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Belén

Yo tuve un primo. Veréis. Este primo gozaba echándote bromas, a veces a costa tuya. Para los que penséis que ese es un rasgo desagradable, os diré que es algo a lo que hay que acostumbrarse en tratándose de vivir en mi ciudad, donde la broma permanente es un rasgo de distinción. Pero a este mi primo le costó la vida. Nadie supo nunca las razones por las cuales su compañero de caza decidió gastar una bala en él antes que en un jabalí. Este fulano solamente adujo que no le había gustado la broma. Mi primo salió de la selva con los intestinos en la mano y murió en el micro al que había conseguido subir a duras penas. Dejó huérfanos a tres niños pequeños.
Una de ellas, Belén, había cogido tuberculosis con apenas tres meses de edad. En toda su vida, no tuvo más que un año sin toser, porque -¡Ay! país, país, país- nunca la curaron bien. Hace unos años, cuando esta criatura tenía ocho, fui a Bolivia con mis hijas y las niñas se volvieron grandes amigas. Yo solía ponerle inyecciones de antibióticos fuertísimos en ese cuerpo tan pequeño y frágil. Ella se ponía en posición con una mansedumbre extraña, para que yo la pinchara. La pobre niña tenía la esperanza de que mi mano fuera mágica y le sustrajera aquel mal que no la dejaba ni dormir. A mí me dolía el alma.
Ella fue empeorando e incluso le sacaron medio pulmón, puesto que ya casi no funcionaba y empezó a vivir a medio pulmón y nunca mejor dicho. Pero iba tirando. Hasta que un día decidió tomar una decisión suicida. Tal vez porque ya estaba cansada de vivir una vida a medias, sin perspectivas, de horizonte corto. Se enamoró e hizo bien. Disfrutó del amor y, contra la opinión de todos, familia, médicos y entorno, decidió quedarse embarazada, a sabiendas de que eso le acortaría la vida. Y sí. Los bebés chupan la esencia de las madres, incluso cuando éstas están fuertes. Y éste hizo lo propio, hasta dejarla exhausta. Tosía y vomitaba todo el tiempo. La hospitalizaron un par de veces y los médicos quisieron quitarle el bebé y ella decidió que no, que quería que estuviera con ella. Tal vez consciente de que se iba a morir y no quería dejarlo solo, tal vez porque ella había sufrido la soledad de los huérfanos. El domingo, Belén se cansó de luchar, pero su cuerpo recién la escuchó ayer, martes, a las tres de la mañana, hora local. Tenía 17 años.
Y así se marchó mi amada Belén. Mi mentalidad budista me dice que al fin ha conseguido el descanso, que tal vez se reencarne en una vida mejor, pagado ya el karma que cargaba. Eso me dice el cerebro, pero mi corazón sufre ante esta nueva pérdida, que suma la cuarta en lo que va de año. Sé que es egoísta de mi parte, pero creo que no puedo dejar marchar a alguien que he querido tanto sin, al menos, derramar una lágrima.
Según el Libro Egipcio de los Muertos decir el nombre de los muertos restaura su vida otra vez y les vuelve a dar el aliento. Tal vez porque de esa manera permanecen vivos en nuestro recuerdo.
Por lo tanto, repito tu nombre para que sepas que vivirás en mí: Belén, Belén, Belén...

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