Aquel jueves, frente al ataúd de mi padre, deseé profundamente que fuera la próxima semana, que aquel dolor tan intenso pasara. Pasó una semana, un mes, un año, varios lustros y el tiempo fue haciendo esa ausencia más amable. Pero, mira tú, cuando te marchaste, no pedí que avanzaran los días y, sin embargo, hoy se cumple un año de tu partida.
Estaba en la cafetería cuando me llamaron para decirme que te habían encontrado muerto bajo la mesa. Hacía años que la enfermedad te iba minando pero, no por ello, dejó de ser una gran sorpresa para mí.
Fuiste uno de los gatos más amados de la historia. Además de un gato elegido y peleado. Eras hijo de mi gata Rayuela, que había sido abandonada en la colonia. Mansa como ella misma, me había elegido como sujeto de su amor y yo le fallé, la di en adopción porque pensaba que ya tenía demasiados gatos en casa (cuatro). De esta decisión me arrepentiré hasta el final de mis días. Y contigo hice lo mismo.
Había acompañado el embarazo de Rayuela y cuando naciste con tres hermanos más, nosotros estábamos de viaje. Cuando volvimos, llevabas 6 días de nacido. A uno de tus hermanos se lo comió una urraca y a la hembra, se la llevaron a las 3 semanas unos desconocidos. Me enfadé mucho pero nada se podía hacer. Siempre he pensado que los gatos de colonia son extremadamente vulnerables y la gente puede hacer con ellos lo que les venga en gana, a pesar de nosotras, las cuidadoras, porque no podemos protegerlos todo el tiempo.
Quedabais sólo dos, así que estuve todo el verano, sentada al lado de vuestro nido cuidando que los niños, que a veces suelen ser tan brutos, no os hicieran daño. Cuando empezaba el otoño, entregué el otro gatito a un niño que quería regalárselo a su abuela y que también había tenido la paciencia de estar a vuestro lado. Venía todos los días a mirar cómo estaba su gato, hasta que le di permiso para llevárselo. En esos tiempos, la adopción no era tan estricta como ahora y no le hice seguimiento.
Quedabas tú y te entregué a otra familia que pasaba por ahí, irresponsablemente. Pero una de las empleadas del centro deportivo me dijo que era una terrible idea porque esa familia no cuidaba ni de sus hijos (creo que fue más un prejuicio que otra cosa porque era gente de apariencia modesta). Las chicas se pusieron furiosas porque la verdad es que habían llegado a querer mucho a los dos gatitos. Hice todo lo posible porque te devolvieran, contando mil trolas, hasta que lo conseguí. Y sumaste cinco gatos en casa.
Durante los 17 años que viviste con nosotros fuiste un gato feliz y muy fotografiado puesto que realmente eras hermoso.
Compartiste tantas cosas. Viste a las niñas convertirse en adolescentes y luego en mujeres. Las acompañaste cuando jugaban, conociste a sus amigas de infancia: Triana, Patricia, Nerea; fuiste testigo de sus estudios, las esperaste en sus salidas nocturnas, las extrañaste cuando empezaron a ausentarse para vivir en el extranjero, las recibiste como si nunca hubieran marchado. Estuviste en Noche Buenas, Noche Viejas, cumpleaños, fiebres, nostalgias, tristezas o días felices. Estuviste tanto, tanto, que fue muy difícil asumir que ya no estarías más.
Y ya ha pasado un año. Y aquí me ves, llorándote mientras te escribo esto.
Porque he hecho esto de extrañarte un raro oficio...
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