Ir al contenido principal

Amiga

Si hay algo que debí lamentar profundamente es ser tan mala en eso de darle a los trastos de la cocina. Como estaba muy malita mi querida amiga Ilda, le dije que le bajaría el almuerzo. Puse todo mi interés, no lo niego. Pero el resultado fue un desastre: el consomé tenía la pasta al dente (de dinosaurio), el arroz parecía recién cosechado y el pollo tenía una repugnante forma blanquecina de seso de mono vivo. Aunque hice otros herbiditos con manzana y anís, creo que el resultado fue un verdadero desastre. Pero mi amiga -así son las amigas- lejos de quejarse, comentaba después de cada bocado, "Qué bueno está".
Veréis, Ilda es una vecina argentina que vive tres plantas más abajo. Nos conocemos hace muchísmos años, pocos después de llegar a España y es la típica vecina-amiga que está para rotos y descosidos. A ella llamé cuando me hice un corte con el cutter en el dedo que necesitó unos cuantos puntos. También la llamé cuando al despertar de la siesta de un domingo al lado de la calefacción me hice un tirón muscular, una chiripiorca al estilo chespirito en el chavo del 8, que me impedía moverme un milímetro. Es cuestión de marcar el número que está en la memoria del teléfono y ella aparecerá con su perrita en la puerta de mi casa a preguntar en qué puede ayudar.
Por eso siento mucho verla enferma. Ella, la que nos empuja a todos, incluso nos hace actuar cuando somos más bien un poco burros. La de las ideas, la que siempre está allí.
Para ella yo espero ser algo parecido. Tenemos tal onda corta que una vez comentaba a sus alumnos de teatro que si había un problema Yoss lo resolvía, apuntando con el dedo hacia arriba. A ellos les extrañaron sus referencias contínuas a Dios, sobre todo viniendo de una persona tan ácrata como ella. Cuando se enteraron que no era Dios sino Yoss se estuvieron riendo un buen rato.

Esperemos que siga la risa... Mucho, mucho tiempo más.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La vida secreta del inspector de aves de corral

Recuerdo con precisión la mágica noche en la que me entregaron las Obras Completas de Borges. Un libro con hojas sueltas, de bordes harapientos, la tapa sucia y una esquina mellada. Vista la superficie, era razonable pensar que el interior estaría plagado de tachaduras, subrayados o notas al borde. Pero no, estaba limpio. Era como si hubiera sido objeto de respeto y adoración. Tal vez, por ello mismo, con signos inevitables de las numerosas manos por las que había pasado hasta llegar a las mías. El grupo del cual formaba parte, integrado por jóvenes voluntariamente ajenos al streaming comunista, se reunía en una casa ubicada detrás del Palacio de la Revolución para escuchar el recién adquirido Carmina Burana. La anfitriona, que oficiaba de coordinadora natural, era hija de dos altos cargos de la nomenklatura cubana. De una belleza extraordinaria y nominada con el aséptico María, se había cortado el pelo al ras para dejar al aire y sin estorbos la armonía de su rostro y la perfe

Manchitas, mi constante

  Te escribo esto, mi chiquita, cuando todavía se siente tu presencia. Esos primeros días en los que piensas, pensar que hace unas horas, que ayer, que el lunes pasado... El lunes pasado, como todos los días, me levanté a las seis menos cuarto, me duché, me preparé el desayuno y me fui a desayunar contigo en el sofá. En la bandeja llevaba tres platitos, uno para ti para que desayunaras tranquila y los otros para los moscones, para que los otros chicos no te molestaran. Esta mañana, fue otra de las cosas que ya no hice, porque volví a tomar el café en la mesa, después de mucho tiempo. Y es que la esquina del sofá está sola, hay un vacío inconmensurable sin ti. Fue el sitio que elegiste para vivir tus últimos días, yo que pensé, deseé que fueras eterna pero, mortal al fin, decidiste marcharte, no sin dejarme un hueco enorme. Todos me dicen que estuviste mucho tiempo conmigo, 21 largos años. Y es verdad, has sido la gata más longeva que ha conocido nuestro veterinario. Por eso mismo, estu

Entre tú y el Ché - seis grados de separación

  Como desde hace unos 5 viajes, solemos reunirnos los tres en una distendida cena en algún restaurante de nuestra ciudad, Santa Cruz. Amigos desde los 13 años pero con un largo paréntesis de esos que se inauguran cuando te casas, tienes hijos y formas una familia, para luego retomar las viejas y esenciales amistades, resultado del perdón de la parca, que nos permite aún gozarlas; recuperamos la relación con fuerza y voluntad de mantenerla todo lo que dé el cuerpo. En esta cena, que se va alejando ya de la memoria, pisoteada por la cotidianeidad española, ambos me contaron su relación con el Ché. Ahora que se ha convertido en un trago, merced de aquel político diletante que ahora se dedica a la restauración después de haber fracasado en sus intentos de alcanzar los cielos desde Madrid, el Ché siempre ha acompañado a los bolivianos de mi generación porque fue parte de nuestra cultura, tanto como la es de los cubanos y menos de los argentinos. Cada uno de nosotros tiene una historia que