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Nosotros los informales

El terrible accidente de Castelldefels me ha dejado pensando. No ha sido casual, creo yo, que de los 12 muertos, 11 sean latinoamericanos (dos de ellos, bolivianos). Y es que si hay algo que nos caracteriza (a los latinos) es ser informales. De nada me vale que algunos pongan diferentes justificaciones: no querían pagar 1,65 euros que es lo que valía el pasaje; que no sabían dónde estaba el paso subterráneo; que la pasarela estaba cerrada; que no había policías para orientarlos; que el tren iba sin luces; que iba a mucha velocidad (no lo dudo ya que era un tren de alta velocidad) etc. Hay algunos familiares que se han planteado pedir responsabilidades ante tal agravio. Me imagino que ya habrá algún abogado que les diga que las leyes deben cumplirse y que los ciudadanos están obligados a conocerlas una vez éstas se han publicado en el BOE; que las normas están escritas y que a nadie en su sano juicio se le ocurriría cruzar por las vías del tren, dando un salto, sólo porque el paso subterráneo estaba abarrotado. Y que los policías no pueden estar detrás de cada uno de nosotros intentando inculcarnos sentido común y que debemos asumir nuestros errores sin echarle la culpa a quien no la tiene.
Hoy leía en el periódico que cada conductor de tren asume que alguna vez en su vida le toca levantar un cadáver y que el año pasado murieron arrolladas más de 30 personas. Un día después del accidente, no era difícil ver que había gente cruzando las vías por el mismo lugar en donde perdieron la vida 12 personas.
Me pregunto, ¿que nos lleva a los ciudadanos del sur a incumplir cuanta norma se escribe para hacer más feliz la convivencia? Digo sur, porque en los países del norte incluso no hay quién revise si has pagado el pasaje en el tren porque asumen que existe algo llamado responsabilidad ciudadana.
Hace unos años, yo comentaba en el trabajo, en esas tardes en las que solíamos juntarnos a tomar un café, que en Miami había perdido un dólar por no leer previamente las instrucciones del locker. Una mujer que trabajaba allí -una mezcla entre bruja del bosque y agente de bolsa- me dijo que eso era lo que nos caracterizaba a los bolivianos, primero actuábamos y luego nos lamentábamos por las consecuencias. Lejos de enfadarme, le di la razón, pues yo misma habría sido capaz de coger la mochila y tirarme al vacío sólo por no haber leído cuál de los dos bultos decía "paracaídas".
Meses más tarde, vino a trabajar conmigo un chileno. Era el tío más formal del que tengo memoria: cumplía todos los plazos con la calidad requerida, era sereno y muy sabio. Cuando me llegó la hora de pagarle, le dije que subiera al departamento de contabilidad, algo que hizo con la tranquilidad que le caracterizaba. Ese mismo talante utilizó para decirme que el contable le había cizado 50 dólares contándole una venerable batallita. Que 50 dólares a él ni le enriquecían, ni le empobrecían pero que habíamos firmado un contrato por una cantidad y esa cantidad era lo que él quería recibir. Me pareció justo. Sin decirle palabra, subí a arreglar lo que yo consideraba un robo blanco. El contable me repitió sus argumentos, que el banco es Alemán, que se pierde en el cambio, etc, etc. Sin hacer ningún comentario, le pedí los 50 dólares aunque tuviera que sacarlos de su bolsillo. Y es que si algo había aprendido de esa historia es que los acuerdos y contratos están para ser cumplidos.
¡Ay! Si los bolivianos fuéramos así de formales, pensé, qué lejos estaríamos. Seguramente, no sólo cumpliríamos las fechas de entrega, sino que seríamos puntuales (nada de la mierda esa de la "hora boliviana") y cuando decimos "te llamo", no venga con fe de erratas y signifique que vamos a llamar.
Pero llego a España y me doy cuenta que todos somos así. Ayer mismo me compré una deliciosa empanada paraguaya vendida en plena vía pública, algo que está prohibido, por cuestiones de sanidad. Pero para eso estamos, para incumplir las normas, para pasárnoslas por el arco del triunfo, porque creemos que eso es lo que nos diferencia de la vieja Europa: somos más vivos, más listos, más espabilados que ellos.
Eso es innovar, salir adelante con cualquier cosita.
Entre el prohibido prohibir al que se aferran los taurinos y los límites parece que hay un mundo. Pero creo que deberíamos establecer unas mínimas fronteras que nos separen del todo vale. Y los que me conocen bien, se reirán de mí. Dirán, ¿quién fue la tonta que metió la cabeza "entre coche y andén" para salvar un pato de peluche? Sí, yo fui esa tonta. Y siempre me pongo de ejemplo para ilustrar la idiotez en grado sumo. Sólo que hay idiotas con suerte...
Hace unos días, aprendí de motu propio dónde estarían mis propios límites. Veréis, no soy muy afecta a esperar que el semáforo se ponga verde para los peatones, cruzo sin más. Por el temible efecto oveja, ese que arrastra a una multitud a la hecatombre, un niño con su triciclo me siguió cuando atravesaba Fernández de los Ríos, pensando que tenía derecho pues sólo seguía a una adulta que supuestamente sabe más. Su padre lo detuvo y yo me sentí fatal. Desde entonces, antes de cruzar imprudentemente, miro para ver si arrastro a algún incauto. Cuando hay una pequeña multitud detrás mío, espero. Aunque me moleste perder un par de minutos. ¡Un par de minutos!!
La vida y la muerte en un par de minutos..., que es lo que pretendieron ahorrar los 12 de Castelldefels.

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