Lo confieso, alguna vez detesté mi poderoso olfato, capaz de captar un olor con claridad y catálogo a una distancia de una milla (exagero); por su omnipresencia y falta de vacaciones. Sé que he perdido algunas de mis capacidades por culpa del decapante y la polución madrileña, pero creo que sigue siendo tan efectivo, aunque sin llegar a la perfección de la nariz gatuna.
Así, mi vida ha pasado por un desempeño olfativo que me ha llevado a cotas de placer impresionantes. Una vez, llegué a tener once perfumes abiertos. Amaba y amo ese pequeño y mundano objeto y la gente que bien me quiere sabe que es el mejor regalo. Pero también este sentido ha sido el culpable de mis ganas de vomitar cuando algún señor sube al autobús envuelto por una colonia masculina que detesto. Por lo tanto, no es difícil imaginar cómo sufro cuando la gente no se asea como es debido. Es cuando me sacudo los pelillos olfativos y comienzo mi concentración interior evocando todos los mantras posibles que me permitan arribar a un puerto mejor oliente.
Si existe un soundtrack de nuestra vida, también hay un album olfativo que nos recuerda cada una de las etapas vividas. Vinculados o no a la memoria visual o auditiva, ellos existen. Y no sólo es la maravilla que nos brinda la arcilla después de la lluvia, o el césped recién cortado, o las sábanas limpias; lugares comunes que encantan incluso al más patético humano; sino también esos otros olores asociados a la historia de cada uno, que nos llevan a las estancias amables de nuestra vida y que nos recuerdan a nuestra madre, nuestro padre, nuestros hermanos y hermanas, nuestros animales, esa muñeca amada llamada Mayte, las galletas con sabor a limón, el jardín de nuestra casa de infancia, o el jabón Lux en Cuba.
Hace unos años, en una playa descubrí una exposición dedicada a los olores. Fantasía hecha realidad. Allí descubrí que entre todos, el almizcle, que no es más que grasa de una cabra, es el olor que me fascina, lo cual hace del Opium mi fragancia favorita. Me hubiera gustado vivir bajo esa carpa. Yo, nariz privielgiada y a la vez desperdiciada, fui momentánea y absolutamente feliz.
El problema de los olores es que son volátiles y el de los perfumes, que dejan de fabricarse. Así, nunca más volveré a oler un Oleg Cassini o un Magic Noire, porque, por esos avatares del mercado, han dejado de fabricarse...
Lo peor de todo es cuando tu memoria se despierta a una fragancia y no consigues identificarla pero, por un momento, sientes que viajas al instante en el cual se produjo. El olor, un transporte mágico al pasado, tanto como una fotografía o una melodía. Cuando pierdes cualquiera de ellos, porque no puedes recordar el estribillo que haría que ubiques la canción en internet o la foto ha quedado inutilizada por cualquier motivo, qué tristeza y qué desamparo.
Me pasó hace un par de días. Estaba en el supermercado Lidl y cuando fui a la zona de las galletas, percibí un olor que me llevó por un segundo a la orilla del precipio del recuerdo, en la cual me hubiera dejado caer sin asco y con premura, pero otra fragancia del presente me trajo a tierra firme. Por mucho que me concentré, no pude atraparlo y me sentí, por un momento, vacía... Que pena, he perdido ese instante de gozo absoluto...
Y en la caja, sólo deseaba caer y caer y caer... pero me empeñé en volver al mundo conocido y real con sus olores tan conocidos y cotidianos que ya no me dicen nada.
Así, mi vida ha pasado por un desempeño olfativo que me ha llevado a cotas de placer impresionantes. Una vez, llegué a tener once perfumes abiertos. Amaba y amo ese pequeño y mundano objeto y la gente que bien me quiere sabe que es el mejor regalo. Pero también este sentido ha sido el culpable de mis ganas de vomitar cuando algún señor sube al autobús envuelto por una colonia masculina que detesto. Por lo tanto, no es difícil imaginar cómo sufro cuando la gente no se asea como es debido. Es cuando me sacudo los pelillos olfativos y comienzo mi concentración interior evocando todos los mantras posibles que me permitan arribar a un puerto mejor oliente.
Si existe un soundtrack de nuestra vida, también hay un album olfativo que nos recuerda cada una de las etapas vividas. Vinculados o no a la memoria visual o auditiva, ellos existen. Y no sólo es la maravilla que nos brinda la arcilla después de la lluvia, o el césped recién cortado, o las sábanas limpias; lugares comunes que encantan incluso al más patético humano; sino también esos otros olores asociados a la historia de cada uno, que nos llevan a las estancias amables de nuestra vida y que nos recuerdan a nuestra madre, nuestro padre, nuestros hermanos y hermanas, nuestros animales, esa muñeca amada llamada Mayte, las galletas con sabor a limón, el jardín de nuestra casa de infancia, o el jabón Lux en Cuba.
Hace unos años, en una playa descubrí una exposición dedicada a los olores. Fantasía hecha realidad. Allí descubrí que entre todos, el almizcle, que no es más que grasa de una cabra, es el olor que me fascina, lo cual hace del Opium mi fragancia favorita. Me hubiera gustado vivir bajo esa carpa. Yo, nariz privielgiada y a la vez desperdiciada, fui momentánea y absolutamente feliz.
El problema de los olores es que son volátiles y el de los perfumes, que dejan de fabricarse. Así, nunca más volveré a oler un Oleg Cassini o un Magic Noire, porque, por esos avatares del mercado, han dejado de fabricarse...
Lo peor de todo es cuando tu memoria se despierta a una fragancia y no consigues identificarla pero, por un momento, sientes que viajas al instante en el cual se produjo. El olor, un transporte mágico al pasado, tanto como una fotografía o una melodía. Cuando pierdes cualquiera de ellos, porque no puedes recordar el estribillo que haría que ubiques la canción en internet o la foto ha quedado inutilizada por cualquier motivo, qué tristeza y qué desamparo.
Me pasó hace un par de días. Estaba en el supermercado Lidl y cuando fui a la zona de las galletas, percibí un olor que me llevó por un segundo a la orilla del precipio del recuerdo, en la cual me hubiera dejado caer sin asco y con premura, pero otra fragancia del presente me trajo a tierra firme. Por mucho que me concentré, no pude atraparlo y me sentí, por un momento, vacía... Que pena, he perdido ese instante de gozo absoluto...
Y en la caja, sólo deseaba caer y caer y caer... pero me empeñé en volver al mundo conocido y real con sus olores tan conocidos y cotidianos que ya no me dicen nada.
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