Le dije a Ilda que a la mañana siguiente iríamos a dar una vuelta a la "isla", (ella llamaba así al centro de enfermeras del área de críticos) y cantamos juntas "Vamos de paseo, sí, sí, sí. Con un coche feo, sí, sí, sí..." No sé por qué tenía la certeza de que a la mañana siguiente, viernes, la encontraría nuevamente sentadita en el sillón, esperándome. Sería la última canción que cantaríamos juntas y la última vez que hablaríamos. Ahora me parece increíble que no hubiéramos elegido un tango (Percal, el que ella amaba), que sería lo suyo ya que era argentina, y más bien hubiera brotado un estribillo de coche infantil de cinco pesetas.
Nuestra amistad había pasado por muchísimas estaciones, que casi no consigo definir, pero en la penúltima, empezamos a evaluar y a recordar nuestras anécdotas de vida. Hasta que fue perdiendo la voz y un domingo, hace dos domingos, la fiebre me amenazó con llevársela y sentí que todavía teníamos cosas pendientes (también ella) y volvió a la vida, durante nueve maravillosos días ("mejoría de la muerte" que le dicen, en la cual se obra un inmenso milagro), que me sirvieron para manifestarle mi alegría de poder conversar con ella nuevamente, de escucharla comenzar su disertación con un "vamos a ver" y de hacerla reír a carcajadas con la mejor vis cómica que he tenido en toda mi vida. Hasta bailamos, aquel dia en el que con mucho esfuerzo la ayudé a levantarse del sillón. Ya abrazadas como estábamos, sólo restaba marcarse un paso doble. A ella le daba risa darse cuenta cómo esta vez (su tercera hospitalización) yo había alcanzado un nivel de ayudante de enfermera sin habérmelo propuesto. La acomodaba a la perfección y, quitándole el freno a la cama, la movía de aquí para allá, hasta dejarla en una posición de abeja reina, con todos los controles en la mano (timbre de enfermera, control de la tele y de la cama).
Un día, viendo el cuadrante que habíamos organizado, de manera que estuviera acompañada al menos 23 horas, me dijo: "qué buenos sois". Yo le aclaré que ella era la culpable, que nos había hechizado a todos (éramos una pequeña multitud que se trasladaba con ella de habitación en habitación), que era una brujilda y que la palabra provenía de bruja +ilda=brujilda y nunca mejor dicho. Lo cierto es que hizo una cosecha de amigos al mejor estilo Rioja, después de haber sembrado durante decenios.
Vivimos días fantásticos que sólo sirvieron para confundirme y creerme que lo que decía la doctora, que de seguir así le daría el alta el 31 de enero, era cierto. 31 de enero. Ni siquiera hemos llegado a esa fecha. Y ese último jueves hicimos planes de futuro, que incluían traer a su prima Coca a España y llevarla a Barcelona y a todos los lugares que a ella le gustaban. Me pidió su costura y terminó de coserle el dobladillo a su nieta Solange, mientras yo le iba poniendo en el camisón las agujas ensartadas y le administraba la tijera. También me preguntó mi opinión sobre un vestidito que le haría a su nieta Sabrina. Yo le dije, más o menos, lo que le gustaría a una nena de su edad y ella estuvo de acuerdo. Me levanté y le di un beso y cantamos juntas la canción payasa y me fui.
El viernes, no era ni la sombra del día anterior. A partir de ese momento, fue cayendo en picado hasta perder la conciencia del mundo exterior (merced a los sedantes), ayer, martes. Cinco largos días en los que no estuve de acuerdo con el diagnóstico de las enfermeras. No tenia miedo a morir, tenía un infinito amor por la vida y, además, quería hacernos más fácil su ausencia, yéndose de a poquito, para que no sufriéramos, nosotros, su pequeña y adorada troupe. Nosotros que la queríamos y admirábamos.
Anoche, Julia, Solange, Alberto y yo, la acompañamos entre risas.Al pie de su cama, mientras escuchábamos su esforzada respiración, recordamos sus frases, las experiencias compartidas. Entonces, les dije lo que pensaba, que había dejado una estela, un patrón de comportamiento, una ética, miles de enseñanzas, que su paso había marcado con una huella profunda en nuestros corazones, que no se iba a ir nunca. Solidaridad, empatía, honestidad, consecuencia, brillantez, elocuencia, creatividad, eran algunas de sus cualidades. Se me quedan otras muchas, porque abarcarla es casi imposible. Que lo mejor que me había pasado había sido conocerla pues había influenciado en mi de todas las maneras y había devuelto al mundo a otra persona. Mejor, por supuesto. A pesar de ver que su vida se nos escurría por todas las aristas de la habitación, fuimos felices de estar a su lado. Se lo había prometido y soy de las que cumple las promesas a rajatabla.
Cuando llegué esta mañana al hospital, ella había muerto hacía pocos minutos. La lloramos discretamente. Una dama acababa de partir. Mientras, sentadas en el suelo, esperábamos cursar los trámites necesarios para que todo acabara. Y así se marchó mi amiga, mi amada amiga, en una vulgar camilla, tapada con un trapo verde, rumbo al que será su destino en los próximos días: las aulas universitarias.
Volví a mi casa a escribir a mis amigos. Intenté montarme en el tren de la rutina diaria como si no hubiera pasado nada importante.
Pero mi tren descarriló... y me puse a cantar la canción oportuna: "Quise esconder mi alma, quise esconder mi alma. Quise esconder mi alma pero se me ve. Ahora ya no hay misterio, ahora ya no hay misterio. Ahora ya el misterio se me fue..." (Son oscuro)
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