Y así pasaron los días, que se convirtieron en meses y los meses en años. No hubo lluvia, 40 grados de temperatura, nevadas o epidemia que hicieran que Lucía dejara de ir al centro deportivo, aunque yo le dijera que podíamos repartir los días. Al comienzo, iba dos veces al día, luego lo redujo solamente por la tarde porque las palomas se lo comían todo y no dejaban nada a los gatos. Aunque, para ser más precisos, ella también las alimentaba y sabían a qué hora exacta aparecía, como si tuvieran un reloj suizo, una vista de águila y un olfato de león incorporados. Los tres meses de confinamiento, allá iba Lucía con su mítico carrito rojo apertrechado de pinzas, palitos, platos de plástico que a veces yo le llevaba, comida húmeda y seca y demás parafernalia necesaria (carrito que terminó en la basura porque sus familiares, que la conocen poco, no sabían que era un objeto simbólico, una reliquia, valorable sólo cuando aprecias a alguien). Yo iba un par de veces a la hora de los aplausos, tratando de parecer invisible (no fuera a salir en Youtube) y la persona contratada por la empresa de seguridad me decía que ya había venido Lucía. Muchas veces nos encontrábamos adentro. No falló ni un día y demás está decir que fue inmune al Covid. Era tan avezada y convincente que incluso la dejaban entrar en esas fechas fatídicas de Navidades, Noche Vieja, Reyes o Semana Santa en que cerraban el centro a cal y canto. Creo que las únicas veces que no consiguió sortear la seguridad fueron cuando los vientos huracanados prohibían acceder a cualquier sitio público arbolado o cuando Filomena nos dejó un metro de nieve. Y ella sufría pensando en sus gatitos. Una vez, un policía me dijo que no pretendía prohibirle alimentar a los animales porque estaba seguro de que eso la ataba a la vida. Doy fe. No he visto a nadie con esa edad tener ese espíritu de lucha, esa fuerza de conquista, esa vitalidad que me hacía pensar que era inmortal.
Yo sabía que el domingo sería su último domingo en Madrid por eso quería visitarla. La familia se la llevaba a una residencia cerca del pueblo. Pueblo que seguramente ella no visitaba hacía lustros porque no tenía ni el más mínimo contacto con ellos. A tal grado era la desconexión, que su hermano pretendía tirar a sus gatos a la calle dado que "los gatos sobreviven a cualquier cosa" (y ahí salió a relucir la maravillosa Lola para llevárselos a casa. Lola, la síntesis de la buena y leal amiga, amiga que ojalá todos tuviéramos a mano), sin entender que Lucia había dado su vida por ellos. Y es que es tan difícil para mucha gente entender la entrega por los más vulnerables.
Ascensor 21, quinta planta, habitación uno... lo llevaba memorizado a fuego. Hasta había conocido por fin su apellido: había dejado de ser Lucía Gatos para ser Lucía Blanco. Entré y estaba durmiendo. Pero como si sintiera mi presencia, abrió sus ojitos, esos ojitos con los que me miraba con infinita ternura cuando hacía de escudera, ayudándola con la comida. Y vio el clavel rojo. Le encantó y me mandó a buscar dónde ponerlo. Le preocupaba que se marchitara. El día anterior, con Lola, le habíamos mostrado fotos de sus gatos mientras hablábamos de los gatos de la colonia, especialmente de su gata amada, la de Bravo Murillo (hasta me hizo prometer que nunca la quitaríamos de allí). A la salida, le había dicho a Lola la suerte que tenía por ser su amiga, que había sobrevivido gracias a ella y ella me dijo que probablemente hubiera sido mejor que se muriera porque iba a sufrir en su nuevo destino. Pero el domingo ella no recordaba nada. Me preguntó educadamente quien era yo y apostilló educadamente que no me recordaba, que no sabía quién era y hablaba de Lola como la chica de ayer (como la canción). A ella sí la recordaba pero borrosamente. Como la vi cansada, le dije que durmiera pero ella decía que eso era de maleducada. Para que no se sintiera obligada a atenderme, le dije que me marchaba. La acomodé lo mejor que pude para que se le aliviara el dolor de la escara y antes de salir, le dije: no hace falta que me recuerdes, ya lo hago yo por las dos...
Porque habitarás en mi memoria por siempre, mi querida amiga.
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