La paz termina cuando los que discuten intentan imponer su forma de pensar al otro. Se comienza hablando, luego gritando y se termina pegando si antes no nos paramos a pensar lo que estamos haciendo. La sordera, el pensamiento acabado, la falta de respeto y el paternalismo se encompinchan para acabar con el diálogo, la amistad y la convivencia.
En Bolivia nunca pudimos vivir de forma pacífica. Un grupo social siempre impuso su forma de vivir y ver las cosas. Así el "indio de mierda" fue un apelativo de fácil uso que escondía unas formas de racismo que a veces bordeaban el "apartheid". Como siempre digo, era una forma de apartheid hacia nosotros mismos porque todos (la inmensa mayoría) tenemos algo de indios. Usando la comparación atribuída a los judíos, si sacudimos nuestro árbol genealógico se caen varios indios de las ramas. Muchos se avergonzarán de esta referencia, porque el "ser" indio está desvalorizado en la cultura occidental. Y, sobre todo, porque en la base está la explotación económica de un grupo por otro. Durante siglos, el Estado boliviano, como la caldera de un barco, se ha alimentado de indios.
Era un Estado excluyente y como tal, fallido. Una vez agotado, el curso de la historia convoca a Evo Morales. Aupado por los movimientos sociales, apoyado por las oenegés, los intelectuales de izquierdas y las clases medias, entró al Palacio Quemado como un soplo de aire limpio. Difícil olvidar la emoción que embargó a los soñadores que creían que la utopía, al fin, tomaba cuerpo en algo concreto. Era como llegar a la cima y descansar. Darle el testigo a otro, al verdadero protagonista de la gran obra del cambio. Pronto empezaron los conflictos con la obvia respuesta de las clases altas que preveían la pérdida de sus dominios. Se organizaron y se unieron. La extrema derecha cobró un inusitado protagonismo aunque nunca estuvo ausente. Cogieron la bandera de la autonomía, bandera que estuvo siempre en posesión de la izquierda como forma de repartir los recursos y que nunca debió haber sido abandonada, y empezaron a buscarle las cosquillas al gobierno.
Hay errores de gestión que equivalen a enjabonar tu suelo y desear no resbalarte en él. No aceptar la autonomía y no encabezar esta opción fue uno de los errores más recalcables del comienzo del gobierno de Morales. Había empezado con una gran aceptación a nivel mundial pero pronto tendría que demostrar que ese apoyo estaba bien fundamentado. Enfrentarse a un movimiento de defensa de los resultados de un referendum de aceptación a la autonomía, fue el bumerang convertido en caballo de batalla de la exigencia de respeto a las normas de la democracia que, a su vez, retornaba destapando el déficit democrático del MAS.
Lo que no sabíamos los que defendíamos desde el comienzo el gobierno, es que todo esto no era accidental, más bien parte de una peligrosa estrategia (ver documento "La nueva Bolivia" de Álvaro García Linera) para convertir a la masa indígena en verdadera cabeza de la sociedad boliviana pero de manera violenta y expedita.
Gran error, porque Bolivia es mucho más que su masa indígena y la historia ha demostrado que la operación "restar" ha sido una de las más trágicas: Sólo conducen al suicidio social y a un sufrimiento sin salidas visibles. Grave lo que nos espera como nación y grave la soledad de los que no estamos con ninguna de las dos opciones, excluyentes y enfrentadas. Por primera vez en Bolivia la izquierda crítica se ha quedado sola. Si apoyas a un grupo te haces con el contrario, pero si criticas a ambos, que al final tienen las mismas actitudes con diferente discurso, te puedes ganar una considerable regañina y la posibilidad de ser eliminada de numerosas listas, de amigos, correligionarios, colegas y candidatos a un puesto en el gobierno local o nacional. Estamos en un momento de fidelidades mafiosas: Lealtad ciega al jefe tapando bajo una pesada manta de impunidad los actos más reprochables. Oponerse es enfrentarse al ostracismo.
Pareciera que la razón se ha tomado unas inmerecidas vacaciones. El enfrentamiento de un pueblo aparece como una sombra en el horizonte y no consigo apreciar la voluntad de aplicar el freno y sentarse a conversar, lo que implicaría ceder posiciones y dar paso a la inteligencia como única vía de salida.
Mientras tanto, la realidad nos da manotazos: Las cooperativas de servicios de electricidad y agua en Santa Cruz han doblado sus tarifas. Así, la población ahora paga unas facturas equivalentes a Madrid donde se gana 10 ó 20 veces más. Pero este pequeñísimo detalle pasa desapercibido porque es más importante la lucha por o contra la autonomía que mirar por la economía doméstica.
A veces me pregunto ¿nuestros políticos pensarían igual si fueran los encargados de ir a por papas al mercado? ¿Se perderían en los ignotos y laberínticos caminos de las generalidades -bandera, patria, autonomía- siendo simples amos de casa, con hijos con hambre, fiebre y deberes escolares? Tal vez no tendrían tiempo de perder el tiempo. Serían más concretos en sus reuniones y más sensibles en sus decisiones. Y tal vez la paja mental que sirve de framework a estos conflictos no se hubiera generado.
Lo más importante estaría en las agendas de los diputados y senadores y la muerte y Doña Soledad no habrían sido invitadas a nuestra mesa. Lo más importante, no estaríamos intentando lavar la masa de jabón que nos impide levantarnos.
En Bolivia nunca pudimos vivir de forma pacífica. Un grupo social siempre impuso su forma de vivir y ver las cosas. Así el "indio de mierda" fue un apelativo de fácil uso que escondía unas formas de racismo que a veces bordeaban el "apartheid". Como siempre digo, era una forma de apartheid hacia nosotros mismos porque todos (la inmensa mayoría) tenemos algo de indios. Usando la comparación atribuída a los judíos, si sacudimos nuestro árbol genealógico se caen varios indios de las ramas. Muchos se avergonzarán de esta referencia, porque el "ser" indio está desvalorizado en la cultura occidental. Y, sobre todo, porque en la base está la explotación económica de un grupo por otro. Durante siglos, el Estado boliviano, como la caldera de un barco, se ha alimentado de indios.
Era un Estado excluyente y como tal, fallido. Una vez agotado, el curso de la historia convoca a Evo Morales. Aupado por los movimientos sociales, apoyado por las oenegés, los intelectuales de izquierdas y las clases medias, entró al Palacio Quemado como un soplo de aire limpio. Difícil olvidar la emoción que embargó a los soñadores que creían que la utopía, al fin, tomaba cuerpo en algo concreto. Era como llegar a la cima y descansar. Darle el testigo a otro, al verdadero protagonista de la gran obra del cambio. Pronto empezaron los conflictos con la obvia respuesta de las clases altas que preveían la pérdida de sus dominios. Se organizaron y se unieron. La extrema derecha cobró un inusitado protagonismo aunque nunca estuvo ausente. Cogieron la bandera de la autonomía, bandera que estuvo siempre en posesión de la izquierda como forma de repartir los recursos y que nunca debió haber sido abandonada, y empezaron a buscarle las cosquillas al gobierno.
Hay errores de gestión que equivalen a enjabonar tu suelo y desear no resbalarte en él. No aceptar la autonomía y no encabezar esta opción fue uno de los errores más recalcables del comienzo del gobierno de Morales. Había empezado con una gran aceptación a nivel mundial pero pronto tendría que demostrar que ese apoyo estaba bien fundamentado. Enfrentarse a un movimiento de defensa de los resultados de un referendum de aceptación a la autonomía, fue el bumerang convertido en caballo de batalla de la exigencia de respeto a las normas de la democracia que, a su vez, retornaba destapando el déficit democrático del MAS.
Lo que no sabíamos los que defendíamos desde el comienzo el gobierno, es que todo esto no era accidental, más bien parte de una peligrosa estrategia (ver documento "La nueva Bolivia" de Álvaro García Linera) para convertir a la masa indígena en verdadera cabeza de la sociedad boliviana pero de manera violenta y expedita.
Gran error, porque Bolivia es mucho más que su masa indígena y la historia ha demostrado que la operación "restar" ha sido una de las más trágicas: Sólo conducen al suicidio social y a un sufrimiento sin salidas visibles. Grave lo que nos espera como nación y grave la soledad de los que no estamos con ninguna de las dos opciones, excluyentes y enfrentadas. Por primera vez en Bolivia la izquierda crítica se ha quedado sola. Si apoyas a un grupo te haces con el contrario, pero si criticas a ambos, que al final tienen las mismas actitudes con diferente discurso, te puedes ganar una considerable regañina y la posibilidad de ser eliminada de numerosas listas, de amigos, correligionarios, colegas y candidatos a un puesto en el gobierno local o nacional. Estamos en un momento de fidelidades mafiosas: Lealtad ciega al jefe tapando bajo una pesada manta de impunidad los actos más reprochables. Oponerse es enfrentarse al ostracismo.
Pareciera que la razón se ha tomado unas inmerecidas vacaciones. El enfrentamiento de un pueblo aparece como una sombra en el horizonte y no consigo apreciar la voluntad de aplicar el freno y sentarse a conversar, lo que implicaría ceder posiciones y dar paso a la inteligencia como única vía de salida.
Mientras tanto, la realidad nos da manotazos: Las cooperativas de servicios de electricidad y agua en Santa Cruz han doblado sus tarifas. Así, la población ahora paga unas facturas equivalentes a Madrid donde se gana 10 ó 20 veces más. Pero este pequeñísimo detalle pasa desapercibido porque es más importante la lucha por o contra la autonomía que mirar por la economía doméstica.
A veces me pregunto ¿nuestros políticos pensarían igual si fueran los encargados de ir a por papas al mercado? ¿Se perderían en los ignotos y laberínticos caminos de las generalidades -bandera, patria, autonomía- siendo simples amos de casa, con hijos con hambre, fiebre y deberes escolares? Tal vez no tendrían tiempo de perder el tiempo. Serían más concretos en sus reuniones y más sensibles en sus decisiones. Y tal vez la paja mental que sirve de framework a estos conflictos no se hubiera generado.
Lo más importante estaría en las agendas de los diputados y senadores y la muerte y Doña Soledad no habrían sido invitadas a nuestra mesa. Lo más importante, no estaríamos intentando lavar la masa de jabón que nos impide levantarnos.
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