El primer invento humano capaz de romper la barrera del sonido no fue, precisamente, un avión supersónico, sino algo más simple, un artilugio utilizado para subyugar, torturar y esclavizar, hecho generalmente de cuero animal, llamado látigo. Creado hace 700 años por los chinos (obviamente), su velocidad fue medida en 1927 gracias a la invención de la fotografía de alta definición. El chasquido que produce el látigo se debe a una explosión sónica que tiene una velocidad de 742 mph.
Pues ese invento es usualmente utilizado en ciertas culturas como castigo legal a ciertas afrentas. Hace unos meses, en Bangladesh, un grupo de notables de un pueblo sentenció a una niña de 14 años a recibir 100 azotes por haber mantenido relaciones sexuales con un hombre casado de 40 años. En realidad, se trataba de una violación. Lo más grave del asunto fue que, cuando iban por el número 90, la cría se desmayó: tenía los riñones destrozados por tantos golpes. Murió 9 días después. Lastimosamente, parece que este no es, ni será un hecho aislado. En estos días, el bárbaro gobierno de Irán ha condenado a una actriz iraní a 100 latigazos por haber actuado en una película crítica con el sistema. Ya sabemos que los iraníes no se caracterizan precisamente por la defensa de los derechos humanos, ya que también han sentenciado a la pena de muerte a un cristiano, pero tienen especial empeño en “moderar” a sus mujeres de todas las formas imaginables, amparados en un libro escrito hace 1600 años.
Ayer, en uno de los múltiples foros que se inauguran cada día en facebook, hablando sobre este tema, una mujer me instaba a respetar “las culturas”. Yo creo que esa palabra es como un inmenso saco donde todo cabe, lo mismo la ablación que los sacrificios humanos; el toro de la vega o la procesión de la virgen del Rocío; el uso del mortero y el lavado de ropa en el río, y así, un largo etcétera. Creo que debemos llegar a un punto en común respecto a este tema poniendo un límite a su respeto: es decir, una cultura debe mantenerse cuando no es sinónimo de pobreza y no hace daño ni al prójimo ni tampoco al medio ambiente (considerando que la visión antropocéntrica ha sido superada por la realidad). Y sobre todo, por encima de todo, no se puede respetar la cultura que subyuga al 50% de la población, bajo ningún justificativo.
Tengo pocas cosas claras como principios, puesto que he militado en demasiados movimientos que han terminado en tratos sectarios que me han hecho escéptica e iconoclasta. Uno de ellos, es el tema de la igualdad de oportunidades de las mujeres. En la medida en que las sociedades se desarrollan, el papel de éstas adquiere un protagonismo indiscutible y su aporte a la ciencia, el deporte, la cultura y el buen gobierno es más que notable. Salvo raras excepciones de mujeres que, más bien, avergüenzan al resto de sus congéneres (tal el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, por ejemplo) porque se comportan como el peor de los hombres, la inmensa mayoría ha modificado para bien el entorno que la rodeaba. Por eso, creo firmemente que la participación de las mujeres en la sociedad es el síntoma de que ésta es saludable. Y baso en ello mis apoyos a los gobiernos y sistemas, por eso, nunca, es decir, nunca, estaría del lado de los musulmanes, bajo ningún concepto.
Por esta razón, creo que lo que nos corresponde a las que gozamos de los privilegios de vivir en una zona del planeta en el que la situación de las mujeres no alcanza los niveles de maltrato de otras latitudes, es solidarizarnos con ellas y hacer cuanto esté a nuestro alcance por ayudar a cambiar una forma de actuación basada en la cultura, por lo tanto, susceptible de ser modificada.
Bajo esta perspectiva y en vista de que Ahmadineyad, el temible, amenaza con visitar Bolivia, espero que las ministras bolivianas se solidaricen con sus hermanas de género y repudien la actuación del visitante con las mujeres iraníes, y para empezar, no se sometan, como ya lo hicieran antes, a usar el pañuelo de la vergüenza. Que si es de uso obligado en Irán, presuntamente por respeto a esa “cultura”, este señor debería ser respetuoso con la nuestra, pues a las bolivianas nos gusta lucir nuestra cabellera, con trenza, suelto o en moño, y sólo usamos pañuelo cuando de lo que se trata es de esconder los ruleros.
De paso, lo recibiría en el aeropuerto no con aviones supersónicos, sino látigo en mano y dando chasquidos en el suelo, para demostrarle que conocemos de qué lado van sus perversiones…
¿Tirarle un zapato? Tampoco estaría de más…
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