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La casa rota

En medio de un periódico abarrotado de noticias de Haití, apareció esta foto. Pensé que más una simple foto, era una metáfora: de una vida dividida por la mitad, de un cuerpo destripado, del ying y yang, de las luces y las sombras, de todos los oximorones probables... Cuando la miro, me sorprende la placidez de la parte que ha sobrevivido al derrumbe, con los muebles en su sitio; el sofá esperando una familia que se siente a ver un televisor que se esfumó con el resto de muebles, la mesa camilla con dos mantelitos a juego, la colección de libros, la plantita intacta y en el cuarto del niño, la cama a punto de ser usada mientras la diana espera unos dardos que nunca más aterrizarán en ella. Lo cierto es que cuesta imaginar cómo era la cuarta pared. La cuarta pared somos todos, como en el teatro. El público que se atreve a entrar en las intimidades de aquellos que, además de haber perdido todos sus recuerdos, han perdido eso, su intimidad. Es una foto obscena, como publicar una foto de una mujer en el paritorio. Una casa rota.
Pero hay otras casas que se rompen sin necesidad de que se hunda el edificio. Basta que su último habitante se muera. Entonces, entrarán los descendientes a destrozar el orden imperante, su orden. Revisarán hasta el último de sus confines y descubrirán todos los secretos que no se murieron con su dueño, sus secretos. Llamarán a "Reto" (la fundación de ex-drogadictos) para que se lleven los muebles y enseres que no se pueden reciclar en familia; sus muebles y enseres. Un universo de más de 50 años se deshará en pocos días, su universo. El agujero negro de la muerte absorverá toda esa galaxia que fue nido donde se celebraron todos los acontecimientos familiares más relevantes.
En realidad, lo que me molesta de la muerte de la abuela de mis hijas, es que significa el fin de una etapa. Ya me impactó el que se llevaran la caseta de la ONCE de la puerta de mi casa; sí, aquel pequeño espacio que alguna vez sirvió para vender la lotería de los ciegos, pero también para que mis hijas jugaran al escondite. Ahora desaparece otro de sus espacios: la casa de su abuela. Ya no tendrán los cuartos en los que jugaban, se escondían, se peleaban. Porque las abuelas no son sólo personas, son mundos enteros y cuando se mueren desaparecen voces, olores, colores, recuerdos, historias...
Game over!

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