...
Un regalo, las hermanas. Una dádiva, ella.
Ahora que está pasando por un mal trance, hago un nudito con la envoltura de un caramelo, en forma de un beso. Lo suelto al aire con un soplo. La esperanza, que le llegue en forma de deseo. Deseo de verla siempre mirando a la luna, como deseando irse.
La habitaluna.
Yo solía mirarla, escondida. Pero aquella vez me mantuve más tiempo observándola. Estaba sentada en uno de esos sillones verdiblancos que teníamos en el patio. Las piernas apoyadas en otro, una sobre la otra, en un desenfado cercano al abandono. La cabeza ladeada, apenas exhibía el perfil de su hermoso rostro. La frente amplia, la fina nariz y la piel perfecta. Era como una muñeca de cera elaborada por miguelángelas manos. Pensé que si la tocaba se derretiría en mis vulgares dedos. Contemplaba la luna, hechizada, y parecía que una música interior la separaba del mundo real. Esa lejana noche, preferí irme a la cama a leer, pues intuía que ella no estaba allí.
Cuando años más tarde me confesó el deseo de partir, no dije nada. En realidad, ella nunca nos había pertenecido. Era una habitaluna. Ese tipo de persona que nunca encontrarás en la punta de tus uñas...
Aunque habíamos compartido tanta infancia, tantos juegos inventados, tantas risas. Aunque alguna vez fuímos cóncavo y convexo. Aunque fuímos cómplices para destapar los regalos de papánoel la jornada previa. Aunque una mirada bastaba para saber que no era tiempo para la palabra abierta... Yo sabía que el disfrute de su compañía siempre tenía fecha de caducidad. Por eso la absorvía...
Un regalo, las hermanas. Una dádiva, ella.
Ahora que está pasando por un mal trance, hago un nudito con la envoltura de un caramelo, en forma de un beso. Lo suelto al aire con un soplo. La esperanza, que le llegue en forma de deseo. Deseo de verla siempre mirando a la luna, como deseando irse.
La habitaluna.
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el amor