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La tentación de la censura

Hace unos días, reenvié un artículo de un profesor de la Universidad Pompeu i Fabra que llamaba la atención sobre la falta de diversidad ideológica en los medios de comunicación españoles. Ponía como ejemplo la diferencia de trato que recibe Chávez en comparación con Uribe, utilizando para ello datos objetivos: las veces que aparece un artículo negativo con el primero (72) y las veces que lo hace de forma positiva (ninguna), en tanto que Uribe siempre es tratado con mayor complacencia, cuando Colombia es el país donde se cometen la mayoría de las violaciones a los derechos humanos en la zona.

Una persona muy cercana a mí me escribió, a su vez, un comentario a dicho artículo. En éste me decía que una cosa era la opinión y otra muy distinta la información. Que el pluralismo sólo debía tenerse en cuenta en la "opinión" y que la "información" corría de la mano de la línea editorial y que esta nunca podía ser pluralista "mientras más pluralista sea, menos información será"; que si en los medios españoles no había tal pluralismo es porque dependen de su línea editorial y que "si tienen líneas editoriales contrarias al chavismo, entonces debe ser porque el público español así lo prefiere. Imagino que nadie obliga a los españoles a comprar ciertos periódicos, sino que son ellos mismos los que deciden, por propia cuenta y riesgo, cuál de los medios de información y opinión preferir."

Cuando vivía en Santa Cruz, solía escribir en un periódico llamado "El Deber". Vaya por delante que es uno de los más prestigiosos del país, aunque sea de derechas. El Director, el señor Rivero Mercado, era un elegante señor que desde su editorial siempre daba palo a la izquierda, muy consecuente con su propia perspectiva. Sin embargo, en medio de sus páginas todos los viernes, se podía leer una carta mía (en una columna que se llamaba Cartas al pie de vida) en la que yo, a mi vez, repartía palos por doquier y estos siempre llegaban a la derecha. Más de una vez me atreví con el Comité Cívico. Cuando me fui a vivir a La Paz, empecé a escribir en La Razón, confiando en que como estaba en la capital, las cosas funcionarían mejor. Pues no, allí la tijera de la censura estaba más afilada que en cualquier sitio, de manera que cuando quise entender lo que yo misma había escrito, no pude. Lo cual quiere decir, que en materia de opinión no importa la línea editorial, sino las ganas de castrar las opiniones de los demás de modo que se parezcan a la tuya. Eso si te publican. Obviamente, cada periódico tiene una línea editorial, pero ésta debe quedarse en la página reservada para ella. Luego, debería darse cabida a otras voces, intentando siempre verter varios puntos de vista sobre el mismo hecho.
En materia de información ya es otra cosa. Aquí no se puede hablar de pluralismo, sino más bien de objetividad. Lo que debe hacer un redactor es tratar de ser lo más objetivo posible en el tratamiento de la noticia (siguiendo la línea que traza Anthony Beevor con la historia). Sin prejuiciar, aunque ello conlleve ir en contra de su propia ideología, que debería quedar parqueada en la puerta de las redacciones. Para ello existe un código deontológico que les da las pautas incluso con el lenguaje que deben utilizar. Si no aceptamos estos mínimos, corremos el peligro de entrar en los lodos de la censura. Porque estar de acuerdo en que la información debe ir por los cauces de la línea editorial es estar de acuerdo con el uso (mal uso) que se hace de la información en países donde impera la dictadura, o donde el que reina es el señor mercado. Por suerte, hay muchos periodistas que han entendido que esa es su labor: informar sin importarles ni las líneas editoriales, ni quien está detrás de ellas.
Aunque en ello se dejen la vida.

(Un homenaje a Natalia Esternirova, asesinada en Chechenia por intentar ser objetiva)

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