Como me vio bajita de forma -léase tristísima-, mi amigo Coco Pinelo me invitó a ver "El Guardespaldas". Y, hete ahí, que el portento de voz de la Whitney comenzó a filtrarse por mi piel, ingresar hasta la última capa, subirse a mis glóbulos rojos y blancos, viajar montados en ellos, invadir cada uno de los recodos de mi cuerpo para cruzar las paredes celulares e instalarse entre ribosomas y mitocondrias. Fue cuando mi cerebro me autorizó a llorar, en aquella sala oscura, con el pretexto de la pueril historia que se reflejaba en el écran de la pared, interpretado por la indomable Whitney y el a veces inexpresivo Kevin Costner.
En realidad, lloraba por Eduardo. Mi amado amigo Eduardo Roca, al cual acababan de encontrar cadáver en una montaña cruceña llamada Amboró.
Yo había conocido a Edu de forma casual. Trabajaba con Jorge, su hermano, en una institución de entonces y se podría decir que nos habíamos caído de lo más bien. Pero un día, me crucé con él en el ascensor y no me saludó, ni siquiera me miró, lo cual me molestó mucho y se lo dije más tarde en el trabajo me ha caído muy mal que no me saludaras, le dije. Y él me aclaró que yo me había cruzado con su hermano gemelo. Pensé que era una buena excusa hasta que los vi juntos. Eran idénticos: rubitos, de ojitos pequeños y verdes, no muy altos y delgaditos, de sonrisa tenue y sincera. Los cinco años que compartimos en Cuba hicieron que supiera identificarlos a la perfección y que aprendiera a quererlos de forma diferenciada. Eran como mis hermanos y como además compartíamos territorio siempre tratábamos de andar juntos. Con ellos viví muchas aventuras universitarias y con Jorge habíamos subido al Pico Turquino, que sería la sugerencia del desenlace.
Cuando volvimos a Bolivia yo les planteé un próximo objetivo, el Amboró, y que iríamos juntos. Pero no me hicieron caso y se fueron con otros boys scouts como ellos. Edu se alejó con dos muchachos a explorar el bosque, pero llovió y todas las señales desaparecieron y ellos se perdieron. Estuvieron caminado sin rumbo durante mucho tiempo hasta que llegaron a un río (por eso que se dice de que los ríos siempre conducen a pueblos). Pero arribaron a la parte superior de una cascada. Entonces, con esa solidaridad que caracterizaba siempre a mi amigo, se ofreció en ir a buscar ayuda, bajando por las rocas y ayudado por las lianas. Se rompió la liana y se cayó por primera vez, pero se levantó y les aclaró que estaba bien. Ellos, confiados, se despidieron de él y se dispusieron a esperar su regreso. En el siguiente nivel se volvió a caer pero con peor suerte y allí cerró su historia, algo que los otros se enterarían sólo al llegar el salvamento, 15 días después, un salvamento empujado por la desesperada madre de mis amigos.
Todavía guardo el periódico donde se publicaba tan aciaga noticia. En él se ve a Pilar, la madre, el momento de la llegada del helicóptero con el cuerpo inerte de su hijo, de mi amigo, de Eduardo. Ese recorte lleva fecha del mismo día en que me enteré del suceso y en el que fui a ver la película de la ahora malograda Whitney, a la que agradezco haber puesto banda sonora a uno de los momentos más tristes de mi vida.
Es inevitable recordar los bucles rubitos y la sonrisa ladeada de Edu cuando repito con Whitney: and I will always love youuuuu... ¡¡Gracias, inolvidable Whitney!!
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