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Los Kjarkas como síntoma

Conocí la música de los Kjarkas durante una huelga de hambre, cuando la dictadura garcíamecista hacía aguas por todos los costados.  En ese entonces, la música folklórica boliviana sólo era escuchada por las clases populares y por la progresía, por lo que era natural que todo el tiempo en el que permanecí encerrada en la capilla del Hospital San Juan de Dios escucháramos sus canciones, las aprendiéramos y coreáramos. El "Llorando se fue", que se convertiría luego en la lambada y con ello a sus creadores en millonarios, o el "Wayayay", eran repetidos sin cesar y nos levantaban el ánimo especialmente cuando nos flojeaba la glucosa.
Pocos años después, cuando vivía en La Habana, noté que mis cassettes de los Kjarkas desaparecían misteriosamente. Esto se debía a que iban a parar a las manos de un chico que provenía de un grupo indígena ecuatoriano (que luego se hizo famoso por ser el único alcalde socialista de su pueblo). Casi, casi los idolatraba. Entre otras cosas por el hecho de cantar en quechua, un idioma poco usado en aquellos lares y que levantaba la envidia de estos indígenas porque en Bolivia, junto con el aymara y otras lenguas vernáculas, gozaban y gozan de excelente salud.
Todo esto para poner a este grupo en el lugar histórico musical al que accedieron con buen gusto, buena música y mejor interpretación, hasta su última propuesta musical que los ha bajado a los infiernos de la crítica y la desaprobación.
Yo lo que vi en los pocos minutos del vídeo-clip fue un espectáculo bochornoso: un grupo de viejitos verdes con pinta de estar en la cima de la impotencia, babeándose por una hermosas chicuelas que bien podrían ser sus nietas, salpimentando con frases que avergozarían al menos listo de la clase porque ponen al trasluz que la llamada pitopausia sólo se resuelve con mucho dinero, es decir, prostituyendo a mujeres jóvenes mientras la sacrosanta esposa cumple sus labores de hogar. A todas luces presenta, como siempre, la expresión patriarcal de que las mujeres seremos las culpables (de todo) ya sea por acción o por omisión. Es decir, si estamos buenas y sexis, somos unas "calientapollas" y tenemos que obrar para que se les enfríe (aquí estamos con el argumento que es enunciado como la causa de las violaciones, cuando incluso los hombres dicen que su pene es un músculo que trabaja solo y que se evidencia las veces que despiertan con el pijama convertido en una tienda de campaña); y si estamos mayores, ya no servimos para nada porque no levantamos ni siquiera a un gorrión aunque le gritemos, menos aún el miembro de un hombre que ya pasa la sesentena.
Qué daño ha hecho a la sociedad y a la salud del planeta la impotencia de los hombres. Hoy mismo leía que al día casan a 33.000 niñas que no han terminado de disfrutar de su infancia con hombres mayores; por otro lado, los chinos están esquilmando a los animales salvajes con el argumento de que los colmillos sirven para curarla. Creo que es un tema que trasciende las fronteras nacionales para arraigarse en todo el planeta sin importar el punto de la geografía ni la clase social, por lo que esta canción es el síntoma de un problema social que permea todos los espacios y que incide en las relaciones intersexos. No nos olvidemos que hay un famoso cuento japonés en el que los viejos pagan por ver dormir a mujeres jóvenes, ¿con la idea de incrementar sus deseos sexuales? Y es que la impotencia masculina no sólo ha generado ríos de tinta sino también grandes inversiones en investigación farmacéutica. Una vez leí algo que sonaba a chiste pero que es real: se gasta más en investigar sobre la impotencia masculina que sobre el Alzheimer, de modo que dentro de unos años tendremos a hombres de ochenta años potentes pero que no recuerden para qué sirve ese órgano.
Y es que creo que ellos le dan demasiada importancia a este tema cuando las mujeres abrimos al máximo el diafragma del lente que usamos para mirar nuestras relaciones sociales. Solamente cuando los hombres se han librado del yugo patriarcal que les impone un brutal cumplimiento sexual para ser "bien hombres" se pueden sentir a gusto consigo mismos y establecer relaciones sanas y provechosas.
Por último y no por ello menos, no creo que censurando la cancioncilla avancemos en la superación de esta lacra. No creo que su letra o su clip consoliden la discriminación de las mujeres y que por eso tengamos que prohibirla. Por esa regla de tres, la gente se volvería más revolucionaria con sólo escuchar canciones de protesta y todos sabemos que eso no es verdad. Esta música está para ser bailada, y es que a veces ni siquiera escuchamos la letra aunque sea en español. Las personas que caen en la tentación de borrar del mapa esta canción seguramente no han viajado por el norte del país, por el Beni, en un taxi colectivo. Es para arrancarse las venas a mordiscos. Todas las canciones son sexuales y parecen una radionovela musical porno y violenta. Si empezáramos a seleccionar la música que oyen nuestros connacionales, les dejaríamos con las pocas piezas que pasarían por el tamiz. Seamos realistas: ese es el tipo de música que le gusta a nuestro pueblo y en vez de ser la pescadilla que se muerde la cola es, más bien, el reflejo de lo poco que ha avanzado la educación en nuestro país.
Yo sólo daría un consejo al creador de esta pieza musical: señor Hermosa, déjelo ahí, no siga componiendo más canciones de este tipo, aunque ande corto de dinero, y permita que los que otrora amamos esos versos que decían...
"Entre montañas, valles, he nacido
me acunaron los wayños en su encanto
y al florecer mi tierra en su charango
vi crecer las zampoñas en el viento..."
... sigamos pensando que todavía la música nacional es poesía.



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