Lo que más me gusta es al cine sin haber leído ni una crítica, es más, lo que me apasiona realmente es no saber ni siquiera de qué va. Sólo el que alguien me diga que cree que es una buena película ya me motiva a pagar la entrada y a esperar la sorpresa. Y es que una de las cosas que envidio de otras personas es la primera vez que verán o leerán alguna película, serie o libro que me gustó con fuerza.
Después de ver Roma, de Cuarón, me dispuse a leer todas las opiniones de los críticos y me sorprendió el que, por primera vez, no coincidiera con Carlos Boyero, al que sigo fielmente cuando dice que una película es buena o mala. Esta vez, me tocó disentir con él y con todos los que consideraban que era algo cercano a una obra maestra.
Al ser Roma una película de Alfonso Cuarón predisponía a que satisficiera todas mis expectativas. Y, sí, es una película de una factura perfecta, en la que la fotografía, los grandes planos, los movimientos de la cámara, ese avión reflejado en el agua que luego es la imagen que da el cerrojazo para que pensemos en la redondez de lo que acabábamos de ver, junto a una recreación del año 71, en el antiguo DF, de la vida de una familia burguesita con evocaciones autobiográficas, seguramente perfecta. Todo indicaba que el goce estaba asegurado.
Pero para mí se me empezaron a notar las costuras y algunas hilachas. Y no era que me resultara excesivo que un solo año -que es el marco de la película- la familia hubiera vivido dos abandonos, un terremoto, la masacre de los estudiantes, un incendio, un amago de ahogo de los niños, un parto, una muerte y un divorcio, algo que a simple vista ya me parece demasiado efectista, una búsqueda intencionada de la lágrima fácil, sino que, a decir verdad, las tribulaciones de una familia burguesa no me hacen ni fu ni fa. Reconozcámoslo, los problemas de los burgueses se resuelven rápidamente echando mano de los parientes y amigos, que es lo que fielmente muestra la película, así que problemas problemas, como para retratarlos en una película me parecen un exceso.
Por otro lado, el neorrealismo tuvo tantos y tan buenos exponentes que volver a producir una película con estas características me resulta un poco cansino. Esto fue lo primero que pensé cuando empezó el metraje. Y es que el mismo México -sin nombrar a los italianos, que fueron unos maestros- ha producido maravillas de la mano de Buñuel o Alcoriza. Sumado a que, al finalizar, llegué a la conclusión de que más que de neorrealismo estaríamos hablando de neorrealismo fantasioso, porque ni siquiera Cuarón se cree lo que ha filmado.
Ha hecho una película de lo que él recuerda, pero todos sabemos que la memoria es un poco inventiva y nos devuelve retazos de nuestra vida tan personalizados que me temo que estén muy alejados de la realidad. De hecho, si pedimos a dos personas que relaten la situación vivida un día después, ambas nos devolverán hechos muy diferenciados. Y eso es lo que ocurre en esta película. Tal vez el fallo sea que se pretende que la historia sea vista desde los ojos de una empleada doméstica indígena que habla un idioma local -y este es otro efectismo con el cual Cuarón quiere impresionarnos- que es subtitulado. Tal vez si el punto de vista viniera desde él mismo, uno de los niños protagonistas, hubiera sido más creíble, dado que en esa fase de nuestra vida tendemos a mitificar los sucesos.
Y es que no le da un mínimo de dignidad a esas neoesclavas que servían en esa casa burguesa. Unas mujeres que no sólo preparaban el desayuno, el almuerzo, la cena; recogían y limpiaban la casa, las cacas del perro y los pájaros; lavaban a mano y planchaban la ropa; acostaban y despertaban a los niños; los llevaban y recogían del colegio, se ocupaban de que durante todo el día, sin descanso, tuvieran cubiertas sus necesidades (me he cansado sólo de escribirlo), sino que, además, les proveían de todo el afecto necesario reemplazando en esta función incluso a los progenitores. ¿Y todo ello sin una sola queja? En Bolivia, históricamente se usó a las indígenas -mayoritariamente mujeres- para el servicio y sé de mucha gente que las trataba bien y les pagaba un salario digno y aunque así fuera, siempre había un resquicio de rebeldía, de orgullo cultural, a veces hasta de rabia (justificada a todas luces). Por ello no me resulta verosímil esa pasividad y ese acomodamiento al servicio, que me recuerda a los elfos domésticos de Harry Potter. No creo, en verdad no me resulta creíble, que los indígenas mexicanos sean más domesticables que los indígenas aymaras o quechuas. Me parece que Cuarón cae en un buenismo para rescatar la imagen de su familia y su entorno burgués. Aunque pretende ponerle algo de crítica cuando van a la hacienda en Navidades, en el balance general ésta se pierde. Porque ¿es que alguien se cree que la patrona se va a alegrar de que la empleada esté embarazada y acto seguido la va a llevar a que la vea un médico? ¿que en un parto, no ya a una mujer indígena, en los años 70 se va a respetar tanto a la parturienta? ¿Que le van a dar al bebé muerto para que se despida cuando es una reivindicación actual? ¿Que se la va a tratar en términos de igualdad cuando sabemos que en México la aporofobia es un hecho contrastable? Y en relación a la madre ¿alguien cree que después de que el marido la dejara por una más joven y no le diera dinero ni para sustentar a sus hijos, la madre considerara que ello es una apasionante "aventura" por venir? Y así, muchos detalles que me resultaron hasta risibles cuando no me molestaron por abiertamente mentirosos. Parece el mundo de yupiguay.
Tal vez lo único rescatable de ese "recuerdo" imperfecto de Cuarón sea el triste papel asignado a los hombres de su entorno, tal vez porque refleja lo que era y aún es el machismo de los mexicanos y latinoamericanos en general.
Salvo esto, siento disentir, pero esta película me parece una impostura de gran calado. Lo peor es que. como viene de Cuarón, más de uno se crea que esta fantasía es posible. Boyero uno de ellos.
Creo que tendré, nomás, que volver a ver ese prodigio neorrealista de la "Teta asustada" para limpiarme el sabor de boca.
Después de ver Roma, de Cuarón, me dispuse a leer todas las opiniones de los críticos y me sorprendió el que, por primera vez, no coincidiera con Carlos Boyero, al que sigo fielmente cuando dice que una película es buena o mala. Esta vez, me tocó disentir con él y con todos los que consideraban que era algo cercano a una obra maestra.
Al ser Roma una película de Alfonso Cuarón predisponía a que satisficiera todas mis expectativas. Y, sí, es una película de una factura perfecta, en la que la fotografía, los grandes planos, los movimientos de la cámara, ese avión reflejado en el agua que luego es la imagen que da el cerrojazo para que pensemos en la redondez de lo que acabábamos de ver, junto a una recreación del año 71, en el antiguo DF, de la vida de una familia burguesita con evocaciones autobiográficas, seguramente perfecta. Todo indicaba que el goce estaba asegurado.
Pero para mí se me empezaron a notar las costuras y algunas hilachas. Y no era que me resultara excesivo que un solo año -que es el marco de la película- la familia hubiera vivido dos abandonos, un terremoto, la masacre de los estudiantes, un incendio, un amago de ahogo de los niños, un parto, una muerte y un divorcio, algo que a simple vista ya me parece demasiado efectista, una búsqueda intencionada de la lágrima fácil, sino que, a decir verdad, las tribulaciones de una familia burguesa no me hacen ni fu ni fa. Reconozcámoslo, los problemas de los burgueses se resuelven rápidamente echando mano de los parientes y amigos, que es lo que fielmente muestra la película, así que problemas problemas, como para retratarlos en una película me parecen un exceso.
Por otro lado, el neorrealismo tuvo tantos y tan buenos exponentes que volver a producir una película con estas características me resulta un poco cansino. Esto fue lo primero que pensé cuando empezó el metraje. Y es que el mismo México -sin nombrar a los italianos, que fueron unos maestros- ha producido maravillas de la mano de Buñuel o Alcoriza. Sumado a que, al finalizar, llegué a la conclusión de que más que de neorrealismo estaríamos hablando de neorrealismo fantasioso, porque ni siquiera Cuarón se cree lo que ha filmado.
Ha hecho una película de lo que él recuerda, pero todos sabemos que la memoria es un poco inventiva y nos devuelve retazos de nuestra vida tan personalizados que me temo que estén muy alejados de la realidad. De hecho, si pedimos a dos personas que relaten la situación vivida un día después, ambas nos devolverán hechos muy diferenciados. Y eso es lo que ocurre en esta película. Tal vez el fallo sea que se pretende que la historia sea vista desde los ojos de una empleada doméstica indígena que habla un idioma local -y este es otro efectismo con el cual Cuarón quiere impresionarnos- que es subtitulado. Tal vez si el punto de vista viniera desde él mismo, uno de los niños protagonistas, hubiera sido más creíble, dado que en esa fase de nuestra vida tendemos a mitificar los sucesos.
Y es que no le da un mínimo de dignidad a esas neoesclavas que servían en esa casa burguesa. Unas mujeres que no sólo preparaban el desayuno, el almuerzo, la cena; recogían y limpiaban la casa, las cacas del perro y los pájaros; lavaban a mano y planchaban la ropa; acostaban y despertaban a los niños; los llevaban y recogían del colegio, se ocupaban de que durante todo el día, sin descanso, tuvieran cubiertas sus necesidades (me he cansado sólo de escribirlo), sino que, además, les proveían de todo el afecto necesario reemplazando en esta función incluso a los progenitores. ¿Y todo ello sin una sola queja? En Bolivia, históricamente se usó a las indígenas -mayoritariamente mujeres- para el servicio y sé de mucha gente que las trataba bien y les pagaba un salario digno y aunque así fuera, siempre había un resquicio de rebeldía, de orgullo cultural, a veces hasta de rabia (justificada a todas luces). Por ello no me resulta verosímil esa pasividad y ese acomodamiento al servicio, que me recuerda a los elfos domésticos de Harry Potter. No creo, en verdad no me resulta creíble, que los indígenas mexicanos sean más domesticables que los indígenas aymaras o quechuas. Me parece que Cuarón cae en un buenismo para rescatar la imagen de su familia y su entorno burgués. Aunque pretende ponerle algo de crítica cuando van a la hacienda en Navidades, en el balance general ésta se pierde. Porque ¿es que alguien se cree que la patrona se va a alegrar de que la empleada esté embarazada y acto seguido la va a llevar a que la vea un médico? ¿que en un parto, no ya a una mujer indígena, en los años 70 se va a respetar tanto a la parturienta? ¿Que le van a dar al bebé muerto para que se despida cuando es una reivindicación actual? ¿Que se la va a tratar en términos de igualdad cuando sabemos que en México la aporofobia es un hecho contrastable? Y en relación a la madre ¿alguien cree que después de que el marido la dejara por una más joven y no le diera dinero ni para sustentar a sus hijos, la madre considerara que ello es una apasionante "aventura" por venir? Y así, muchos detalles que me resultaron hasta risibles cuando no me molestaron por abiertamente mentirosos. Parece el mundo de yupiguay.
Tal vez lo único rescatable de ese "recuerdo" imperfecto de Cuarón sea el triste papel asignado a los hombres de su entorno, tal vez porque refleja lo que era y aún es el machismo de los mexicanos y latinoamericanos en general.
Salvo esto, siento disentir, pero esta película me parece una impostura de gran calado. Lo peor es que. como viene de Cuarón, más de uno se crea que esta fantasía es posible. Boyero uno de ellos.
Creo que tendré, nomás, que volver a ver ese prodigio neorrealista de la "Teta asustada" para limpiarme el sabor de boca.
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