Ir al contenido principal

Coné




Un día como hoy hace seis meses, con tu desaparición, se inauguró la zozobra en mi vida. Asimilé entonces lo que decían las madres de los desaparecidos: que la desaparición era peor que la muerte porque implicaba el vilo permanente pensando en si sus hijos sufren de hambre, sed, frío o soledad.

Tu historia se parece a la de miles de gatos, otrora mascotas, dejados en cualquier sitio  por equisyeozeta razones. Apareciste en el parking de la colonia, negro, negrito, horrorizado porque no entendías por qué un día estabas feliz con una familia y al otro te encontrabas librado a tu suerte, rodeado de amenazantes coches o niños con ganas de pasar un rato divertido maltratando a los animales. Pronto nos dimos cuenta que eras muy manso y que, evidentemente, se trataba de un abandono. Te acercabas a nosotras e intentabas conquistarnos con tus roces y maullidos. Te bauticé con el nombre de Coné en homenaje al personaje de mi infancia, el sobrino de Condorito, una revista chilena muy graciosa donde se reflejaban los chistes que me acompañarían siempre. Uno de ellos relataba la vez que Condorito decide bautizar a su sobrino. Cuando el cura le pregunta el nombre, él le dice: Ugenio, padrecito. El Padre le corrige, con é. Y él insiste, Ugenio, padrecido. No, Condorito, vuelve a corregir, es con é. Y Condorito decide llamarle Coné. Me parecía un nombre único que nunca se me había ocurrido utilizar.

Pero casi nunca venías cuando te llamábamos así, a veces llegué a creer que pensabas que te llamabas “Ven”, porque eras muy obediente y venías corriendo cuando yo te lo decía. Y cuando veía a muchos niños, te decía: ¡corre por tu vida! Y corrias, claro.

Y es que eras mi inseparable compañero de tardes en la colonia. Durante los tres años que viviste allí, yo solía llegar y eras el primero al que alimentaba y el que más comía. Luego te llamaba y aunque temías a las personas que van a este centro deportivo, te sentías seguro conmigo, sabías que siempre te iba a defender –ya lo había hecho numerosas veces de la gente que temía a los gatos negros- y corrías a mi lado como un perrito faldero. Había una relación muy directa entre tú y yo, nos comunicábamos, nos entendíamos. Luego, cuando le daba de comer a los del polideportivo y me sentaba en el banco que está al lado de la fuente, tú venías y te ponías encima de mí. Era cuando te acariciaba y te llamaba hijo y era como si entendieras que sí lo eras. Yo así lo sentía. 

Cuando te llevamos a la veterinaria para esterilizarte, apoyaste tu cabecita en las manos de todas las que estábamos allí y la doctora lo interpretó como la necesidad que tenías de tener una casa y que querías que alguna de nosotras te llevara consigo. 

Pasaba el tiempo y yo veía que, a pesar de la dureza de vivir en la calle, en ese sitio tú estabas bien, libre y con posibilidades de recorrer kilómetros sólo dentro de la manzana que ocupa el espacio deportivo. Te gustaba correr y subir a los árboles por ello consideraba que sería una tortura encerrarte en un espacio pequeño. Luego este argumento me pasaría factura. 

En diciembre, decidí traerme a otro de los gatos mansos y fue como se inaugurara un quiebre para mí. Me sentía injusta dejándote allí pero no podía materialmente ofrecerte nada mejor. Y fue como si te hubieras dado cuenta.

Tu presencia era importante para todos los que fungimos de alimentadores, te queríamos y nos preocupaba tu bienestar. De esta manera, hacíamos y lo seguimos haciendo, un inventario de si habíamos visto a uno o a la otra. En todos estos años de hacer seguimiento a los gatos de allí, hemos visto desaparecer a muchos, tal vez aplastados entre las ruedas de los coches o envenenados, como ocurrió con la mami. Cuando están muy enfermos y la muerte es inminente, tratamos de que sea lo más compasiva posible, que fue lo que hicimos con la gata que vivía en el mismo lugar que tú, Carey.

El 14 de febrero, una amiga mía quería conocer la colonia y quiso ir conmigo. Durante la caminata yo iba contándole aspectos de tu carácter y diciéndole que le encantaría conocerte. Cuando llegamos, ya me mosqueó que no estuvieras esperando como lo hacías todos los días. Llamé a Rubén, el alimentador del día anterior y él me dijo que sí habías estado el día lunes. Alguna vez me pasó que te encontré arriba cuando ya me iba y era el mínimo de esperanza que tenía. No estuviste. 

Entre todos te buscamos esa noche, al día siguiente, de noche y de día. Fuimos por todos los sitios en los que podríamos encontrarte, incluso a otras colonias vecinas. Nada. Desapareciste sin dejar rastro. Eras sólo un gato negro para mucha gente. Para mí, eras mi hijo peludo.

Unas semanas después, mi hija fue a correr alrededor del parque y fue testigo del atropello y aplastamiento de la gata de otra colonia. Eran las 6 de la mañana y ella y otro gatito estaban jugando en la calle cuando un coche, sin siquiera bajar la velocidad, pasó por encima del animal. Mi hija la recogió muy herida y agonizó en sus brazos. Fue cuando tuve una epifanía: probablemente ese había sido tu final... Me queda solamente esperar que una mano amiga te hubiera asistido en tus últimos instantes y que no te hubieran tratado como a una basurita.

Pero no te olvido. Siempre que voy a la colonia, me siento en el banco aquel y te recuerdo. La gente cree que invertimos demasiado amor en los animales y es porque seguramente no han entendido que el amor con amor se paga… Mi amado amigo, mi querido hijo, mi Coné…

(mi hija había hecho un video en enero tomándote como protagonista, no he podido volver a verlo y también me ha costado escribir esto, pero no podía dejarte en el olvido)

Comentarios

Entradas populares de este blog

La vida secreta del inspector de aves de corral

Recuerdo con precisión la mágica noche en la que me entregaron las Obras Completas de Borges. Un libro con hojas sueltas, de bordes harapientos, la tapa sucia y una esquina mellada. Vista la superficie, era razonable pensar que el interior estaría plagado de tachaduras, subrayados o notas al borde. Pero no, estaba limpio. Era como si hubiera sido objeto de respeto y adoración. Tal vez, por ello mismo, con signos inevitables de las numerosas manos por las que había pasado hasta llegar a las mías. El grupo del cual formaba parte, integrado por jóvenes voluntariamente ajenos al streaming comunista, se reunía en una casa ubicada detrás del Palacio de la Revolución para escuchar el recién adquirido Carmina Burana. La anfitriona, que oficiaba de coordinadora natural, era hija de dos altos cargos de la nomenklatura cubana. De una belleza extraordinaria y nominada con el aséptico María, se había cortado el pelo al ras para dejar al aire y sin estorbos la armonía de su rostro y la perfe

Manchitas, mi constante

  Te escribo esto, mi chiquita, cuando todavía se siente tu presencia. Esos primeros días en los que piensas, pensar que hace unas horas, que ayer, que el lunes pasado... El lunes pasado, como todos los días, me levanté a las seis menos cuarto, me duché, me preparé el desayuno y me fui a desayunar contigo en el sofá. En la bandeja llevaba tres platitos, uno para ti para que desayunaras tranquila y los otros para los moscones, para que los otros chicos no te molestaran. Esta mañana, fue otra de las cosas que ya no hice, porque volví a tomar el café en la mesa, después de mucho tiempo. Y es que la esquina del sofá está sola, hay un vacío inconmensurable sin ti. Fue el sitio que elegiste para vivir tus últimos días, yo que pensé, deseé que fueras eterna pero, mortal al fin, decidiste marcharte, no sin dejarme un hueco enorme. Todos me dicen que estuviste mucho tiempo conmigo, 21 largos años. Y es verdad, has sido la gata más longeva que ha conocido nuestro veterinario. Por eso mismo, estu

Entre tú y el Ché - seis grados de separación

  Como desde hace unos 5 viajes, solemos reunirnos los tres en una distendida cena en algún restaurante de nuestra ciudad, Santa Cruz. Amigos desde los 13 años pero con un largo paréntesis de esos que se inauguran cuando te casas, tienes hijos y formas una familia, para luego retomar las viejas y esenciales amistades, resultado del perdón de la parca, que nos permite aún gozarlas; recuperamos la relación con fuerza y voluntad de mantenerla todo lo que dé el cuerpo. En esta cena, que se va alejando ya de la memoria, pisoteada por la cotidianeidad española, ambos me contaron su relación con el Ché. Ahora que se ha convertido en un trago, merced de aquel político diletante que ahora se dedica a la restauración después de haber fracasado en sus intentos de alcanzar los cielos desde Madrid, el Ché siempre ha acompañado a los bolivianos de mi generación porque fue parte de nuestra cultura, tanto como la es de los cubanos y menos de los argentinos. Cada uno de nosotros tiene una historia que