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Huracanes

Volviendo del aeropuerto sentí que el huracán ya había pasado, nos esperaba la soledad y el silencio. Y es que desde que nacieron, compartir su vida se adjetivó con todos los sinónimos de instensidad. Llegaron al mundo haciendo ruido y con ello nos despertaron el placer de los sentidos. Lo más importante, nos enseñaron que el amor puede ser perfecto en su inmensa complejidad. Porque, francamente, nos enamoramos de nuestras hijas nada más verlas y todos nuestros universos comenzaron a girar alrededor de ellas.
Nosotros les dimos las letras y ellas las convirtieron en discursos; les ofrecimos lápices de colores y ellas pintaron el entretenido écran que nos acompañó en el día a día; les enseñamos a andar, a decir la primera palabra, a comer, a montar en bicicleta, a nadar; las acompañamos a sus múltiples clases, desde ballet, a patinaje artístico, pasando por teatro, judo, tenis o ski; les contagiamos el placer por la lectura, por todo tipo de música y las series y pelis en versión original. Hicimos frente común con ellas contra compañeros, otras madres y padres, profesores, directores, secretarios, aunque en privado nos reserváramos el derecho a la pregunta. También fuimos consuelo, razón para la rabieta, causa del grito desaforado.
Y así fueron creciendo y despertando al mundo. Ya no hubo más requerimientos para el cuento de los ositos; o para la triste canción de la niñita fea; los amigos y amigas fueron ocupando nuestros espacios hasta coparlos todos. Pero en las paredes quedaban sus ecos hasta que también fueron convirtiéndose en vestigios.
Y así alcanzaron el deseo repetido de los niños y niñas, se hicieron "grandes". Y pronto notamos que no sólo nos habían alcanzado en tamaño sino también en la capacidad de defender sus ideas, es más, con mucho tezón, nos habían superado. Donde decíamos imagen, ellas nos planteaban un símbolo; la frase en concepto y la actitud en ética. Nos tocaba aprender.
Un día, esas alas que habíamos tejido con esmero empezaron a probar vuelo y descubrieron su lejano alcance. Hoy, se fue la que, al nacer, había abierto todas las puertas por nacer primera y le tocó cerrarlas nuevamente. Se sumó a la otra ausencia de primeros de octubre. Por primera vez no quedaba una de ellas para hacernos el sana sana, una que nos hiciera creer que existía el tono gris.
Volvemos a fojas cero, pero nuestra playa ha quedado profundamente surcada. La suave arena ha dado paso a un acantilado y el mar, se antoja lejano. Sentada en la orilla, veo la marea partir hacia otras costas. Aunque me levante, no consigo avizorar sus alcances. Y es que no es solamente otro espacio físico, es un universo temporal que me sobrepasa. Y sé que debo quedarme en el presente porque mi tiempo ya fue. Ya soy historia.
Me he rodeado de sus fotos en diversas etapas de su vida. Me miran y es como si me interpelaran. Es cuando reviso los errores y aciertos de esta etapa que se acaba. Luego me rehago y hago caminos en las piedras, planto flores en las veras y enciendo un inmenso collar de velas para iluminar su retorno, porque las puertas y los abrazos quedarán abiertos... No puedo renunciar a la ternura.

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