Nos miró, a Carmelo y a mí, y con la socarronería que lo caracterizaba, nos preguntó: Confiesen, ¿cuántos años tienen? Era imposible mentir, habíamos compartido unos años tan maravillosos que era fácil hacer el cálculo, por lo que dijimos hasta nuestra fecha de cumpleaños. Teniamos, salvo pocos meses de diferencia, casi la misma edad. La tarde transcurrió contando nuestras cuitas, yo llevaba una mochila de dolor pesada en las espaldas y la verdad es que les arruiné un poco la tarde. Pero lo pasamos bien, como siempre. Luego salimos a la calle y nos despedimos con la certeza de que en mi próximo viaje volveríamos a juntarnos los tres.
Nos habíamos conocido en la universidad, cuando éramos un trío de jóvenes aspirantes a ingenieros agrónomos. Nos caímos bien de entrada, especialmente porque Nelson y Carmelo solían conjurar con sus bromas perennes la nube oscura que siempre me ha rodeado. Fueron fieles escuderos cuando en mis tiempos de militante activa con el movimiento estudiantil me metía en diversos líos con la policía, las autoridades universitarias, en huelgas, manifestaciones o en la toma de la universidad. Ellos nunca se comprometieron pero yo tenía la certeza de que estaban allí, que eran mis puntales. Además de que en las sucesivas elecciones, siempre votaban por mí. Eran leales hasta la extenuación. Incluso, cuando murió mi padre estuvieron conmigo cada minuto del duelo y me ayudaron a superar las materias, con amor y comprensión.
Los tres éramos buenos alumnos. Nos gustaba estudiar. Pero en una ocasión, nuestro entrañable Nelson suspendió matemáticas y eso fue demasiado para su orgullo. Se apuntó con aquella profesora que se jactaba de no haber dado un 100 a ningún alumno en toda su vida de docente. Enarbolaba aquello de que el 80 era para el mejor alumno, el 90 para el profesor y el 100 para dios. No sabía que "dios" se había inscrito en su horario y como tal, hizo el curso de matemáticas más perfecto que jamás nadie había hecho. Si hay un "dios" para el fútbol, también para las matemáticas. Y ese fue Nelson.
Cuando me marché a Cuba a empezar otra carrera, perdí el contacto con mis amigos y ya estudiando en otras universidades me di cuenta que el fenómeno ese de tener dos amigos varones dispuestos a todo por ti, nunca más se repetiría. Fueron excepcionales e inolvidables.
Hace unos años, ubiqué a Carmelo por feisbuk y luego nos conectamos con Nelson porque ellos sí que habían mantenido la unión, salvo un par de años de despiste. Y Nelson creó el grupo de guasap "Amigos para siempre" con la foto de cada uno. Y así empezamos a escribirnos.
Después de mi trabajo en la selva, y cuando tocaba volver a España, por fin nos encontramos, después de lustros. Fue como si nunca nos hubiéramos separado, porque las amistades de la juventud -liberadas del lastre de la fama y la fortuna- son las únicas auténticas. Yo miraba a mis dos amigos: parecía que la vida no los hubiera golpeado -aunque era consciente de que nadie se salva de estos golpes que son como la ira de dios-, contaban chistes, recordaban las cosas con humor, reían, me hacían reír. Parecía que nos habíamos comprado la eternidad.
Volví a verlos tres años después y prometimos que siempre que yo fuera, Nelson vendría desde Yacuiba y nos encontraríamos y repetiríamos esos afables momentos en los que parece que te cierras en una burbuja para disfrutar de tus querencias, antes de volver al mundo real.
Tres veces intenté subir a un avión para viajar a Bolivia, en 2020, y las tres veces el Covid se las ingenió para impedírmelo. Era frustrante y sentía que todo conspiraba contra mí.
De tanto mirarme el ombligo, no respondí al mensaje de Nelson, el 21 de diciembre, en el que nos decía "buen día". Ni Carmelo ni yo respondimos. Ya estaba mal. Ya el Covid le había dado el zarpazo. Carmelo y yo ya lo habíamos pasado y pensamos que Nelson lo sortearía. Pero no. Este bicho extraño y traidor le dio con fuerza y el 30 de diciembre ya necesitaba intubación.
Soy muy escéptica y negativa. Siempre espero lo peor y es por ello que no felicité a nadie por el año 2021, ni tampoco consideré que el 2020 fuera el peor de la historia. Pienso que ahora veremos las verdaderas consecuencias y por ello no me hago grandes espectativas.
El lunes 10 de enero, Carmelo me dio la noticia de que Nelson estaba mal. Poco más tarde, otro compañero agrónomo me dijo que sus riñones habían dejado de funcionar el viernes, dos días antes, y que le habían hecho diálisis. Me temí lo peor y estuve todo el día de mal humor, maldiciendo la nevada que nos había caído convirtiéndonos en simples mortales.
Nelson murió ese día y yo sentí que una parte de mi vida se clausuraba, esa parte de estudiante universitaria en la que con dudosas fuerzas fui feliz. Gracias a él y a Carmelo.
No estoy preparada para que se marche la gente de mi edad. Tal vez es esa constatación de que mientras avanzas te vas quedando huérfana de las personas que amaste y que la soledad es tu destino.
Nelson, Nelson... ni tu voz, ni tu risa, ni tu forma de ser se olvidarán. Te guardo en la mejor zona de la memoria, amigo del alma.
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