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Las despedidas, de una en una

El albañil polaco que no sabía ni papa del castellano, se dio cuenta que a pesar de estar con la carita y el pelo renegridos y el vestidito un poco roto, no merecía acabar en la basura. La sacó del subsuelo donde había quedado lo irrecuperable y la había puesto al pie de la escalera por si pasaba una mano piadosa que la rescatara.
Veníamos del colegio y la vi a través del escaparate. Parecía la musa de la canción de la muñequita rota amiga de los ratones. Detrás de tanta mugre se podía apreciar su hermosura. Mi hija pequeña se metió entre tanto trasto y la trajo presurosa. Al llegar a casa, le quité el vestidito y le lavé la cara y el pelo. En su manita portaba una vela. Busqué dónde poner las pilas y felices descubrimos que funcionaba. Creada hace muchos años por Famosa para iluminar las noches de pesadillas de las niñas, encendía su velita al moverle la mano hacia arriba.
Al día siguiente, como si el mar trajera los restos de un naufragio, recogimos otra muñequita y varias cositas pequeñas y antiguas. Mery había decidido jubilarse este verano y como no pudo convencer al dueño de que siguiera allí una juguetería, mal-liquidó todo lo que pudo y cerró la vieja juguetería de Vallehermoso 59. Aquella a la que le temía porque era usual que mis hijas entraran en ella y saliéramos comprando algo. Allí los Reyes Magos compraron las dos muñecas fabricadas hace mil años, como los que yo tengo, parecidas a la mía, a Mayte, mi muñeca adorada. Sí, donde yo completaba la lista de Papá Noel, porque había juguetes que habían dejado de existir en los circuitos comerciales, únicos, bellos, fuera de moda, especiales. Nada de Corte Inglés, ni Toys'r Us, ni Carrefour, ni Imaginarium. Tesoros de plástico, goma o madera.

Y no es que me gusten las tradiciones, ni que sea una defensora a ultranza de las tienditas de barrio, donde a veces te tratan como si te hicieran un favor. Muchas veces, prefiero la frialdad de las grandes superficies donde no tienes a nadie que te está preguntando lo que vas a comprar, sobre todo cuando mides cada centavo y te da vergüenza decir que sólo miras. Pero la excepción era la tienda de Mery.

El día en que descubrí lo del arbusto, también derribaron los últimos vestigios de la juguetería. Me detuve un momento atajando una lágrima. Pensé que las despedidas, mejor de una en una. Luego respiré hondo y decidí impedir que esto más me derribara.

Seguramente allí instalarán otra inmobiliaria. O más probable, una financiera. Lo que importa ahora es refinanciar las hipotecas ¿y los niños? al Corte Inglés a comprar el juguete que nos machaca en la tele.

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