Eliminaron
los adjetivos y el mundo mudó a blanco y negro, se perdió la textura, la forma
y los sabores; suprimieron los adverbios y ya no hubo el cómo, el dónde y el
cuándo, ni siquiera el por qué; fueron a más y borraron de un plumazo las
preposiciones, y dejaron mancas y cojas a las oraciones; no contentos con ello,
proscribieron los verbos, y fue cuando se paralizó la imagen y se esfumaron los
sentimientos; en ese afán exterminador, se deshicieron de los pronombres y como
los nombres se sintieron solos, sin apoyos, sin relevo, sin distancia ni
propiedad, decidieron marcharse solos… Sólo entonces la vida fundió a negro.
Recuerdo con precisión la mágica noche en la que me entregaron las Obras Completas de Borges. Un libro con hojas sueltas, de bordes harapientos, la tapa sucia y una esquina mellada. Vista la superficie, era razonable pensar que el interior estaría plagado de tachaduras, subrayados o notas al borde. Pero no, estaba limpio. Era como si hubiera sido objeto de respeto y adoración. Tal vez, por ello mismo, con signos inevitables de las numerosas manos por las que había pasado hasta llegar a las mías. El grupo del cual formaba parte, integrado por jóvenes voluntariamente ajenos al streaming comunista, se reunía en una casa ubicada detrás del Palacio de la Revolución para escuchar el recién adquirido Carmina Burana. La anfitriona, que oficiaba de coordinadora natural, era hija de dos altos cargos de la nomenklatura cubana. De una belleza extraordinaria y nominada con el aséptico María, se había cortado el pelo al ras para dejar al aire y sin estorbos la armonía de su rostro y la perfe
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