Ya sé que mi mundo es gatuno pero hoy me toca hablar de un perro muy especial. Es el perro de un amigo al que quiero mucho, se llama Tambor.
Tambor entró en la vida de la familia Baptista con fuerza, con la fuerza que da el flechazo inmediato que te producen algunas personas: su hijo se enamoró de él y pasó con todos sus bártulos a dormir en su cama.
Como verés en la foto, es un perro bastante guapo, de esa raza tan graciosa, con la nariz achatada y ese andar típico de los bulldogs, con las patitas flacas separadas como si necesitaran sostener esa mole adorable que además convierte su andar en algo muy gracioso y atractivo. Tierno, sensible, dormilón y bien avenido con los niños pequeños.
Tambor es un perro de criadero. Es decir, aunque no me lo han confirmado sus amigos humanos, para mantener la "raza" estos sitios suelen ser endogámicos y este tipo de animales por lo general tienen algunas enfermedades, muchas muy graves, como sucedió con Tambor. Sufría de una epilepsia que se manifestó tres años después de llegar a casa. Fue una tarea azarosa encontrar un veterinario que la diagnosticara (después de revisar las mismas páginas de Internet que había revisado mi amigo). Las convulsiones del animal hacían sufrir a toda la familia porque para ellos era un miermbro más, un hijo de cuatro patas y nariz achatada. Entonces empezaron los problemas, si cabe más. El medicamento necesario para mantenerlo estable es uno de los que controla la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (FELCN), por lo que el hijo turvo que registrarse para poder acceder al mismo.
Todo parecía controlado ya que el medicamento en apariencia funcionaba, pero en septiembre, aparecieron nuevamente los ataques y tuvieron que subirle la dosis. En octubre ya eran incontrolables. Durante 36 largas horas en las que ningún miembro de la familia durmió puesto que cada que Tambor se adormilaba, volvían los ataques y él al ser consciente de los mismos evitaba hacerlo. La primera noche, no consiguieron encontrar a ningún veterinario. Cuando yo vivía en el pueblo de Rurrenabaque tuve que ver agonizar a mi gatita durante 6 largas horas porque no hubo un veterinario que pudiera ayudarme a hacerla morir. Pensé que una ciudad como Potosí, la que abasteció de gran parte de la acumulación originaria que dio principio a la Revolución Industrial, de 300 mil habitantes, podría tener un servicio veterinario que solventara estas terribles urgencias. Pero, no, no lo tiene.
Ante tanto sufrimiento, ya en la segunda noche, el hijo de mi amigo toma la dificilísima decisión, que sólo es posible cuando media un amor infinito, tan infinito como él sentía por su amigo, de dormir definitivamente a Tambor. Está demás decir que aún esto fue dificultoso. Encontrar a alguien que lo hiciera en esta ciudad tuvo su dosis de amargura, pero finalmente, una persona piadosa les ayudó a hacerlo.
No me han contado los detalles pero puedo imaginar en los ojos de Tambor antes de cerrarse un eterno agradecimiento por haberle librado de la tortura de vivir. Lastimosamente, en Bolivia, un acto tan piadoso para cualquier animal, incluso humano, tampoco está permitido, está expresamente prohibido en la Ley de Protección a las Mascotas. Algo que debería serlo cuando de condiciones tan extremas se trata, pero ya sabemos que la ley siempre anda a años luz de las necesidades de las personas.
En noviembre hubiera cumplido cuatro años, pero tuvo la suerte de vivir, lo poco que vivió, como deberían hacerlo todas las personas, humanas o no, en un hogar calientito, con buena comida y sobre todo, con mucho amor, ese amor vigilante que te acompaña hasta el final.
Que la tierra te sea leve, mi pequeño.
Tambor entró en la vida de la familia Baptista con fuerza, con la fuerza que da el flechazo inmediato que te producen algunas personas: su hijo se enamoró de él y pasó con todos sus bártulos a dormir en su cama.
Como verés en la foto, es un perro bastante guapo, de esa raza tan graciosa, con la nariz achatada y ese andar típico de los bulldogs, con las patitas flacas separadas como si necesitaran sostener esa mole adorable que además convierte su andar en algo muy gracioso y atractivo. Tierno, sensible, dormilón y bien avenido con los niños pequeños.
Tambor es un perro de criadero. Es decir, aunque no me lo han confirmado sus amigos humanos, para mantener la "raza" estos sitios suelen ser endogámicos y este tipo de animales por lo general tienen algunas enfermedades, muchas muy graves, como sucedió con Tambor. Sufría de una epilepsia que se manifestó tres años después de llegar a casa. Fue una tarea azarosa encontrar un veterinario que la diagnosticara (después de revisar las mismas páginas de Internet que había revisado mi amigo). Las convulsiones del animal hacían sufrir a toda la familia porque para ellos era un miermbro más, un hijo de cuatro patas y nariz achatada. Entonces empezaron los problemas, si cabe más. El medicamento necesario para mantenerlo estable es uno de los que controla la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (FELCN), por lo que el hijo turvo que registrarse para poder acceder al mismo.
Todo parecía controlado ya que el medicamento en apariencia funcionaba, pero en septiembre, aparecieron nuevamente los ataques y tuvieron que subirle la dosis. En octubre ya eran incontrolables. Durante 36 largas horas en las que ningún miembro de la familia durmió puesto que cada que Tambor se adormilaba, volvían los ataques y él al ser consciente de los mismos evitaba hacerlo. La primera noche, no consiguieron encontrar a ningún veterinario. Cuando yo vivía en el pueblo de Rurrenabaque tuve que ver agonizar a mi gatita durante 6 largas horas porque no hubo un veterinario que pudiera ayudarme a hacerla morir. Pensé que una ciudad como Potosí, la que abasteció de gran parte de la acumulación originaria que dio principio a la Revolución Industrial, de 300 mil habitantes, podría tener un servicio veterinario que solventara estas terribles urgencias. Pero, no, no lo tiene.
Ante tanto sufrimiento, ya en la segunda noche, el hijo de mi amigo toma la dificilísima decisión, que sólo es posible cuando media un amor infinito, tan infinito como él sentía por su amigo, de dormir definitivamente a Tambor. Está demás decir que aún esto fue dificultoso. Encontrar a alguien que lo hiciera en esta ciudad tuvo su dosis de amargura, pero finalmente, una persona piadosa les ayudó a hacerlo.
No me han contado los detalles pero puedo imaginar en los ojos de Tambor antes de cerrarse un eterno agradecimiento por haberle librado de la tortura de vivir. Lastimosamente, en Bolivia, un acto tan piadoso para cualquier animal, incluso humano, tampoco está permitido, está expresamente prohibido en la Ley de Protección a las Mascotas. Algo que debería serlo cuando de condiciones tan extremas se trata, pero ya sabemos que la ley siempre anda a años luz de las necesidades de las personas.
En noviembre hubiera cumplido cuatro años, pero tuvo la suerte de vivir, lo poco que vivió, como deberían hacerlo todas las personas, humanas o no, en un hogar calientito, con buena comida y sobre todo, con mucho amor, ese amor vigilante que te acompaña hasta el final.
Que la tierra te sea leve, mi pequeño.
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