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Biopolítica, en crisis tanatológica

El virus o la economía



Por José Harb*


Panóptica y perpleja nuestra mirada se expandió todo cuanto pudo y aun así, no fue suficiente, nuestros ojos lo ven, pero nuestra coherencia duda, más bien se resiste. La crisis es una suerte de observatorio mundial donde cada día cambia el reparto, pero no la puesta en escena. Las tecnologías de la cura médica resultaron insuficientes y un tanto inútiles, a la hora de salvar vidas los saberes arqueológicos de la ciencia y sus artefactos de laboratorio mostraron ser modestos y exiguos. La racionalidad institucional de los Estados, gobiernos y organismos supranacionales, iglesias y entidades civiles, resultaron ser más patéticas y perversas de lo que se creía. 

Por ahora la ciencia no dirime, sólo sufre por su ignorancia ante el mal, solo compara. No obstante, los biopoderes deciden quién vive y quién no, hay pavor en las salas de los hacinados nosocomios y ante la impotencia se valida un nuevo axioma: el de la falta, quién hace menos falta en este mundo, a juzgar por sus síntomas y funciones sociales. Dejar morir ya no es una desgracia per se, se convirtió en la estadística de un cuento trágico. Una suerte de axioma de Thanatos impregna la historia. Su dimensión es del orden de lo real, incomodo lugar para el cuerpo que encuentra sentido demandando unas materialidades: el “respirador”, el subsidio económico o, la inmunidad tan prometida.  

El soma, confirmó las sospechas de ser algo ajeno, resultó que su importancia no se mide por sus nobles materiales de carne y hueso y menos por algo más esencial en su interior. Sus funciones son más bien productivas, es presa objetal del mercado y por ahora -robótica mediante-, aún útil en la generación de riquezas materiales. 

El cuerpo se tornó en algo incómodo y espectral para la ciencia, pero imprescindible para las economías, el capital reclama su presencia cuanto antes y llama lista a nombre suyo. Foucault le dio en el clavo “el derecho a hacer morir o de dejar vivir, es solo una parte del control regulatorio, la clave está en mantener las relaciones de producción.” (1977)   

Lo paradójico es que también las estructuras de la biopolítica se hallan en aprietos. Un doble proceso converge: la medicalización de la política y la politización de la medicina (Esposito 2020), ambos han desacralizado sus vínculos y no es para menos, se estremecen las jerarquías del poder planetario y la ciencia oficial no tiene certeza de nada. La política acostumbrada a producir verdades no acepta con agrado los protocolos de franqueza del mundo científico hoy abandonado por el poder político. Se instalo un circuito de acusaciones y es el nuevo pan mediático; unos deploran a otros y se desmienten mutuamente en sórdidos episodios públicos. ¿Dónde está la verdad? Al menos denme un punto de apoyo… No, no hay verdad. Nunca la hubo.

Lo público y lo privado implosionan en el cuerpo desdibujado del paciente-victima, con el que nos identificamos todos. No hay límites entre lo social y lo íntimo, somos penetrados e invadidos más que proyectados. Hay un desajuste en la circularidad de los relatos, los verbos solo producen frases para las redes, perdieron autoridad. Metonímicamente el soy-cuerpo, es a partir del “otro” a quien puedo o me puede infectar. La tecnología del yo está en auge.

El Covid 19 no ha tocado la puerta de la Casa Blanca ni la del Kremlin, pero ya entró. El impávido Beijín tiene la conciencia embargada y la imagen magullada, las iglesias de occidente desempoderadas sólo atinan a administrar la ampliación de la metáfora, la de la resignación: en “realidad”, “no se muere para siempre”. 

Los dispositivos ya no son tan eficaces como antaño, el nuevo reglamento que se llama “distancia social” hace aguas. El retorno a la calle divide a ultraliberales que anteponen la economía del cuerpo disciplinario, de los garantistas sociales que piden más tiempo para regresar, a nombre de la vida. La farmacología es una ruleta desvencijada ansiosa de encontrar la cura más que como solución, como bandera victoriosa entre oriente y occidente. La vacuna aún es quimera con plazos calendario.

Mientras tanto los gobiernos, desacreditados en su mayoría, luchan contra la desobediencia de unos y el pánico de los otros; parados en los andamios de la culpa ajena como un fetiche protector. Los medios a su vez exacerban lo luctuoso hasta el límite y el ciudadano siente los embates disciplinantes de la crisis buscando acomodar su cuerpo -objeto del pecado viral.  

Como nos dijo Gustavo Dessal en una reciente tertulia, es algo así como “la bolsa o la vida”.

 ¿A cuál le vas?

 *Psicoterapeuta, sexólogo y conferencista.

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