Uno de los errores más comunes de los que llegaron al gobierno con una mayoría absoluta es creer que los ciudadanos les han entregado una chequera firmada. Le pasó a un José María Aznar que aún anda mascullando su maldigerida derrota. También a Hugo Chávez que, en términos coloquiales, se pasó más de tres pueblos, y al cual sus votantes le dieron el parón de golpe.
Pero Chávez y Aznar tienen sus respectivos proyectos en pie, a pesar de la derrota. Sin embargo, no creo que lo mismo le pase a Evo Morales, que ha despilfarrado una indudable mayoría absoluta en los arcanos de un gobierno desnortado.
Cuando ganó las elecciones, las masas que le habían votado depositaron la esperanza en su proyecto de anunciado tinte indigenista. La oligarquía cruceña, más poderosa que la minera que acababa de fenecer, afiló las uñas y comenzó a dar guerra aún antes de que se calentara el sillón presidencial. Hasta ese momento, habían disfrutado de unas dádivas considerables del gobierno central. Así crecieron y en ello cimentaron un poder que se asienta en dudosas bases democráticas. Como dos líquidos insolubles a toda temperatura, ambos grupos comenzaron con sus sendos proyectos. Uno consistía en remover el país hasta la médula y el otro, haciendo émulo del Partido Popular español, en recuperar el poder perdido.
Pero Bolivia no es España y Evo Morales no es Zapatero. Ni Merkel, ni Zarkozy. Cuando de gobernar se trata, se debe envolver a todo el país, y en ello se incluye: movimiento popular, intelectuales, empresarios de todos los tamaños, instituciones internacionales y gobiernos extranjeros. Bueno sería poder manejar un país sólo para sus votantes. Como utopía está bien. Pero la realidad de un país como Bolivia, pequeño, inserto en la economía mundial por sus materias primas, a la cola de todos los indicadores de desarrollo, complejo, dividido y rebelde, es bien complicada. Aunque se crea que se puede gobernar a golpe de manifestantes.
Con ello no quiero decir que Evo Morales no haya hecho muchas cosas bien. Que las ha hecho. Pero probablemente lo que le lleve a la derrota haya sido no haber podido neutralizar al enemigo. Ello no se conseguía por la vía violenta. Sobre todo, porque Morales nunca se planteó una revolución al estilo marxista, con la dictadura del proletariado (¿cuál?) y la etapa de transición en la cual se borraban las clases sociales. Él se planteó la reivindicación de la masa indígena por la vía democrática. Legítimo. El fallo ha sido en no haber cedido en algunos puntos. No haber sabido negociar con mano diestra. Le faltó un Maquiavelo al lado, no un Stalin.
Quien conoce la realidad española sabe que las autonomías no son más que una multiplicación de problemas. Pero son parteras de la convivencia. Por eso, nunca se entenderá por qué Evo Morales no hizo suyo el discurso autonomista. Si él se hubiera apropiado para su conveniencia de las banderas de la autonomía, hubiera ahogado la semilla del disconformismo oriental en su propia baba, privando a Costas y al Comité Cívico de su argumento más importante y movilizador.
Que el ser humano es el único animal que tropieza con la misma piedra, es una verdad indiscutible. Que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, es otra. Por ello es imperdonable que el MAS haya cometido el error que otrora cometieran los gobernantes bolivianos: dar la espalda a un inmenso sector de la población. Gobernar para unos, no para todos. Plantear un proyecto indigenista que arranca con una constitución rechazada legítimamente, es no saber leer la realidad boliviana. Bolivia existe más allá del mundo indígena, aunque éste sea mayoritario. La lectura antropológica es necesaria, pero no suficiente. Hace falta más arsenal ideológico para dar respuestas y propuestas al caleidoscopio boliviano.
Es indiscutible que a la carreta del MAS le pusieron piedras no sólo la oligarquía cruceña, sino también los gringos y hasta me animaría a apuntar a los españoles (basta leer los reportajes del enviado especial de El País, que encima escribe sobre Bolivia desde Buenos Aires), que pierden mucho con un proyecto popular. Pero también las pusieron, y muy grandes, el mismo Evo Morales, García Linera y muchos masistas. No hay que caer en la tentación de copiar a los cubanos que todavía le echan la culpa al imperialismo, la CIA y al periodo de transición de la subida del ajo en los mercados.
Ya estamos mayorcitos como para asumir nuestros propios errores y es hora de buscarlos para ver la manera de enmendarlos, de modo que en el naufragio recuperemos aunque sea los bártulos que nos permitan poner otra vez el pie en tierra y no nos hundamos en las páginas oscuras de los libros de historia.
Pero Chávez y Aznar tienen sus respectivos proyectos en pie, a pesar de la derrota. Sin embargo, no creo que lo mismo le pase a Evo Morales, que ha despilfarrado una indudable mayoría absoluta en los arcanos de un gobierno desnortado.
Cuando ganó las elecciones, las masas que le habían votado depositaron la esperanza en su proyecto de anunciado tinte indigenista. La oligarquía cruceña, más poderosa que la minera que acababa de fenecer, afiló las uñas y comenzó a dar guerra aún antes de que se calentara el sillón presidencial. Hasta ese momento, habían disfrutado de unas dádivas considerables del gobierno central. Así crecieron y en ello cimentaron un poder que se asienta en dudosas bases democráticas. Como dos líquidos insolubles a toda temperatura, ambos grupos comenzaron con sus sendos proyectos. Uno consistía en remover el país hasta la médula y el otro, haciendo émulo del Partido Popular español, en recuperar el poder perdido.
Pero Bolivia no es España y Evo Morales no es Zapatero. Ni Merkel, ni Zarkozy. Cuando de gobernar se trata, se debe envolver a todo el país, y en ello se incluye: movimiento popular, intelectuales, empresarios de todos los tamaños, instituciones internacionales y gobiernos extranjeros. Bueno sería poder manejar un país sólo para sus votantes. Como utopía está bien. Pero la realidad de un país como Bolivia, pequeño, inserto en la economía mundial por sus materias primas, a la cola de todos los indicadores de desarrollo, complejo, dividido y rebelde, es bien complicada. Aunque se crea que se puede gobernar a golpe de manifestantes.
Con ello no quiero decir que Evo Morales no haya hecho muchas cosas bien. Que las ha hecho. Pero probablemente lo que le lleve a la derrota haya sido no haber podido neutralizar al enemigo. Ello no se conseguía por la vía violenta. Sobre todo, porque Morales nunca se planteó una revolución al estilo marxista, con la dictadura del proletariado (¿cuál?) y la etapa de transición en la cual se borraban las clases sociales. Él se planteó la reivindicación de la masa indígena por la vía democrática. Legítimo. El fallo ha sido en no haber cedido en algunos puntos. No haber sabido negociar con mano diestra. Le faltó un Maquiavelo al lado, no un Stalin.
Quien conoce la realidad española sabe que las autonomías no son más que una multiplicación de problemas. Pero son parteras de la convivencia. Por eso, nunca se entenderá por qué Evo Morales no hizo suyo el discurso autonomista. Si él se hubiera apropiado para su conveniencia de las banderas de la autonomía, hubiera ahogado la semilla del disconformismo oriental en su propia baba, privando a Costas y al Comité Cívico de su argumento más importante y movilizador.
Que el ser humano es el único animal que tropieza con la misma piedra, es una verdad indiscutible. Que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, es otra. Por ello es imperdonable que el MAS haya cometido el error que otrora cometieran los gobernantes bolivianos: dar la espalda a un inmenso sector de la población. Gobernar para unos, no para todos. Plantear un proyecto indigenista que arranca con una constitución rechazada legítimamente, es no saber leer la realidad boliviana. Bolivia existe más allá del mundo indígena, aunque éste sea mayoritario. La lectura antropológica es necesaria, pero no suficiente. Hace falta más arsenal ideológico para dar respuestas y propuestas al caleidoscopio boliviano.
Es indiscutible que a la carreta del MAS le pusieron piedras no sólo la oligarquía cruceña, sino también los gringos y hasta me animaría a apuntar a los españoles (basta leer los reportajes del enviado especial de El País, que encima escribe sobre Bolivia desde Buenos Aires), que pierden mucho con un proyecto popular. Pero también las pusieron, y muy grandes, el mismo Evo Morales, García Linera y muchos masistas. No hay que caer en la tentación de copiar a los cubanos que todavía le echan la culpa al imperialismo, la CIA y al periodo de transición de la subida del ajo en los mercados.
Ya estamos mayorcitos como para asumir nuestros propios errores y es hora de buscarlos para ver la manera de enmendarlos, de modo que en el naufragio recuperemos aunque sea los bártulos que nos permitan poner otra vez el pie en tierra y no nos hundamos en las páginas oscuras de los libros de historia.
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