Lo recomendable cuando sales al campo o a la montaña es llevar siempre un kit de supervivencia, además del agua y el sombrero, obviamente. Los expertos recomiendan que, como mínimo, éste debería contener: una navaja multiusos, una linterna, un encendedor, globos de agua (yo tampoco imagino para qué), un silbato, dinero y un recipiente para guardar estos objetos, que puede ser una botella, un llavero o una riñonera. Los militares se complican más la vida, pero creo que ésto bastará para sobrevivir hasta que venga la ayuda, porque imagino que a nadie se le ocurrirá irse al Salar de Uyuni a pie (¿o sí?).
Pero para sobrevivir al día a día que nos toca atravesar a cualquier bicho humano yo recomendaría los siguientes consejillos, en forma de kit oral, que es lo que he intentado inculcar a mis hijas, aunque confieso que, a veces, mis métodos fueran poco ortodoxos:
El primerísmo es: mantener la higiene ante todo, bajo cualquier circunstancia y en cualquier sitio. Si no tienes agua, practica el baño SoPaPo con el cuarto de litro que te queda para beber. Ya saben, lavarse las partes susceptibles de generar olores. A éstas, sumarle la carrocería, es decir, los dientes. No vaya a ser que les pase lo de aquel tailandés que por no hacerlo, le salió un brote verde en una muela. Era tan guarro el tío, que la semilla de una alubia se le metió en una muela y allí mismo le salieron hojitas y poco faltó para que también floreciera. Imagino la cara del dentista. Yo, por mi parte, estoy revisando mis conocimientos de fotosíntesis porque, a no ser que durmiera con la boca abierta y le entrara luz, no me lo explico. Y aqui viene el cuento de cómo solventé la resistencia de mis pequeñas hijas a la hora de lavarse la dentadura antes de dormir, cuando todavía usaban pañales. Como las caries son invisibles y era imposible demostrarles que eran monstruosas, les dije, en el mejor estilo leslutheriano: Mirá, nena, como no te laves los dientes, vendrán las cucharachas, las más grandotas, a comerse el resto de comida de tus labios. Créanme, ¡santo remedio!
El segundo, es tener siempre un plan B. Sé que manejar las frustraciones es un signo de madurez, pero el consejo viene de alguien que estrelló su mandolina en el suelo en una de ellas (de mis frustraciones); así que, como no tengo un control mental estilo Silva, lo he solucionado arbitrando siempre un plan adicional. Me ha pasado que, muchas veces, ese plan se convierte en el fundamental, el entusiasmado, la opción mejor; lo cual es poco recomendable puesto que, si funciona el original, tienes que rehacerte otra vez y descartar el otro, lo cual es un incordio a prueba de balas. Ya me he enredado, lo sé, y es un poco supercalifragilístico, pero funciona. Sí que funciona. Lo digo yo, que nunca he tenido que recurrir a un plan C, pero de haberlo necesitado, lo hubiera buscado y si éste también hubiera fracasado, me quedaban todavía muchas letras hasta llegar a la zeta.
El tercero, que lo aplico aquellas veces en que desearía no vivir mi vida, cuando quisiera que fuera otro u otra el que me habitara, que suele pasarme cuando tengo una malísima noticia, o frente a un ataúd, o ante una alta traición de esas que duelen como alfileres bajo las uñas; consiste en cerrar los ojos y desear que sea mañana..., que transcurra una semana..., luego un año... No sé por qué razón, inexplicable para mi, el cerebro ubica el suceso en un rango relativo, de fluidez, de que todo, lo bueno como lo malo, tiende a pasar. Y te sientes mejor, y puedes afrontar la negra circunstancia con dignidad. Parece una tontería, pero me ha funcionado siempre. Y así han pasado treinta..., veinte... y 11 años desde que...
Los últimos tres consejos vienen de la mano de un cuento con moraleja. Este cuento, fábula en realidad, es como las historias de antes, esas que iban de boca en boca esperando quién las escribiera. Y su Esopo particular fue Jesús Días, que lo reseñó en "Las iniciales de la tierra" (gran libro, gran escritor) y, como son muy sabios los consejos, los comparto con ustedes, mis amables amig@s, en mi propia y particular versión:
Un hermoso pollito se había alejado de su mamá gallina por perseguir una mariposa. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde: mamá gallina con sus hermanitos se había perdido de vista. Muy pronto, esta manchita amarilla y ruidosa fue captada por la aguda vista de un gavilán que, presuroso, se dispuso a utilizarlo como almuerzo. Bajó raudo y veloz, pero el pollito se percató y salió huyendo. El pobre animalito corría acullí acullá intentando escapar de su captor cuando, de pronto, vio a una apacible vaca que se alimentaba sin premura en el verde campo. Corriendo, se puso delante de ella y con voz chillona, agitada y repipi, le pidió: "Señora vaca, señora vaca, escóndame". Y la vaca, ni corta ni perezosa, le dijo: "Cómo no, pollito, ponte detrás de mí..." El pollito la obedeció y, de pronto, le cayó una plasta de mierda que lo cubrió entero. En ese momento, pasó el gavilán, extrañado de no ver el amarillo plumaje, tan vistoso e inevitable él. Pasó una vez, pasó otra vez y nada. Mientras, dentro de la plasta de mierda, el pollito comenzó a sentirse asfixiado y trató de ventilarse con dificultad con su alita pero, empujado por la pestilencia y el calor, sintió la necesidad de sacar la cabecita y eso hizo, a la vez que gritaba aliviado: ¡PÍOO!! En ese instante, el gavilán, que estaba atento a cualquier movimiento o ruido, lo vio y oyó y bajando velozmente, se lo zampó de un bocado sin remilgos, ni servilleta.
Se acabó la fábula y ahora empieza la moraleja: No todo el que te tira mierda es tu enemigo. Ni quien te saca de la mierda es precisamente tu amigo. Y cuando estés de mierda hasta la coronilla, ¡no digas ni pío!
Traducido: ante todo y sobre todo frente a los que te destestan, sonríe. Con los que amas, sonríe aún más, y vive la vida consciente de que cada minuto que pasa puede ser el último. Aprende de los AA que acostumbran vivir un solo día por día, que el mañana es una quimera y que las despedidas están detrás de cada esquina... ;)
Pero para sobrevivir al día a día que nos toca atravesar a cualquier bicho humano yo recomendaría los siguientes consejillos, en forma de kit oral, que es lo que he intentado inculcar a mis hijas, aunque confieso que, a veces, mis métodos fueran poco ortodoxos:
El primerísmo es: mantener la higiene ante todo, bajo cualquier circunstancia y en cualquier sitio. Si no tienes agua, practica el baño SoPaPo con el cuarto de litro que te queda para beber. Ya saben, lavarse las partes susceptibles de generar olores. A éstas, sumarle la carrocería, es decir, los dientes. No vaya a ser que les pase lo de aquel tailandés que por no hacerlo, le salió un brote verde en una muela. Era tan guarro el tío, que la semilla de una alubia se le metió en una muela y allí mismo le salieron hojitas y poco faltó para que también floreciera. Imagino la cara del dentista. Yo, por mi parte, estoy revisando mis conocimientos de fotosíntesis porque, a no ser que durmiera con la boca abierta y le entrara luz, no me lo explico. Y aqui viene el cuento de cómo solventé la resistencia de mis pequeñas hijas a la hora de lavarse la dentadura antes de dormir, cuando todavía usaban pañales. Como las caries son invisibles y era imposible demostrarles que eran monstruosas, les dije, en el mejor estilo leslutheriano: Mirá, nena, como no te laves los dientes, vendrán las cucharachas, las más grandotas, a comerse el resto de comida de tus labios. Créanme, ¡santo remedio!
El segundo, es tener siempre un plan B. Sé que manejar las frustraciones es un signo de madurez, pero el consejo viene de alguien que estrelló su mandolina en el suelo en una de ellas (de mis frustraciones); así que, como no tengo un control mental estilo Silva, lo he solucionado arbitrando siempre un plan adicional. Me ha pasado que, muchas veces, ese plan se convierte en el fundamental, el entusiasmado, la opción mejor; lo cual es poco recomendable puesto que, si funciona el original, tienes que rehacerte otra vez y descartar el otro, lo cual es un incordio a prueba de balas. Ya me he enredado, lo sé, y es un poco supercalifragilístico, pero funciona. Sí que funciona. Lo digo yo, que nunca he tenido que recurrir a un plan C, pero de haberlo necesitado, lo hubiera buscado y si éste también hubiera fracasado, me quedaban todavía muchas letras hasta llegar a la zeta.
El tercero, que lo aplico aquellas veces en que desearía no vivir mi vida, cuando quisiera que fuera otro u otra el que me habitara, que suele pasarme cuando tengo una malísima noticia, o frente a un ataúd, o ante una alta traición de esas que duelen como alfileres bajo las uñas; consiste en cerrar los ojos y desear que sea mañana..., que transcurra una semana..., luego un año... No sé por qué razón, inexplicable para mi, el cerebro ubica el suceso en un rango relativo, de fluidez, de que todo, lo bueno como lo malo, tiende a pasar. Y te sientes mejor, y puedes afrontar la negra circunstancia con dignidad. Parece una tontería, pero me ha funcionado siempre. Y así han pasado treinta..., veinte... y 11 años desde que...
Los últimos tres consejos vienen de la mano de un cuento con moraleja. Este cuento, fábula en realidad, es como las historias de antes, esas que iban de boca en boca esperando quién las escribiera. Y su Esopo particular fue Jesús Días, que lo reseñó en "Las iniciales de la tierra" (gran libro, gran escritor) y, como son muy sabios los consejos, los comparto con ustedes, mis amables amig@s, en mi propia y particular versión:
Un hermoso pollito se había alejado de su mamá gallina por perseguir una mariposa. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde: mamá gallina con sus hermanitos se había perdido de vista. Muy pronto, esta manchita amarilla y ruidosa fue captada por la aguda vista de un gavilán que, presuroso, se dispuso a utilizarlo como almuerzo. Bajó raudo y veloz, pero el pollito se percató y salió huyendo. El pobre animalito corría acullí acullá intentando escapar de su captor cuando, de pronto, vio a una apacible vaca que se alimentaba sin premura en el verde campo. Corriendo, se puso delante de ella y con voz chillona, agitada y repipi, le pidió: "Señora vaca, señora vaca, escóndame". Y la vaca, ni corta ni perezosa, le dijo: "Cómo no, pollito, ponte detrás de mí..." El pollito la obedeció y, de pronto, le cayó una plasta de mierda que lo cubrió entero. En ese momento, pasó el gavilán, extrañado de no ver el amarillo plumaje, tan vistoso e inevitable él. Pasó una vez, pasó otra vez y nada. Mientras, dentro de la plasta de mierda, el pollito comenzó a sentirse asfixiado y trató de ventilarse con dificultad con su alita pero, empujado por la pestilencia y el calor, sintió la necesidad de sacar la cabecita y eso hizo, a la vez que gritaba aliviado: ¡PÍOO!! En ese instante, el gavilán, que estaba atento a cualquier movimiento o ruido, lo vio y oyó y bajando velozmente, se lo zampó de un bocado sin remilgos, ni servilleta.
Se acabó la fábula y ahora empieza la moraleja: No todo el que te tira mierda es tu enemigo. Ni quien te saca de la mierda es precisamente tu amigo. Y cuando estés de mierda hasta la coronilla, ¡no digas ni pío!
Traducido: ante todo y sobre todo frente a los que te destestan, sonríe. Con los que amas, sonríe aún más, y vive la vida consciente de que cada minuto que pasa puede ser el último. Aprende de los AA que acostumbran vivir un solo día por día, que el mañana es una quimera y que las despedidas están detrás de cada esquina... ;)
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Ed.