Cuando miro esta foto pienso en foto de abuela. ¿Quién no ha tenido alguna vez la oportunidad de encontrarse con una foto parecida en un precioso marco, encima de alguna mesilla, en la sala de la viejecita esa adorable con la que te cruzas todos los días y acaricias su perro? ¿A quién no le ha pasado alguna vez eso de que coges la foto, comentas "¡Guau, qué guapa!" y al levantar la vista te encuentras con la protagonista, mirándote encantada de demostrarte que alguna vez fue diferente a lo que tú ves? Porque, ¿hay alguna abuela que no tenga una foto que mostrar?
Vamos a ejercitar eso que nos enseñó Juan José Millás, el que hace hablar imágenes estáticas y les hace decirnos cosas, como esos CSI de la tele que hacen hablar cadáveres. Para empezar, la primera constatación es que la chica de la foto es joven. Una obviedad, obviamente. Tiene la belleza de la juventud, esa que todos los jóvenes disfrutan con la irresponsabilidad correspondiente a sus años. Pero eso, que los que ya no somos tan jóvenes descubrimos años después, les hubiera sido suficiente para ser felices. Esa belleza que tienen el cien por cien de los jóvenes es su kilómetro cero. Desde ahí parte la otra belleza, la única que perciben ellos, la de la perfección de la nariz, el mentón, los labios, la armonía entre las facciones; la piel sin mácula, sin arrugas de expresión, ni manchas, ni pecas; el pelo ondulado, ahuecado y sin canas. Entonces, se comparan entre sí, permitiéndose el lujo de sentirse infelices como resultado. No son concientes de que atravesarán la barrera de los treinta, de los cuarenta y más, porque la juventud es un defecto (sic) que se cura con los años. Creen que esa etapa será eterna y no la cuidan, no se cuidan, no se cultivan.
Pero dejaremos que la chica de la foto nos hable. Todo parece indicar que la foto era algún requisito legal (como constataremos después). ¿Cómo lo sabemos? Por la posición y por el cuidado de la ropa elegida, aunque se ha permitido la distracción de llevar una gargantilla con su nombre. Si miramos bien, el pelo no está perfecto y eso lo hace perfecto porque revela lo innecesario que hubiera sido que cada onda esté en su sitio, sobretodo, porque hubiera resultado muy acartonado. Tiene los ojos grandes y la nariz pequeña, dos detalles importantes que revelan su poca edad. Una de las cejas está un poco desordenada lo que no le quita un ápice de encanto. Tiene ese tipo de media sonrisa que te piden siempre los fotógrafos pero sin quererlo le da un aire enigmático, es inevitable concluir ¿qué era lo que pensaba en ese momento la chica de la foto?
La clave está al darle la vuelta. Algo que no podrán ver ustedes, pero se los cuento. Sí, definitivamente, esta foto era un requisito legal. No es pequeña pues mide unos 3x6 cm. Atrás, sin compasión por la imagen, hay un sello azul con espacios para rellenar. Uno de ellos tiene una cosa curiosa. Refleja los deseos de estudiar la carrera de veterinaria (??!!). Siempre me he preguntado por qué la necesidad de exigir a una persona de 17 años que elija lo que va a ser toda su vida. En la mayor parte de los casos, esta será una decisión equivocada, como lo refleja el hecho de que la chica de la foto nunca estudió veterinaria, ni siquiera una asignatura. Fue dando bandazos por la vida en la búsqueda de aquel oficio que la hiciera sentirse útil y todavía no sabe si ha acertado. ¡Qué difícil es hacer lo que te gusta y ganarte la supervivencia con ello!
Cuando miro a la chica de la foto vuelve inexorable aquella lejana canción de Mercedes Sosa que decía "Volver a los 17 después de vivir un siglo, es como descifrar signos sin ser sabio competente, volver a ser de repente tan fragil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios. Así es como siento yo, en este instante fecundo..."
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