Los kaulong, de Nueva Bretaña, consideran a las mujeres agentes contaminantes. Estoy segura de que el cien por cien de las personas no sabe quiénes son los kaulong, pero no importa. Lo que importan son las conclusiones a las que han llegado los antropólogos a partir del estudio de este grupo humano.
Analizando las hipérboles sociales podemos llegar a conclusiones que nos ayuden a ver la realidad en la que nos movemos. Porque para que nos consideren agentes contaminantes hay una simbología que me interesa para este análisis puntual y es el hecho de relacionar mujer-naturaleza y hombre-cultura; es decir, es bien sabido que el androcentrismo es lo que hace que el hombre (sic) tenga que controlar, dominar, destruir, modificar, aplastar a la naturaleza y si se considera a la mujer como parte de ella, no es extraño encontrar las mismas actitudes de abuso, propiedad, coacción, sometimiento, superioridad, hacia las mujeres en general, sin necesidad de ser de la tribu kaulong.
En estos días han habido tres hechos significativos sucedidos en las antípodas geográficas y en los extremos ideológicos. El primero, de parte de la "supuesta" izquierda, con un Evo Morales vilipendiando a sus pares mujeres en su gobierno, aupado por algunas de sus ministras. El segundo, al otro lado del Atlántico, el fiel representante de la derechona española y actual ministro de justicia, AlbertoRuiz Gallardón, planteando en el parlamento que hay que eliminar el derecho al aborto para que las mujeres puedan ser madres y así llegar a ser "auténticas mujeres". El tercero, el alcalde de Santa Cruz, Percy Fernández, que no tiene nada que ver ni con uno, ni con el otro, le pasa la mano por el trasero a la política Desirée Bravo, en pleno discurso de ésta, ante las cámaras de televisión y apoyado por la risa cómplice de los testigos. Aunque pidió disculpas después, ahí queda el oprobio.
Los tres casos son piezas de antología de la mayor manifestación del machismo cavernario, aceptado por algunos de machos de su especie (leer los comentarios en los foros es para cortarse las venas) y por las mujeres que se sienten primero identificadas por su "ideología", léase derecha, izquierda o lo que sea, antes que con su condición genérica. Lamentablemente, no son los únicos, porque cada día, en la calle, en la escuela, en el trabajo, en el autobús, en el metro, donde sea, las mujeres tenemos que soportar a estos señores sin rechistar, pues si lo haces, enseguida te cae una retahíla de insultos.
Porque claro, para estos antediluvianos, las mujeres somos unos objetos, eso sí naturales, a los que sólo se respeta en su calidad de reproductoras y que no pueden cumplir una función social, cultural o económica más allá de ese ámbito, sin pagar un alto precio.
Me parece deprimente que a estas alturas de la historia todavía tengamos que hacer notar sucesos como estos, cuando deberían quedarse en los anaqueles de las bibliotecas, en las páginas relativas a los kaulong, para ser diseccionados por los antropólogos, como algo sito en un pasado remoto y cuasi olvidado.
Qué hartita estoy de estar escribiendo sobre ello cuando pensé que ya debería estar superado... Siempre conciente de que si la naturaleza nos está dando un guantazo con el cambio climático, lo mismo deberíamos hacer las mujeres y, para empezar, por ejemplo, darles el guantazo en las urnas y no votar por ellos... Sería un principio nada desdeñable (por si acaso, nunca voté por ninguno de los tres).
Analizando las hipérboles sociales podemos llegar a conclusiones que nos ayuden a ver la realidad en la que nos movemos. Porque para que nos consideren agentes contaminantes hay una simbología que me interesa para este análisis puntual y es el hecho de relacionar mujer-naturaleza y hombre-cultura; es decir, es bien sabido que el androcentrismo es lo que hace que el hombre (sic) tenga que controlar, dominar, destruir, modificar, aplastar a la naturaleza y si se considera a la mujer como parte de ella, no es extraño encontrar las mismas actitudes de abuso, propiedad, coacción, sometimiento, superioridad, hacia las mujeres en general, sin necesidad de ser de la tribu kaulong.
En estos días han habido tres hechos significativos sucedidos en las antípodas geográficas y en los extremos ideológicos. El primero, de parte de la "supuesta" izquierda, con un Evo Morales vilipendiando a sus pares mujeres en su gobierno, aupado por algunas de sus ministras. El segundo, al otro lado del Atlántico, el fiel representante de la derechona española y actual ministro de justicia, AlbertoRuiz Gallardón, planteando en el parlamento que hay que eliminar el derecho al aborto para que las mujeres puedan ser madres y así llegar a ser "auténticas mujeres". El tercero, el alcalde de Santa Cruz, Percy Fernández, que no tiene nada que ver ni con uno, ni con el otro, le pasa la mano por el trasero a la política Desirée Bravo, en pleno discurso de ésta, ante las cámaras de televisión y apoyado por la risa cómplice de los testigos. Aunque pidió disculpas después, ahí queda el oprobio.
Los tres casos son piezas de antología de la mayor manifestación del machismo cavernario, aceptado por algunos de machos de su especie (leer los comentarios en los foros es para cortarse las venas) y por las mujeres que se sienten primero identificadas por su "ideología", léase derecha, izquierda o lo que sea, antes que con su condición genérica. Lamentablemente, no son los únicos, porque cada día, en la calle, en la escuela, en el trabajo, en el autobús, en el metro, donde sea, las mujeres tenemos que soportar a estos señores sin rechistar, pues si lo haces, enseguida te cae una retahíla de insultos.
Porque claro, para estos antediluvianos, las mujeres somos unos objetos, eso sí naturales, a los que sólo se respeta en su calidad de reproductoras y que no pueden cumplir una función social, cultural o económica más allá de ese ámbito, sin pagar un alto precio.
Me parece deprimente que a estas alturas de la historia todavía tengamos que hacer notar sucesos como estos, cuando deberían quedarse en los anaqueles de las bibliotecas, en las páginas relativas a los kaulong, para ser diseccionados por los antropólogos, como algo sito en un pasado remoto y cuasi olvidado.
Qué hartita estoy de estar escribiendo sobre ello cuando pensé que ya debería estar superado... Siempre conciente de que si la naturaleza nos está dando un guantazo con el cambio climático, lo mismo deberíamos hacer las mujeres y, para empezar, por ejemplo, darles el guantazo en las urnas y no votar por ellos... Sería un principio nada desdeñable (por si acaso, nunca voté por ninguno de los tres).
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