El caso de Juana Rivas ha sido una suerte de "prueba del algodón" para la justicia y para el feminismo y sus allegados. Para la justicia ha sido un caso margen, de esos que al no ser extremos -llámese violaciones o asesinatos- sirven de garantía para que la justicia funcione. Es decir, si se actúa justamente en un caso de este tipo, podemos esperar que tambien lo haga en los demás. Y para las feministas y sus aliados, ha puesto a prueba nuestra capacidad de sororidad, de hermanamiento, de apoyo cerrado a una causa que nos compete a todas. No sólo ha habido algunas que han escrito que Juana Rivas no estaba en su casa, contraponiendo la campaña #JuanaRivasEstáEnMiCasa, sino que en las redes, los hombres que en otros temas relacionados suelen ser firmes aliados -tal vez porque son casos sin dobleces, sin arrugas- se han descolgado y algunos hasta han llegado a expresarse de forma violenta y agresiva. Este es un caso que ha limpiado de hipócritas el movimiento. Tal vez esa sea una de las consecuencias más notables.
Pero yo quiero centrarme en contar la experiencia de mis amigas (que se repiten para millones de mujeres), de las que no fueron Juana. Con el ruido de fondo de este caso ha sido inevitable acordarme de Marian (sólo invento el nombre) que quiso que su exmarido, aquel que le ponía los cuernos con cuanta mujer pasara por su lado, pagara la pensión de sus hijas y, claro, como no lo hacía desde hacía seis meses, lo denunció. Con tan mala suerte que lo detuvieron un viernes y como el lunes era festivo, durmió en la sombra durante cuatro días. El martes, nada más salir de la cárcel, se fue al trabajo de Marian. Ella acababa de abrir la florería donde trabajaba y todavía estaba acomodando las flores y los ramos cuando lo vio. Él cerró la persiana y le dio la paliza de su vida y le dijo que si lo denunciaba, la volvería a pegar hasta matarla y que pensara en sus hijas, que se quedarían sin nadie. Marian me dijo, entonces, ¿sabes qué? No vale la pena. Estamos tan desprotegidas que no podemos reclamar nada. Prefiero conservar la vida y criar a mis hijas, no me importa que no me dé un centavo. La mayoría de los hombres prefieren no ocuparse de los hijos como en el caso de Marian pero también en el caso de Arcuri, al que tanto le interesaba el hijo mayor que tenía con Juana Rivas que optó por olvidarse de sostenerlo económicamente. Algo que deberíamos tomar en cuenta.
Mi segunda amiga, a la que pondré nombre de Ruth, tampoco quiso ser Juana y visto lo que ha pasado estará dándose la razón. Su marido era un hombre adorable puerta para afuera -como lo son la mayoría de los maltratadores- pero por dentro era un controlador, un violento verbal y físicamente, un torturador 24/7. Ruth le temía porque tenía aires de todopoderoso y convencía a los demás de que mi amiga estaba loca -como locas estamos todas para estos infames-. El juez, porque siempre hay un juez que vuelve luego a su casa feliz, impuso los regímenes de visitas que mi amiga cumplió porque no quería remover unas aguas que ya venían turbias. Pero él nunca cumplía con la fecha de devoluciones y si ella le reclamaba, él decía que no denunciara si quería volver a ver a sus hijos. Y, claro, Ruth cumplía porque vivía aterrorizada. Una vez, después de que él la amenazara por quincuajésima vez, tuvo que ir al punto de recogida, que era una rotonda perdida en el mapa, con una patrulla de la Guardia Civil. Claro a los guardias civiles no les resultó nada raro. ¿No resultaba raro? ¿No llamaba la atención? Probablemente ya estén acostumbrados o asuman que así tienen que ser las cosas. Los niños crecieron en ese entorno y luego nos fuimos enterando de la violencia que padecieron de un hombre que se creyó eso de que los hombres blancos adultos son superiores. Si se ha inventado el Síndrome de Alienación Parental, me pregunto, ¿Por qué no se inventa algún nombre para las consecuencias de entregar a los niños y niñas a estos hombres violentos? Algo así como el Sindrome del Padre Violento, porque, os aseguro, luego necesitan atención sicológica de por vida que, por supuesto, los jueces que los sentenciaron a cumplir esa pena en su infancia, no pagan.
Mi tercera amiga, a la que llamaré Emma, tuvo que entregar a sus hijas a su exmarido. Estaba completamente sola porque incluso su madre y su padre se pusieron del lado de su pareja porque supuestamente al marido hay que aguantarle todo porque es tu marido. La discriminación hacia las mujeres actúa en todos los sentidos y fundamentalmente son condicionadas por el hecho de no tener un ingreso comparable al del marido o no tener ninguno, lo que las vuelve más dependientes y vulnerables. Emma tuvo que dejarlas con él porque era pobre y, más tarde, tuvo que huir de su país, Argentina, si no quería engrosar la lista de desaparecidos. Muchos años después, una de sus hijas logró encontrarla en España y restablecieron la comunicacion y se reanudó una relación cortada por la incomprensión de su familia que, incluso, escondía las cartas que ella les escribía para que la imagen de mala madre que ha abandonado a sus hijas estuviera completa. Poco antes de morir Emma la hija le hizo una pregunta que sintetiza la esencia del problema que nos ocupa: Si él no era bueno para ti ¿por qué creías que era bueno para nosotras? Claro que, en este caso, había otras variables que llevaron a Emma a dejar a sus niñas, pero es una pregunta clave que los jueces deberían tomar en cuenta. Si un hombre es malo para una mujer ¿por qué tendría que ser bueno para sus hij@s que son más vulnerables y frágiles? ¿Actuará de forma diferente con ell@s? ¿Es esto posible?
Desde el principio me posicioné del lado de Juana, aunque perdí a varios contactos del Facebook por ello -lo cual me la trae al pairo-, por varias razones que intentaré enumerar.
La primera, porque es mujer y padece las mismas discriminaciones que padecemos todas las mujeres sólo por el hecho de serlo. Creo que tiene que haber una sororidad cerrada en este sentido. Y no me vale que me digan que ella llegó borracha la primera vez que Arcuri le dio una paliza, puesto que evidenciaría, entonces, que el viejo concepto medieval de disciplinar a las mujeres está vigente y, lo confieso, dado el siglo en el que estamos, las cuentas no me salen. En el asunto de esta relación, ¿a quién voy a creer primero? ¿A una persona que vivió con el fulano o a una mujer que se dice feminista y se pone a despotricar contra Juana sin saber lo que ella ha vivido? ¿o al machirulo de turno que se cierra en banda defendiendo a su par?
Segundo, porque soy madre y sé lo que es no dejar de pensar un minuto en tus críos, que deseas protegerlos incluso con la misma vida de las inclemencias del mundo. ¿Cómo no voy a solidarizarme con otra madre que piensa que si es malo para ella también lo es para sus hijos?
Tercero, porque soy mujer inmigrante y sé lo vulnerable que eres cuando estás lejos de tu país, de tus afectos. Súmale la falta de dominio del idioma y el encontrarte en una isla perdida en el mapa y en un pueblo que orillea el final del mundo; en un país, vale la pena recordar, donde los asesinatos de mujeres doblan a los de España y donde el maltrato es pan de cada día, y que es fomentado por la sociedad y los medios de comunicación. Ahí tienes todos los elementos que te hacen comprender por qué esta mujer necesitaba salir de allí corriendo y necesitaba que su país, su justicia, la tutelara, no la incriminara como si ella fuera la delincuente.
Y por último, porque la justicia no es infalible y porque los jueces tienen la posibilidad de interpretar la ley, -¿no es la jurisprudencia una fuente del derecho?- y porque muchas veces se equivocan, esencialmente cuando invocan ese síndrome inventado por el sistema patriarcal para hacerse con los hijos.
No, si es que a veces es preferible el padre que no pasa pensión a sus hijos y se olvida de ellos, como el caso de mi amiga Marian. Para amargales la vida, mejor que se retiren de la foto familiar.
Pero yo quiero centrarme en contar la experiencia de mis amigas (que se repiten para millones de mujeres), de las que no fueron Juana. Con el ruido de fondo de este caso ha sido inevitable acordarme de Marian (sólo invento el nombre) que quiso que su exmarido, aquel que le ponía los cuernos con cuanta mujer pasara por su lado, pagara la pensión de sus hijas y, claro, como no lo hacía desde hacía seis meses, lo denunció. Con tan mala suerte que lo detuvieron un viernes y como el lunes era festivo, durmió en la sombra durante cuatro días. El martes, nada más salir de la cárcel, se fue al trabajo de Marian. Ella acababa de abrir la florería donde trabajaba y todavía estaba acomodando las flores y los ramos cuando lo vio. Él cerró la persiana y le dio la paliza de su vida y le dijo que si lo denunciaba, la volvería a pegar hasta matarla y que pensara en sus hijas, que se quedarían sin nadie. Marian me dijo, entonces, ¿sabes qué? No vale la pena. Estamos tan desprotegidas que no podemos reclamar nada. Prefiero conservar la vida y criar a mis hijas, no me importa que no me dé un centavo. La mayoría de los hombres prefieren no ocuparse de los hijos como en el caso de Marian pero también en el caso de Arcuri, al que tanto le interesaba el hijo mayor que tenía con Juana Rivas que optó por olvidarse de sostenerlo económicamente. Algo que deberíamos tomar en cuenta.
Mi segunda amiga, a la que pondré nombre de Ruth, tampoco quiso ser Juana y visto lo que ha pasado estará dándose la razón. Su marido era un hombre adorable puerta para afuera -como lo son la mayoría de los maltratadores- pero por dentro era un controlador, un violento verbal y físicamente, un torturador 24/7. Ruth le temía porque tenía aires de todopoderoso y convencía a los demás de que mi amiga estaba loca -como locas estamos todas para estos infames-. El juez, porque siempre hay un juez que vuelve luego a su casa feliz, impuso los regímenes de visitas que mi amiga cumplió porque no quería remover unas aguas que ya venían turbias. Pero él nunca cumplía con la fecha de devoluciones y si ella le reclamaba, él decía que no denunciara si quería volver a ver a sus hijos. Y, claro, Ruth cumplía porque vivía aterrorizada. Una vez, después de que él la amenazara por quincuajésima vez, tuvo que ir al punto de recogida, que era una rotonda perdida en el mapa, con una patrulla de la Guardia Civil. Claro a los guardias civiles no les resultó nada raro. ¿No resultaba raro? ¿No llamaba la atención? Probablemente ya estén acostumbrados o asuman que así tienen que ser las cosas. Los niños crecieron en ese entorno y luego nos fuimos enterando de la violencia que padecieron de un hombre que se creyó eso de que los hombres blancos adultos son superiores. Si se ha inventado el Síndrome de Alienación Parental, me pregunto, ¿Por qué no se inventa algún nombre para las consecuencias de entregar a los niños y niñas a estos hombres violentos? Algo así como el Sindrome del Padre Violento, porque, os aseguro, luego necesitan atención sicológica de por vida que, por supuesto, los jueces que los sentenciaron a cumplir esa pena en su infancia, no pagan.
Mi tercera amiga, a la que llamaré Emma, tuvo que entregar a sus hijas a su exmarido. Estaba completamente sola porque incluso su madre y su padre se pusieron del lado de su pareja porque supuestamente al marido hay que aguantarle todo porque es tu marido. La discriminación hacia las mujeres actúa en todos los sentidos y fundamentalmente son condicionadas por el hecho de no tener un ingreso comparable al del marido o no tener ninguno, lo que las vuelve más dependientes y vulnerables. Emma tuvo que dejarlas con él porque era pobre y, más tarde, tuvo que huir de su país, Argentina, si no quería engrosar la lista de desaparecidos. Muchos años después, una de sus hijas logró encontrarla en España y restablecieron la comunicacion y se reanudó una relación cortada por la incomprensión de su familia que, incluso, escondía las cartas que ella les escribía para que la imagen de mala madre que ha abandonado a sus hijas estuviera completa. Poco antes de morir Emma la hija le hizo una pregunta que sintetiza la esencia del problema que nos ocupa: Si él no era bueno para ti ¿por qué creías que era bueno para nosotras? Claro que, en este caso, había otras variables que llevaron a Emma a dejar a sus niñas, pero es una pregunta clave que los jueces deberían tomar en cuenta. Si un hombre es malo para una mujer ¿por qué tendría que ser bueno para sus hij@s que son más vulnerables y frágiles? ¿Actuará de forma diferente con ell@s? ¿Es esto posible?
Desde el principio me posicioné del lado de Juana, aunque perdí a varios contactos del Facebook por ello -lo cual me la trae al pairo-, por varias razones que intentaré enumerar.
La primera, porque es mujer y padece las mismas discriminaciones que padecemos todas las mujeres sólo por el hecho de serlo. Creo que tiene que haber una sororidad cerrada en este sentido. Y no me vale que me digan que ella llegó borracha la primera vez que Arcuri le dio una paliza, puesto que evidenciaría, entonces, que el viejo concepto medieval de disciplinar a las mujeres está vigente y, lo confieso, dado el siglo en el que estamos, las cuentas no me salen. En el asunto de esta relación, ¿a quién voy a creer primero? ¿A una persona que vivió con el fulano o a una mujer que se dice feminista y se pone a despotricar contra Juana sin saber lo que ella ha vivido? ¿o al machirulo de turno que se cierra en banda defendiendo a su par?
Segundo, porque soy madre y sé lo que es no dejar de pensar un minuto en tus críos, que deseas protegerlos incluso con la misma vida de las inclemencias del mundo. ¿Cómo no voy a solidarizarme con otra madre que piensa que si es malo para ella también lo es para sus hijos?
Tercero, porque soy mujer inmigrante y sé lo vulnerable que eres cuando estás lejos de tu país, de tus afectos. Súmale la falta de dominio del idioma y el encontrarte en una isla perdida en el mapa y en un pueblo que orillea el final del mundo; en un país, vale la pena recordar, donde los asesinatos de mujeres doblan a los de España y donde el maltrato es pan de cada día, y que es fomentado por la sociedad y los medios de comunicación. Ahí tienes todos los elementos que te hacen comprender por qué esta mujer necesitaba salir de allí corriendo y necesitaba que su país, su justicia, la tutelara, no la incriminara como si ella fuera la delincuente.
Y por último, porque la justicia no es infalible y porque los jueces tienen la posibilidad de interpretar la ley, -¿no es la jurisprudencia una fuente del derecho?- y porque muchas veces se equivocan, esencialmente cuando invocan ese síndrome inventado por el sistema patriarcal para hacerse con los hijos.
No, si es que a veces es preferible el padre que no pasa pensión a sus hijos y se olvida de ellos, como el caso de mi amiga Marian. Para amargales la vida, mejor que se retiren de la foto familiar.
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