Ir al contenido principal

El abanico de seda

La terrible tradición del vendado de pies en la China anterior a la revolución cultural, sirve de partida a la sutil novela de Lisa See, El abanico de seda, que se lee con deleite y de un sólo tirón. See nos conduce por los laberintos de las tradiciones chinas que fueron un compendio de lo que Marcela Lagarde llama los cautiverios de las mujeres: cuando eres hija, debes obedecer al padre, luego al esposo y, a la muerte de éste, al hijo. Disecciona con la palabra la terrible condición de las mujeres en un país y una época en la que la mayor desgracia familiar era tener hijas mujeres y el mayor premio que los vástagos fueran varones, aunque estos mismos no pudieran sobrevivir sin el servicio obediente y manso de las hijas y las nueras, aptas para todo servicio.
Como siempre, las perpetuadoras de tal horror eran las propias mujeres. Las encargadas de formar nuevas sirvientas para las familias receptoras, ante todo las responsables del loto dorado, la deformación de los pies de sus hijas con tal de convertirlos en monstruosos miembros de no más de siete centímetros, lo que implicaba la rotura de huesos a través de un vendado que se iniciaba en la corta infancia, como máximo a los siete años. Las consecuencias para la salud de estas mujeres eran inimaginables: las que no morían en el proceso, nunca más podrían caminar como una persona normal y tendrían que ser cargadas, a veces a hombros; aunque eso sí, esos pies castigadores eran considerados sensuales para los hombres de la época, lo cual impulsaba aún más el temible castigo al destino de haber nacido mujer.
La revolución cultural acabaría con tan terrible tradición, pero no con el objetivo de ampliar los derechos de las mujeres, puesto que con el hijo único se ha demostrado que el desprecio a éstas sigue en pie, sino porque ésta pertenecía a las clases acomodadas, las campesinas eran denominadas pies grandes, lo que era la señal de pertenencia al grupo subordinado, entonces la asimiliación de toda la población a un grupo social pasaba por que todas las mujeres tuvieran los pies normales. Tal vez, una de las pocas cosas rescatables de la revolución cultural.
Como no todo puede ser oscuridad, esas mujeres oprimidas, maltratadas, ninguneadas, encontraron una forma de rebelarse muy delicada: crearon su propio lenguaje, hablado y escrito: el nushu, 女书, que vendría a ser el refugio ante tanta violencia, una especie de quinta dimensión en la cual sólo cabían las mujeres, un salvavidas al cual se acogían para soportar la ignominia.
Con todos estos elementos, Lisa See, hila finamente una historia con un par de protagonistas potentes, dos niñas que son elegidas para ser almas gemelas, las llamadas laotong, 老同, para compartir sus vivencias hasta que el destino decida separarlas para siempre. La vía de comunicación era a través de un abanico de seda en el cual escribían, en ese lenguaje reservado sólo para ellas, mensajes, memorias, deseos, tribulaciones, utilizando el poderosísimo bagaje de metáforas que ofrece el idioma chino, esos caracteres que tienen doble vía, por un lado, suenan con armonía y por el otro, tienen un significado hermoso.
Creo que el libro en sí, aparte de revelarnos un pedazo vital de la historia de China, es un canto a la amistad entre mujeres y a dónde va ésta cuando no se impone límites, cuando vence todos los escollos culturales que dicen que no es posible y cuando puede ser fruto de una revolución personal y una forma de rebelión al horror del cotidiano. Cuando se ha tenido amigas tan maravillosas como las protagonistas, es fácil vivir la lectura de El abanico de seda de una forma más intensa. Cada palabra, cada momento, cada escena, cada secuencia tiene el poder de arrastrarte hacia sus páginas para convertirte en un testigo presencial de ellos, un testigo que empatiza y que sufre con sus protagonistas.
Me ha gustado tanto, que es una deuda con mis amigas, aunque la que en justicia debería haberlo tenido entre manos, mi laotong Ilda Fava, ya no pueda recibirlo, hay otras que sí...
Un gran regalo pendiente.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Otro 30 de junio sin Lizandro

 Cada treinta de junio, desde que partiste, es un golpe con cristales rotos, un tren parado a las tres de la madrugada en un páramo frío, una tentación de volar al vacío, un sinónimo de ausencia, soledad, nostalgia. Son nueve ya. Y en todos estos años, tu recuerdo ha sido constante e imborrable, como si el tiempo, lejos de borrarte, se empeñara en traerte cada día. Y es que cuando has amado a alguien, el amor se mantiene imperturbable, a pesar de las separaciones.  Y yo te hablo y te pido favores, porque siento que estás conmigo. Tal vez sea una manera de mantenerte vivo, no lo sé, pero me ayuda a conjurar otras ausencias. Ya sabes que no creo en santos ni aparecidos, pero sin embargo, en esos momentos en que necesito un ángel que proteja a mis bienamadas, te hablo y te digo: querido Lizandro, cuídalas. Dice Jeff Dune, doctor en física nuclear, que existimos más allá de lo físico, que la noción del tiempo y el espacio son solo herramientas que nos ayudan a dar sentido a nuestras experi

Entre tú y el Ché - seis grados de separación

  Como desde hace unos 5 viajes, solemos reunirnos los tres en una distendida cena en algún restaurante de nuestra ciudad, Santa Cruz. Amigos desde los 13 años pero con un largo paréntesis de esos que se inauguran cuando te casas, tienes hijos y formas una familia, para luego retomar las viejas y esenciales amistades, resultado del perdón de la parca, que nos permite aún gozarlas; recuperamos la relación con fuerza y voluntad de mantenerla todo lo que dé el cuerpo. En esta cena, que se va alejando ya de la memoria, pisoteada por la cotidianeidad española, ambos me contaron su relación con el Ché. Ahora que se ha convertido en un trago, merced de aquel político diletante que ahora se dedica a la restauración después de haber fracasado en sus intentos de alcanzar los cielos desde Madrid, el Ché siempre ha acompañado a los bolivianos de mi generación porque fue parte de nuestra cultura, tanto como la es de los cubanos y menos de los argentinos. Cada uno de nosotros tiene una historia que

Erick y el tiempo

 Nunca es fácil escribirle a los amigos que se han ido y ya tengo una edad en la que me ha tocado despedir a muchos. El lunes 5 me llamaron del hospital para decirme que habías tenido una parada respiratoria y yo ya supe (lo supe cuando vi que la llamada era a una hora inesperada) que ya nada se podía hacer por ti, por lo que no me hacía falta la segunda llamada (a los 20 minutos) para certificarlo.  Fuimos a verte una vez más. Llevábamos nueve días tomando varios metros y un autobús en medio de la nada, de una parada que alcanzaba los 47 grados, para ir a verte la media horita que nos permitían. Era cuando yo te hablaba y te decía que te esperábamos todos, tus otros amigos gatos y nosotros. Pero media hora de amor no era suficiente para tapar todo el dolor que te provocaban las intervenciones médicas, justificables porque intentábamos todo -los veterinarios y nosotros- para salvarte. Pero tu pobre cuerpecito, invadido por sueros y sondas no pudo más. El día domingo 4 ya llorabas de do