Mi mejor amiga tiene 72 años, exactamente dos menos que Mercedes Sosa me aclaró ayer, cuando la recordábamos en un íntimo homenaje. Antes era mi vecina por lo que la veía todos los días. Yo era Yoss, la del 5º. Alguna vez, alguien creyó que cuando ella señalaba con el dedo hacia arriba, se refería a Dios, un dios femenino que todo lo resolvía. Así era una nuestra amistad cuando sólo nos separaban unos escalones. Presentes la una para la otra en todo momento. Ahora vive más lejos lo cual no implica olvido, sólo le ha añadido más intensidad a nuestra amistad. Cada fin de semana, me doy el viajecito siempre segura de que allá estará esperándome el cable a tierra.
En Argentina, eres "la vieja" cuando tu hijo comienza la adolescencia, aunque seas una madre que no ha alcanzado la cuarentena. Sinónimo de autoridad, de regazo, de refugio, de experiencia. No tiene el significado de jubilado, aparcado, orillado que tiene en otras latitudes. Es sólo eso, un valor.
Yo tengo muchas amigas que han superado las siete decenas. Mujeres maravillosas con las que he compartido muchas cosas. Han envejecido conmigo y son más lentas pero no menos hermosas. Contemporáneas de mi madre, tal vez por eso mismo, tan cercanas.
Representan a ese grupo humano al que observo cuando voy apresurada. A veces encuentro a uno de ellos con el único objetivo de caminar 100 metros. El espacio y el tiempo acortados. Otras veces, les cedo el asiento en el autobús aunque cargue una planta en una mano y un libro en la mochila en la otra. Luego les ayudo bajar y me premian diciéndome "eres un encanto", "gracias, bonita". O les ayudo a cruzar la calle. A veces no me acerco a mis octogenarias sólo por el dolor que me da que ya no me reconozcan y paso a su lado, evitándolas. Protegiéndome...
Francisco Luis Bernárdez tiene un poema bellísimo dedicado a ellos, pero no lo he podido encontrar. Cargo en mi bagaje éste otro, igual de significativo:
"Por que después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado."
Finalmente, todos vamos a su encuentro.
En Argentina, eres "la vieja" cuando tu hijo comienza la adolescencia, aunque seas una madre que no ha alcanzado la cuarentena. Sinónimo de autoridad, de regazo, de refugio, de experiencia. No tiene el significado de jubilado, aparcado, orillado que tiene en otras latitudes. Es sólo eso, un valor.
Yo tengo muchas amigas que han superado las siete decenas. Mujeres maravillosas con las que he compartido muchas cosas. Han envejecido conmigo y son más lentas pero no menos hermosas. Contemporáneas de mi madre, tal vez por eso mismo, tan cercanas.
Representan a ese grupo humano al que observo cuando voy apresurada. A veces encuentro a uno de ellos con el único objetivo de caminar 100 metros. El espacio y el tiempo acortados. Otras veces, les cedo el asiento en el autobús aunque cargue una planta en una mano y un libro en la mochila en la otra. Luego les ayudo bajar y me premian diciéndome "eres un encanto", "gracias, bonita". O les ayudo a cruzar la calle. A veces no me acerco a mis octogenarias sólo por el dolor que me da que ya no me reconozcan y paso a su lado, evitándolas. Protegiéndome...
Francisco Luis Bernárdez tiene un poema bellísimo dedicado a ellos, pero no lo he podido encontrar. Cargo en mi bagaje éste otro, igual de significativo:
"Por que después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado."
Finalmente, todos vamos a su encuentro.
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