Últimamente siento que vivo en el planeta Disney. Esto es, con personajes claramente ubicados en el bando de los buenos y los malos. Todo según el punto de vista desde el cual se los vea. Así, hay quien pone a Chávez siempre en el bando de los malos, aunque con sus últimas decisiones respecto a la prensa en su país, saca de dudas a quien aún las tiene. Para los otros, está entre los buenos, sin puntos intermedios. Lo que hace es absolutamente necesario en aras de su revolución y el que lo critique pues solamente lo hace porque o es un antirevolucionario, o un reaccionario, o simplemente un facha. Son intocables. En un estás conmigo o contra mí que sólo los ubica bajo el manto de la palabra del siempre detestado expresidente Bush.
En el otro bando estamos iguales. Hay todavía quien cree que el golpe de estado de Honduras no fue golpe de estado más bien una simple aplicación de la Constitución. "¿Es que no la han leído?" Es la defensa que arguyen para intentar robarte la palabra. No importa si la has leído. En realidad, no importa lo que digan los demás. Lo peor de esta gente es que sólo critican lo que ocurre en una de las fronteras y, por dar un ejemplo, ven a Uribe como ejemplo de la democracia. En Colombia no cierran radios; no, lo hacen mejor, matan a los periodistas que trabajan en ellas y los demás sólo se autocensuran. Hasta les sale rentable.
Ambos grupos intentan justificarse y son ciego-sordo-mudos respecto a los argumentos del otro. Y ya empieza a cansar.
Hace unos días volví a leer "El guardián entre el centeno". Un libro que admite varias relecturas, las cuales justifican as razones por las cuales es un clásico. Me llamó la atención algo que pasó desapercibido en la primera lectura: uno de los personajes de Salinger que había estado en la desembarco de Normandía (él mismo lo estuvo) comenta que "en el ejército había casi tantos malnacidos como entre los nazis". Curioso ¿no? Todo esto en un libro utilizado como lectura obligatoria en los institutos de Estados Unidos.
Más de lo mismo nos ofrece el historiador inglés en su serie de libros históricos en los que desbroza de manera objetiva la historia. Sea el ingreso del ejército rojo en Berlín, la batalla de Stalingrado, la Guerra Civil Española o el Día D. Si se lee la historia desde la óptica Beevor, que es probablemente la más cercana a la realidad, descubrimos que este no es el planeta Disney y que hubo crueldad en todos los bandos, que la razón y la verdad se diluyeron en los campos de batalla.
Pero hay regímenes que acostumbran a reescribir la historia no con el fin de darle una mayor veracidad sino de tergiversarla a su favor, convirtiéndose a sí mismo en los buenos, las víctimas, los héroes de una ideología que por lo general en teoría debería beneficiar a ese ente de rostro indefinido que se denomina pueblo.
Por eso me ha resultado cuando menos curiosa la comparación que hace el vicepresidente boliviano, García Linera, en su último libro. En una muestra de pedantería se ubica como "uno de los últimos jacobinos de la Revolución Francesa" y ve a Evo Morales "como Robespierre". Hay una frase popular que dice que si así son los amigos para qué queremos enemigos. Aquí sería menester aplicarla teniendo en cuenta que Robespierre fue artífice de una de las épocas más sangrientas de la historia de Francia, aunque bajo una ideología que inspiraría al más libertario de la historia universal. Y gracias que no se comparó con Dantón, porque sería aún peor. Por pretensioso y porque justamente este magnífico orador que participó en la instauración de jurados "populares" acabó víctima de las manipulaciones de uno de ellos. Así como más tarde le pasaría a Robespierre, que perdería, después de aniquilar a su compañero de armas, la cabeza tanto metafórica como realmente.
Esperemos que eso de último jacobino no se refiera a ser un termidoriano.
No sé, esa cita da para muchas lecturas y tal vez debería inquietar a más de uno.
Si estuviera cerca de Evo Morales me preocuparía de que tuviera a Fouché, de Stefan Zweig, de cabecera.
No sería un mal regalo.
En el otro bando estamos iguales. Hay todavía quien cree que el golpe de estado de Honduras no fue golpe de estado más bien una simple aplicación de la Constitución. "¿Es que no la han leído?" Es la defensa que arguyen para intentar robarte la palabra. No importa si la has leído. En realidad, no importa lo que digan los demás. Lo peor de esta gente es que sólo critican lo que ocurre en una de las fronteras y, por dar un ejemplo, ven a Uribe como ejemplo de la democracia. En Colombia no cierran radios; no, lo hacen mejor, matan a los periodistas que trabajan en ellas y los demás sólo se autocensuran. Hasta les sale rentable.
Ambos grupos intentan justificarse y son ciego-sordo-mudos respecto a los argumentos del otro. Y ya empieza a cansar.
Hace unos días volví a leer "El guardián entre el centeno". Un libro que admite varias relecturas, las cuales justifican as razones por las cuales es un clásico. Me llamó la atención algo que pasó desapercibido en la primera lectura: uno de los personajes de Salinger que había estado en la desembarco de Normandía (él mismo lo estuvo) comenta que "en el ejército había casi tantos malnacidos como entre los nazis". Curioso ¿no? Todo esto en un libro utilizado como lectura obligatoria en los institutos de Estados Unidos.
Más de lo mismo nos ofrece el historiador inglés en su serie de libros históricos en los que desbroza de manera objetiva la historia. Sea el ingreso del ejército rojo en Berlín, la batalla de Stalingrado, la Guerra Civil Española o el Día D. Si se lee la historia desde la óptica Beevor, que es probablemente la más cercana a la realidad, descubrimos que este no es el planeta Disney y que hubo crueldad en todos los bandos, que la razón y la verdad se diluyeron en los campos de batalla.
Pero hay regímenes que acostumbran a reescribir la historia no con el fin de darle una mayor veracidad sino de tergiversarla a su favor, convirtiéndose a sí mismo en los buenos, las víctimas, los héroes de una ideología que por lo general en teoría debería beneficiar a ese ente de rostro indefinido que se denomina pueblo.
Por eso me ha resultado cuando menos curiosa la comparación que hace el vicepresidente boliviano, García Linera, en su último libro. En una muestra de pedantería se ubica como "uno de los últimos jacobinos de la Revolución Francesa" y ve a Evo Morales "como Robespierre". Hay una frase popular que dice que si así son los amigos para qué queremos enemigos. Aquí sería menester aplicarla teniendo en cuenta que Robespierre fue artífice de una de las épocas más sangrientas de la historia de Francia, aunque bajo una ideología que inspiraría al más libertario de la historia universal. Y gracias que no se comparó con Dantón, porque sería aún peor. Por pretensioso y porque justamente este magnífico orador que participó en la instauración de jurados "populares" acabó víctima de las manipulaciones de uno de ellos. Así como más tarde le pasaría a Robespierre, que perdería, después de aniquilar a su compañero de armas, la cabeza tanto metafórica como realmente.
Esperemos que eso de último jacobino no se refiera a ser un termidoriano.
No sé, esa cita da para muchas lecturas y tal vez debería inquietar a más de uno.
Si estuviera cerca de Evo Morales me preocuparía de que tuviera a Fouché, de Stefan Zweig, de cabecera.
No sería un mal regalo.
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