El Mundial de Fútbol es el fenómeno global que produce una mélange extraña pues, de pronto, sientas a tu lado a los que antes eran tus enemigos (léase rivales, de otros equipos que antes odiabas en la Liga) y a los que eran tus amigos les ladras como hiena de sabana, sólo porque en este puzzle gigantesco que vuelve a formarse cada cuatro años, cada cual duerme tapado con su bandera respectiva.
Menos los bolivianos, obviamente. Sólo una vez llegamos a un Mundial y eso fue en épocas pretéritas, cuando un señor vasco apareció por esos lares perdidos y nos dio un poquito de esperanza y se armó un equipo, a pesar de la ya asumida indisciplina de los bolivianos que hemos hecho del viernes de soltero un culto. Y nos pusieron en el partido inaugural de sparring del dernier campeón del mundo: Alemania. Perdimos como en la guerra, está demás decir, aunque luchamos como jabatos. Y a pesar de ponerle mucha ilusión al asunto duramos lo que dura un novato en un cuadrilátero: salimos en el primer ring. A partir de entonces, empezamos, como siempre, a repartirnos entre todas las selecciones porque siempre es bueno emocionarse durante un buen partido, le añade sal y pimienta al espectáculo.
Esta vez y a diferencia de las demás, siento un cariño especial por mi país de acogida. Como este año ya habré vivido en Madrid más que en ninguna otra ciudad, siento que soy parte del destino de este sitio maravilloso, con el cual hemos establecido un acuerdo: yo no me quejo por sus incomodidades y ella sólo me da lo mucho que tiene sin cobrar melancolías. Por eso soy de la "roja", hasta que vuelva con la derrota o la copa a cuestas.
Si vuelve con la primera, iré cambiando de tercios (como en todos los mundiales) y pasaré a defender los colores de Uruguay, porque creo que se lo merece. Si cae Uruguay, pasaré, en este orden, a defender a Brasil y luego a Argentina. Si no queda ninguno de mis anhelos, buscaré la selección en la que se encuentre alguno de los futbolistas al que sigo la carrera. Así hasta la gran final que siempre es un espectáculo adorable e inolvidable para mí (¿No les he dicho que espero con ansias los mundiales porque de pequeña también salía al recreo?).
Y no coincido con el resto de mis amigas, no pienso que el mundial sea un desfile de "figuritas" que vale la pena ver. No soporto a Cristiano Ronaldo por antipático por mucha tableta de chocolate que luzca en el vientre. Pienso que hablar de la belleza de los jugadores mientras lucen otro tipo de inteligencia es como hablar de la apariencia de las mujeres cuando en realidad están revolucionando el mundo. Dirán que soy exagerada y tal vez. Pero creo que ante un Busquets, un Villa, un Messi, un Eto'o, cuyo físico puede ser discutible, pero cuyo talento está fuera de duda; vale la pena rendirse.
Y, créanme, cuando Messi coge la pelota siento que lo sublime ha decidido hacernos un regalo y que si no respiro caigo seca en el acto. Y suspiro.
Para todo lo demás Mastercard.
Menos los bolivianos, obviamente. Sólo una vez llegamos a un Mundial y eso fue en épocas pretéritas, cuando un señor vasco apareció por esos lares perdidos y nos dio un poquito de esperanza y se armó un equipo, a pesar de la ya asumida indisciplina de los bolivianos que hemos hecho del viernes de soltero un culto. Y nos pusieron en el partido inaugural de sparring del dernier campeón del mundo: Alemania. Perdimos como en la guerra, está demás decir, aunque luchamos como jabatos. Y a pesar de ponerle mucha ilusión al asunto duramos lo que dura un novato en un cuadrilátero: salimos en el primer ring. A partir de entonces, empezamos, como siempre, a repartirnos entre todas las selecciones porque siempre es bueno emocionarse durante un buen partido, le añade sal y pimienta al espectáculo.
Esta vez y a diferencia de las demás, siento un cariño especial por mi país de acogida. Como este año ya habré vivido en Madrid más que en ninguna otra ciudad, siento que soy parte del destino de este sitio maravilloso, con el cual hemos establecido un acuerdo: yo no me quejo por sus incomodidades y ella sólo me da lo mucho que tiene sin cobrar melancolías. Por eso soy de la "roja", hasta que vuelva con la derrota o la copa a cuestas.
Si vuelve con la primera, iré cambiando de tercios (como en todos los mundiales) y pasaré a defender los colores de Uruguay, porque creo que se lo merece. Si cae Uruguay, pasaré, en este orden, a defender a Brasil y luego a Argentina. Si no queda ninguno de mis anhelos, buscaré la selección en la que se encuentre alguno de los futbolistas al que sigo la carrera. Así hasta la gran final que siempre es un espectáculo adorable e inolvidable para mí (¿No les he dicho que espero con ansias los mundiales porque de pequeña también salía al recreo?).
Y no coincido con el resto de mis amigas, no pienso que el mundial sea un desfile de "figuritas" que vale la pena ver. No soporto a Cristiano Ronaldo por antipático por mucha tableta de chocolate que luzca en el vientre. Pienso que hablar de la belleza de los jugadores mientras lucen otro tipo de inteligencia es como hablar de la apariencia de las mujeres cuando en realidad están revolucionando el mundo. Dirán que soy exagerada y tal vez. Pero creo que ante un Busquets, un Villa, un Messi, un Eto'o, cuyo físico puede ser discutible, pero cuyo talento está fuera de duda; vale la pena rendirse.
Y, créanme, cuando Messi coge la pelota siento que lo sublime ha decidido hacernos un regalo y que si no respiro caigo seca en el acto. Y suspiro.
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