Cuando el autobús me alejaba del "Torísimo", sentí que perdía el último retazo del cordón umbilical que me había mantenido unida a la ciudad que acababa de dejar, mi ciudad, Santa Cruz. Aquel avión de Aerosur que me había traído de vuelta a Madrid, se distinguía del resto de naves estacionadas en Barajas porque llevaba un torito que, con rostro ceñudo, parecía decirme que no me alejara, que me quedara con él. Era, a pesar de su gravedad, el único avión divertido en toda la pista de aterrizaje.
Y allí, en esa simple comparación de aviones, comencé a enumerar las diferencias entre mis dos vidas. Madrid me estaba entrando en vena: todo más ordenado, más limpio y hasta más bonito. Incluso, el aire estaba más limpio: sus millones de coches todavía no contaminan tanto como los cincuenta mil focos de calor que oscurecieron el sol en Bolivia.
Como quien salta de una piedra a otra para atravesar un río, cambié de vida. Madrid es ya una ciudad conquistada a la que pertenezco por derecho propio y a la que me acomodo como quien se acuesta en la cama de siempre, pero aún así, siento que me faltan tantas cosas, tanta gente, tantos detalles, tantos afectos.
Desearía que mis vidas no fueran así. Una termina, se vive un duelo y continúa la otra. Pienso, como el personaje de "El príncipe de las mareas" que cada hombre y cada mujer debería tener la posibilidad de vivir vidas paralelas, en diferentes espacios, con diferentes personajes, pero al mismo tiempo. Sé que es mucho pedir. Es pedirlo casi todo. Pero, por pedir, que no quede.
En esta transición, en la que me toca adaptarme incluso al horario, siento que -como Borges- es mi otra yo la que les escribe, porque la de siempre, la de los proyectos eternos y la que le da con entusiasmo al teclado, se ha quedado tomando un café con algún amigo, riendo a carcajadas con sus compis de cole, escuchando viejas historias de su madre, planificando cada minuto para tratar de ver a todas sus querencias (y quedándose, sin embargo, sin ver a algunas muy queridas, a las cuales les digo que lo siento muchísimo) y disfrutando plenamente con irresponsabilidad y alevosía, allá, en alguna calle de Santa Cruz, vagando como un fantasma que no acaba de encontrarse.
Esta yo que les escribe es todavía una caja vacía que lleva un reloj con la hora boliviana, reviviendo los días y las horas, hasta que se gasten y se junten ambas yocelines, para volver a ser yo misma, la que piensa que los días hay que vivirlos de uno en uno y que los recuerdos deben quedarse guardados para tomarlos en las manos cuando las sombras acechan. Sólo eso.
Mientras tanto, dejo que ella se pasee y yo, les escribo. Aunque todavía no sé cuál de las dos es la que lo hace...(Gracias Borges por darme los argumentos para expresar lo que siento)
Nos vemos en otra vida...
Y allí, en esa simple comparación de aviones, comencé a enumerar las diferencias entre mis dos vidas. Madrid me estaba entrando en vena: todo más ordenado, más limpio y hasta más bonito. Incluso, el aire estaba más limpio: sus millones de coches todavía no contaminan tanto como los cincuenta mil focos de calor que oscurecieron el sol en Bolivia.
Como quien salta de una piedra a otra para atravesar un río, cambié de vida. Madrid es ya una ciudad conquistada a la que pertenezco por derecho propio y a la que me acomodo como quien se acuesta en la cama de siempre, pero aún así, siento que me faltan tantas cosas, tanta gente, tantos detalles, tantos afectos.
Desearía que mis vidas no fueran así. Una termina, se vive un duelo y continúa la otra. Pienso, como el personaje de "El príncipe de las mareas" que cada hombre y cada mujer debería tener la posibilidad de vivir vidas paralelas, en diferentes espacios, con diferentes personajes, pero al mismo tiempo. Sé que es mucho pedir. Es pedirlo casi todo. Pero, por pedir, que no quede.
En esta transición, en la que me toca adaptarme incluso al horario, siento que -como Borges- es mi otra yo la que les escribe, porque la de siempre, la de los proyectos eternos y la que le da con entusiasmo al teclado, se ha quedado tomando un café con algún amigo, riendo a carcajadas con sus compis de cole, escuchando viejas historias de su madre, planificando cada minuto para tratar de ver a todas sus querencias (y quedándose, sin embargo, sin ver a algunas muy queridas, a las cuales les digo que lo siento muchísimo) y disfrutando plenamente con irresponsabilidad y alevosía, allá, en alguna calle de Santa Cruz, vagando como un fantasma que no acaba de encontrarse.
Esta yo que les escribe es todavía una caja vacía que lleva un reloj con la hora boliviana, reviviendo los días y las horas, hasta que se gasten y se junten ambas yocelines, para volver a ser yo misma, la que piensa que los días hay que vivirlos de uno en uno y que los recuerdos deben quedarse guardados para tomarlos en las manos cuando las sombras acechan. Sólo eso.
Mientras tanto, dejo que ella se pasee y yo, les escribo. Aunque todavía no sé cuál de las dos es la que lo hace...(Gracias Borges por darme los argumentos para expresar lo que siento)
Nos vemos en otra vida...
Comentarios
Debe ser por eso que aún hoy se me da por pensar que en el trópico estoy de vacaciones...