Ayer volví por esa calle en la cual vivías. No suelo pasar mucho por allí. Cuando salgo del ascensor del metro, suelo ir por Cea Bermúdez, pasar delante del moderno edificio de los teatros del Canal e ir directo a mi calle. Pero ayer, como el sol me daba de frente, decidí ir por Bravo Murillo y pasar por donde vivías. Ciudadano sin techo, habías elegido esa arista decorativa inútil diseñada por el arquitecto Baldeweg y que tú convertiste en provechosa montándote una entrañable casita.
No sé cuándo empezó tu labor de hormiguita (ya lo he dicho, suelo ir poco por esa vía), pero como si retaras a una cigarra, fuiste recogiendo aquello que deshecha la sociedad cuando decide modernizar su casa. Durante años fuimos viendo que tu hogar iba tomado forma, le pusiste techo y paredes de plástico. Un sillón en el que te sentabas a leer, una mesita, un florero y, si hubieras conseguido luz con células fotovoltáicas, probablemente le habrías puesto también una lámpara. De no ser por la realidad que imponíamos los viandantes, podría pasar por el escenario de película con luz natural.
Lamento mucho no haber hecho un reportaje fotográfico porque lo cierto es que hubiera valido la pena ver ese cariñoso proceso hasta culminar en ese chalecito improvisado en pleno barrio de Chamberí, pegado a la pared de uno de los teatros con mayor solera de esta ciudad.
Pasaron años. Incluso la pandemia te pilló allí. Y lo peor, la nevada Filomena, esa que tanto alegró a los niños y que a mí me amargó al pensar que los que vivíais en la calle, humanos y animales, estaríais congelados. Esos días, que yo andaba con la pala al hombro, intentando salvar a mis gatos callejeros, cual enanito de Blanca Nieves, pasé todos los días al lado de tu cabañita, más propia de la montaña canadiense.
Sobreviviste a eso. Pero hace unos meses, volví a pasar y se habían llevado todo. Pregunté qué pasó y nadie supo darme noticias de lo sucedido. Sólo que habían puesto unas cercas alrededor como para evitar que volvieras.
Ahora está impoluto, como lo tenías tú con esa escoba siempre presente. Pero falta tu humanidad. Seguramente alguien pensaría que no era sitio para que alguien lo habitara, que no daba el pego con tanto boato. Y es que esta ciudad, que cada día se convierte en una oferta turística más que en una solución habitacional, un gran bar, hotel, casino, burdel europeo, no acepta ya que queden rasgos a la vista de esa pobreza siempre presente. Mejor ocultar que solucionar. Mejor vender que conceder gratis. Mejor aparentar que ser. La hipocresía normalizada de estos señores que gobiernan la ciudad.
Qué banco te albergará, qué calle te acunará, qué objetos se pegarán a ti, qué gentes te asumirán...
Mientras tú pateas otras calles, esa arista vacía te extraña, está cada día más gris, más fría, más pobre... Más sin ti.
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