1. Lo reconozco, me gustan los chismes de altos vuelos. Es decir, aunque no soporte las revistas tipo Hola, puedo pasarme un par de días leyendo la biografía de algún personaje célebre, en especial si son mujeres. Me han encantado las reflexiones de Isadora Duncan sobre su propia vida o conocer los vericuetos de la vida de Virginia Woolf. Envidio a todas estas grandes mujeres. No sólo su vida, sus logros, sus relaciones, su entorno, sino la capacidad que tuvieron de vencerse a sí mismas, a la vez que le daban lecciones a la sociedad del alcance de sus deseos. Pero la que realmente hizo que me pusiera verde fue Alma Mahler.
La Mahler no sólo encandiló al que le dio el apellido y que fue uno de los grandes compositores de principios del siglo XX, Gustav Mahler, sino que también fue musa del gran Klimt, de Oskar Kokoshka, Walter Gropius y Franz Werfel. Aunque vale la pena aclarar que tres de ellos le deben haber llegado a la cima. Un bellezón de la época y una de las personas más brillantes y creativas de la historia. ¿Por qué a pesar de haber sido una joven promesa de la música no llegó nunca a producir nada más que unas simples y prometedoras canciones?? La biografía que leí justificaba ese fracaso al momento en el que vivió. Mi amiga Constanza me recordó que, sin embargo, contemporáneas a ella sí consiguieron descollar en sus disciplinas, entre ellas las mencionadas anteriormente. Creo que la clave está en la tristemente célebre carta de Gustav Mahler en la que le prevenía acerca de lo que le esperaba si aceptaba casarse con él: dos compositores son muchos bajo un mismo techo. Es decir, ella debería ceder todas sus ambiciones para apoyar al hombre, al genio, al gran director de la Ópera de Viena. La carta es tan ruda que cualquiera en sus cabales se sentiría tentada a rechazar la oferta, pero Alma Schindler, no. Hacerlo implicaba romper con su ambiente social, convertirse en una revolucionaria, una precursora del feminismo. Otra. Muere la compositora y nace la musa.
Si Adam Smith no pudo quitarse el corset de su clase social para descubrir la ley del valor, Alma Mahler no pudo quitarse el suyo para ser la gran compositora del siglo XX. Pero fue una gran mujer, fue rica y tuvo una vida espectacular, digna de ser leída. Eran otros tiempos y la vida de los de su clase era, tal vez, más atractiva.
2. Si algo tiene de malo la tele es que nos acerca el cotidiano no sólo de las favelas cariocas sino también nos abre las casas de los que más tienen gracias a lo de siempre (es decir, robarle a los que poco tienen), a las nuevas tecnologías o a los quebraderos de la bolsa. El otro día, siguiendo a un Ferrari rojo, entré en la casa de uno de esos nuevos ricos. Del coche pasaron a la mujer, una rubia teñida cubierta de tatuajes, y le preguntaron qué era lo que hacía mientras su marido especulaba con el dinero de los demás y ella con una sonrisa desdentada dijo: soy fanática de las compras, hoy me he comprado este Gucci por 20.000 euros y este bolso por 5.000. Podría jurarlo, pero la tía era tan vulgar que hubiera dado lo mismo que usara un vestido comprado en una tienda de chinos de la esquina, combinado con un bolso de mercadillo. La pregunta que me hacía era si el dinero no le alcanzaba para hacerse unos implantes y arreglarse la boca y enseñarle, de paso, a hablar a su desastrosa aunque bien vestida hija. El marido aclaró que por razones de conciencia apoyaba a "algunas ONG's". Como el programa iba de ensalzar a los ricos, el reportero tuvo a bien no preguntar a cuáles. Mejor cambiar de canal.
3. Por esas coincidencias de la vida, en su viaje a Toulouse, una persona muy cercana a mí, compartió asiento con una mujer colombiana de mediana edad. Una iba a aprender francés y la otra, la colombiana, a trabajar durante cuatro semanas para una familia adinerada mezcla de francés con española. A la vuelta, coincidieron en el mismo avión. Una, venía feliz de todo lo aprendido, de toda la gente que había conocido, de las calles de Toulouse, los viajes a Carcasonne, les Pyrinées, etc... mientras que la otra no había salido durante todo este tiempo de la gran mansión de los señores. Lo más triste de todo es que cuando esta pareja había viajado a Paris le habían desconectado el teléfono como muestra de que de los pobres no nos podemos fiar, ¡pueden utilizar el teléfono para llamar a su país! ¡Horror! La pobre mujer comentaba cómo la había maltratado no sólo la española, sino también el hijo, que era un maleducado y que le faltaba al respeto a su mismísima madre, para terminar diciendo: me dan pena los ricos, tendrán mucho dinero pero qué infelices los veo...
4. Pues a mí no me dan pena. Ninguna. Sus problemas me parecen de chichinabo y salvo la Mahler, por musa, ni siquiera su vida me interesa. No ya un libro, no soporto una película que me hable de sus cuitas (esa una de las razones por las que se hace cuesta arriba terminar Rojo y Negro y encuentro un placer indescifrable leyendo El Quijote).
Creo que hasta escribir esta entrada ya es una concesión...
La Mahler no sólo encandiló al que le dio el apellido y que fue uno de los grandes compositores de principios del siglo XX, Gustav Mahler, sino que también fue musa del gran Klimt, de Oskar Kokoshka, Walter Gropius y Franz Werfel. Aunque vale la pena aclarar que tres de ellos le deben haber llegado a la cima. Un bellezón de la época y una de las personas más brillantes y creativas de la historia. ¿Por qué a pesar de haber sido una joven promesa de la música no llegó nunca a producir nada más que unas simples y prometedoras canciones?? La biografía que leí justificaba ese fracaso al momento en el que vivió. Mi amiga Constanza me recordó que, sin embargo, contemporáneas a ella sí consiguieron descollar en sus disciplinas, entre ellas las mencionadas anteriormente. Creo que la clave está en la tristemente célebre carta de Gustav Mahler en la que le prevenía acerca de lo que le esperaba si aceptaba casarse con él: dos compositores son muchos bajo un mismo techo. Es decir, ella debería ceder todas sus ambiciones para apoyar al hombre, al genio, al gran director de la Ópera de Viena. La carta es tan ruda que cualquiera en sus cabales se sentiría tentada a rechazar la oferta, pero Alma Schindler, no. Hacerlo implicaba romper con su ambiente social, convertirse en una revolucionaria, una precursora del feminismo. Otra. Muere la compositora y nace la musa.
Si Adam Smith no pudo quitarse el corset de su clase social para descubrir la ley del valor, Alma Mahler no pudo quitarse el suyo para ser la gran compositora del siglo XX. Pero fue una gran mujer, fue rica y tuvo una vida espectacular, digna de ser leída. Eran otros tiempos y la vida de los de su clase era, tal vez, más atractiva.
2. Si algo tiene de malo la tele es que nos acerca el cotidiano no sólo de las favelas cariocas sino también nos abre las casas de los que más tienen gracias a lo de siempre (es decir, robarle a los que poco tienen), a las nuevas tecnologías o a los quebraderos de la bolsa. El otro día, siguiendo a un Ferrari rojo, entré en la casa de uno de esos nuevos ricos. Del coche pasaron a la mujer, una rubia teñida cubierta de tatuajes, y le preguntaron qué era lo que hacía mientras su marido especulaba con el dinero de los demás y ella con una sonrisa desdentada dijo: soy fanática de las compras, hoy me he comprado este Gucci por 20.000 euros y este bolso por 5.000. Podría jurarlo, pero la tía era tan vulgar que hubiera dado lo mismo que usara un vestido comprado en una tienda de chinos de la esquina, combinado con un bolso de mercadillo. La pregunta que me hacía era si el dinero no le alcanzaba para hacerse unos implantes y arreglarse la boca y enseñarle, de paso, a hablar a su desastrosa aunque bien vestida hija. El marido aclaró que por razones de conciencia apoyaba a "algunas ONG's". Como el programa iba de ensalzar a los ricos, el reportero tuvo a bien no preguntar a cuáles. Mejor cambiar de canal.
3. Por esas coincidencias de la vida, en su viaje a Toulouse, una persona muy cercana a mí, compartió asiento con una mujer colombiana de mediana edad. Una iba a aprender francés y la otra, la colombiana, a trabajar durante cuatro semanas para una familia adinerada mezcla de francés con española. A la vuelta, coincidieron en el mismo avión. Una, venía feliz de todo lo aprendido, de toda la gente que había conocido, de las calles de Toulouse, los viajes a Carcasonne, les Pyrinées, etc... mientras que la otra no había salido durante todo este tiempo de la gran mansión de los señores. Lo más triste de todo es que cuando esta pareja había viajado a Paris le habían desconectado el teléfono como muestra de que de los pobres no nos podemos fiar, ¡pueden utilizar el teléfono para llamar a su país! ¡Horror! La pobre mujer comentaba cómo la había maltratado no sólo la española, sino también el hijo, que era un maleducado y que le faltaba al respeto a su mismísima madre, para terminar diciendo: me dan pena los ricos, tendrán mucho dinero pero qué infelices los veo...
4. Pues a mí no me dan pena. Ninguna. Sus problemas me parecen de chichinabo y salvo la Mahler, por musa, ni siquiera su vida me interesa. No ya un libro, no soporto una película que me hable de sus cuitas (esa una de las razones por las que se hace cuesta arriba terminar Rojo y Negro y encuentro un placer indescifrable leyendo El Quijote).
Creo que hasta escribir esta entrada ya es una concesión...
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