El lunes, mientras esperaba a una amiga, vi un lugar reservado para el estacionamiento de las personas con movilidad reducida y pensé que en Bolivia no había esos espacios, que suelen estar en la puerta de tu casa y que te facilitan la vida. Como la mente es libre, recordé a mi amada amiga Mecha y la vez que tuvo un accidente de coche en el que podía haber muerto. Cuando ella me lo contó, pude imaginar su cara de terror al ver que el otro coche le iba a dar exactamente en el lado donde ella estaba sentada, pues para entrar en la Universidad, ella había doblado a la izquierda, poniéndose a tiro. Era evidente su culpa pero la mujer con la que había colisionado fue muy amable porque tenía un buen seguro y el suceso no pasó de un susto y varios días de taxi. Todavía escucho su voz contándomelo y cómo nos reímos a gusto, una vez pasado todo. Pensé en escribirle para contarle sobre los vuelos de mi memoria y cómo me habían llevado a ella. Pero cuando llegué a casa y abrí mi correo, encontré la carta de otra gran amiga, Diana, contándome que la Mecha se había marchado para siempre. Y, desde ese momento, no he dejado de pensarla en todos los modos, en todos los tiempos, en todas las personas, porque la Mecha fue parte indispensable de mi vida adulta.
He estado intentando fijar con presición cuándo la conocí y no he podido y ya no puedo preguntarle. Pero ella es como el ibuprofeno, que tampoco sé cuándo entró en mi vida, pero ambos sólo lo hicieron para mejorarla, para curarme, para aliviarme, para permitirme vivir plenamente. Porque ella era así, una especie de Mentisán que te hacía el sana sana, con la que reías y llorabas a gusto.
Tuvo varias vidas, diferentes y reiniciadoras y ella supo reinventarse siempre, con fuerza y con decisión. Desde el primer punto de inflexión, cuando era jovencísima y perdió la movilidad de sus piernas. Era muy discreta con ello y no seré yo quien rompa su voluntad, pero ella superó ese tremendo obstáculo, que para cualquier bicho humano hubiera sido inmenso, y por comparación hizo que cualquier otro suceso fuera nimio. Un ejemplo para tod@s, para mí en especial.
Cuando dirigía la AIPE, me pidió que fuera a trabajar con ella, porque tenía grandes expectativas conmigo, creía que llegaría lejos (creo que es una de las pocas cosas en las que estaba equivocada), y claro, era demasiado el anhelo (que nunca dejaré de agradecerle) y me fui con ella, porque era mujer de grandes pasiones y cuando una persona le gustaba, había que hacer demasiados deméritos para que cambiara de opinión. Y una de las grandes cosas que aprendí en ese breve tiempo fue que hay que mantener tus principios a toda costa, aunque seas políticamente incorrecta y aunque pierdas beneficios adquiridos. Y esto fue la causa de otra de sus muertes espirituales. Ser hipercrítica y consecuente con un ideal le valió perder la dirección de una institución que ella había acunado en sus manos. Y aquí yo también voy a ser como ella, políticamente incorrecta, y ya en la etapa logarítima, en la que ves el resultado y buscas la causa, debo reconocer que fue un tremendo error del partido que compartíamos entonces y no me duelen prendas decirlo y se lo manifesté a ella en vida. Se cambió a la Mecha por un ser pragmático e infame y los empleados nos dimos cuenta casi de inmediato porque sacudió la oficina con la brutalidad de un sismo, derribando todo a su paso, y el espíritu de la institución se trastocó para siempre, perdiendo su norte irreparablemente. Pero eso ya es harina de otro costal y no vale la pena ahondar en ello.
Una vez más, pasado el duelo, tocó reinventarse y las mujeres bolivianas ganamos con ello porque se metió a fondo a luchar por todas nosotras. Porque la Mecha era como los clavos miguelitos, que siempre caen de pie. Ya había vencido varios golpes de estado, la cárcel, el exilio, el empezar siempre de nuevo, incluso en ciudades y países distintos. Aunque este último era un mazazo tal vez más duro porque había sido realizado por los compañeros, por los amigos de toda la vida, pero lo superó con holgura, aunque con cicatrices.
Y ahí estaba la Mecha, en su hermosa atalaya. Yo vivía a su lado así que aprovechaba para visitarla todos los domingos. Nos solíamos sentar en su ventana, con las luces de la ciudad de fondo, a charlar de todo. Compartíamos la profesión, los anhelos, los principios, el feminismo, los gustos... demasiadas cosas. Una vez, le comenté que la señora que trabajaba conmigo me había abandonado para irse con otra persona, ganando un poco más y que no entendía por qué me dolía tanto, que era como si mi pareja me hubiera engañado, que incluso no dormía. Y ella me contestó: la traición, venga de donde venga, siempre duele. No importa quién te traiciona, tu pareja, tus amigos, tus empleados, siempre duele. Y fue para mí como una epifanía y pude hacer empatía con sus sentimientos. Y fue otra gran lección para mí: no puedes pasar por encima de las personas. Ninguna ideología, ningún negocio, ninguna búsqueda de poder lo vale.
Y tocó poner tierra de por medio. Uno de mis grandes dolores fue perder esos domingos con ella y empezar de cero desde la soledad de los amig@s. Cuando viajaba a La Paz, su casa era un sitio obligado, era como una droga sin la cual padeces abstinecia. La Paz estaba íntimamente vinculada a su presencia (por eso tengo la certeza de que, aunque adoro a mis otros amigos, ha perdido parte de su ángel). Al despedirme de ella, me entraba la tristeza y siempre trataba de darme la vuelta para mirar su puerta, su edificio. Consciente de que nada es eterno, nada es inmortal.
Durante todos estos años de intensa amistad intercambiamos varios regalos. Una de las últimas veces, yo le había llevado un libro y ella decidió regalarme uno de la Poniatowska. Decidimos dedicarlos sendamente, cual fue nuestra sorpresa al descubrir que ambas habíamos escrito casi lo mismo, habíamos manifestado nuestra admiración mutua.
Mi amada Mecha se ha marchado. Se ha marchado una grande, una persona importantísima para la historia de Bolivia y aunque me duele su ausencia, me siento feliz de haberla conocido. Con su partida ha inaugurado una vida más, de las cien que vivió: se ha instalado en nuestra memoria, en nuestros corazones, y me da que ahí se quedará para siempre.
He estado intentando fijar con presición cuándo la conocí y no he podido y ya no puedo preguntarle. Pero ella es como el ibuprofeno, que tampoco sé cuándo entró en mi vida, pero ambos sólo lo hicieron para mejorarla, para curarme, para aliviarme, para permitirme vivir plenamente. Porque ella era así, una especie de Mentisán que te hacía el sana sana, con la que reías y llorabas a gusto.
Tuvo varias vidas, diferentes y reiniciadoras y ella supo reinventarse siempre, con fuerza y con decisión. Desde el primer punto de inflexión, cuando era jovencísima y perdió la movilidad de sus piernas. Era muy discreta con ello y no seré yo quien rompa su voluntad, pero ella superó ese tremendo obstáculo, que para cualquier bicho humano hubiera sido inmenso, y por comparación hizo que cualquier otro suceso fuera nimio. Un ejemplo para tod@s, para mí en especial.
Cuando dirigía la AIPE, me pidió que fuera a trabajar con ella, porque tenía grandes expectativas conmigo, creía que llegaría lejos (creo que es una de las pocas cosas en las que estaba equivocada), y claro, era demasiado el anhelo (que nunca dejaré de agradecerle) y me fui con ella, porque era mujer de grandes pasiones y cuando una persona le gustaba, había que hacer demasiados deméritos para que cambiara de opinión. Y una de las grandes cosas que aprendí en ese breve tiempo fue que hay que mantener tus principios a toda costa, aunque seas políticamente incorrecta y aunque pierdas beneficios adquiridos. Y esto fue la causa de otra de sus muertes espirituales. Ser hipercrítica y consecuente con un ideal le valió perder la dirección de una institución que ella había acunado en sus manos. Y aquí yo también voy a ser como ella, políticamente incorrecta, y ya en la etapa logarítima, en la que ves el resultado y buscas la causa, debo reconocer que fue un tremendo error del partido que compartíamos entonces y no me duelen prendas decirlo y se lo manifesté a ella en vida. Se cambió a la Mecha por un ser pragmático e infame y los empleados nos dimos cuenta casi de inmediato porque sacudió la oficina con la brutalidad de un sismo, derribando todo a su paso, y el espíritu de la institución se trastocó para siempre, perdiendo su norte irreparablemente. Pero eso ya es harina de otro costal y no vale la pena ahondar en ello.
Una vez más, pasado el duelo, tocó reinventarse y las mujeres bolivianas ganamos con ello porque se metió a fondo a luchar por todas nosotras. Porque la Mecha era como los clavos miguelitos, que siempre caen de pie. Ya había vencido varios golpes de estado, la cárcel, el exilio, el empezar siempre de nuevo, incluso en ciudades y países distintos. Aunque este último era un mazazo tal vez más duro porque había sido realizado por los compañeros, por los amigos de toda la vida, pero lo superó con holgura, aunque con cicatrices.
Y ahí estaba la Mecha, en su hermosa atalaya. Yo vivía a su lado así que aprovechaba para visitarla todos los domingos. Nos solíamos sentar en su ventana, con las luces de la ciudad de fondo, a charlar de todo. Compartíamos la profesión, los anhelos, los principios, el feminismo, los gustos... demasiadas cosas. Una vez, le comenté que la señora que trabajaba conmigo me había abandonado para irse con otra persona, ganando un poco más y que no entendía por qué me dolía tanto, que era como si mi pareja me hubiera engañado, que incluso no dormía. Y ella me contestó: la traición, venga de donde venga, siempre duele. No importa quién te traiciona, tu pareja, tus amigos, tus empleados, siempre duele. Y fue para mí como una epifanía y pude hacer empatía con sus sentimientos. Y fue otra gran lección para mí: no puedes pasar por encima de las personas. Ninguna ideología, ningún negocio, ninguna búsqueda de poder lo vale.
Y tocó poner tierra de por medio. Uno de mis grandes dolores fue perder esos domingos con ella y empezar de cero desde la soledad de los amig@s. Cuando viajaba a La Paz, su casa era un sitio obligado, era como una droga sin la cual padeces abstinecia. La Paz estaba íntimamente vinculada a su presencia (por eso tengo la certeza de que, aunque adoro a mis otros amigos, ha perdido parte de su ángel). Al despedirme de ella, me entraba la tristeza y siempre trataba de darme la vuelta para mirar su puerta, su edificio. Consciente de que nada es eterno, nada es inmortal.
Durante todos estos años de intensa amistad intercambiamos varios regalos. Una de las últimas veces, yo le había llevado un libro y ella decidió regalarme uno de la Poniatowska. Decidimos dedicarlos sendamente, cual fue nuestra sorpresa al descubrir que ambas habíamos escrito casi lo mismo, habíamos manifestado nuestra admiración mutua.
Mi amada Mecha se ha marchado. Se ha marchado una grande, una persona importantísima para la historia de Bolivia y aunque me duele su ausencia, me siento feliz de haberla conocido. Con su partida ha inaugurado una vida más, de las cien que vivió: se ha instalado en nuestra memoria, en nuestros corazones, y me da que ahí se quedará para siempre.
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