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Manchitas, mi constante

 

Te escribo esto, mi chiquita, cuando todavía se siente tu presencia. Esos primeros días en los que piensas, pensar que hace unas horas, que ayer, que el lunes pasado... El lunes pasado, como todos los días, me levanté a las seis menos cuarto, me duché, me preparé el desayuno y me fui a desayunar contigo en el sofá. En la bandeja llevaba tres platitos, uno para ti para que desayunaras tranquila y los otros para los moscones, para que los otros chicos no te molestaran. Esta mañana, fue otra de las cosas que ya no hice, porque volví a tomar el café en la mesa, después de mucho tiempo.

Y es que la esquina del sofá está sola, hay un vacío inconmensurable sin ti. Fue el sitio que elegiste para vivir tus últimos días, yo que pensé, deseé que fueras eterna pero, mortal al fin, decidiste marcharte, no sin dejarme un hueco enorme.

Todos me dicen que estuviste mucho tiempo conmigo, 21 largos años. Y es verdad, has sido la gata más longeva que ha conocido nuestro veterinario. Por eso mismo, estuviste conmigo, a mi verita, tanto tiempo que tengo que volver a empezar, volver a caminar, volver a vivir sin ti.

Y es que en esta ecuación de mi vida, has sido una de mis constantes. En esta vida en la que sobre todo los hijos son las variables, que siempre se van, estuviste tú, testigo de tantas cosas.

Viniste para cubrir un poco el espacio dejado por otra gata linda como su nombre. Irma, su amiga, había quedado muy triste cuando ésta se defenestrara y nosotros le concedimos la posibilidad de adoptar otra gata. Ella te eligió a ti y Ángeles a Fígaro. Este último sería tu tormento y haría que vivieras siempre escondida. También porque no tenías la impronta del contacto humano, eras muy arisca. Pero yo fui atrayéndote hacia mí con un simple cepillado de pelo. 

Nos hicimos amigas y en todos estos años llegamos a un punto en el que no podíamos vivir la una sin la otra. Y así te convertiste en testigo de mis años en Madrid. Viste crecer a las niñas, pasar de preescolar al cole y del cole al instituto, y del instituto a la universidad. Estuviste cuando murió Albita y cuando tuvimos que llorar otras pérdidas peludas: Arturo, Ariel, el Nene, Negrito, Fígaro y Simón. Y tú siempre allí. También sufriste la ausencia de las chicas cuando empezaron a dejar el nido, o cuando yo me marché a trabajar a la selva cinco meses. No es difícil imaginar lo duro que fue para ti. También cuando hacía mis extensos viajes a la patria grande. Tenías que acostumbrarte a no verme y luego alegrarte con mis retornos.

Cuando cumpliste 21 años, deseé profundamente que vivieras al menos dos más. Sé que es muy difícil y que de haberlo hecho podrías haber figurado en el Guinnes. Yo te veía bien, pero de un día para otro, empezaste a decaer. En agosto te llevamos a nuestro vete, Juan Carlos, y él sentenció: no va a pasar de esta noche. Pero con la medicación que te dio, volviste a comer y aguantaste más de dos meses. Esperaste a que diera mis exámenes. Yo te tenía medio abandonada y deseaba terminar con ello para dedicarme sólo a ti. Y eso es lo que hice, pude dedicarme plenamente a atenderte.

Te ibas desmoronando cada día, hasta que el viernes decidiste que ya no querías comer. Ya me di cuenta en el desayuno y vine a trabajar pensando en que era el fin. Esa noche, dormí contigo en el sofá, no pegamos ojo ninguna de las dos. Entonces recordé aquella lejana noche en que me quedé a dormir en el hospital con Lola. Estaba igual de inquieta y murió delante de mí a las 7:30 de la mañana. Reconozco las agonías y obviamente estaba delante de una. Como se te dificultaba la respiración, tomé la más difícil de las decisiones pero que también es resultado del infinito amor que sientes por alguien, restarle el sufrimiento que es a todas luces inevitable. Decidí hacerte dormir ese mismo día porque no pasarías del fin de semana y te esperaban horas de horror. Ya nos había pasado con tres gatos, a uno lo llevamos piel y hueso y los otros dos murieron en casa, uno de ellos después de una larguísima agonía. 

No quería que se repitiera. Y así, te metimos al transportín y te llevamos. Esos 200 metros que te separaban del descanso eterno. Y te dormiste en mis brazos.

Mi querida, mi chiquita, mi amor, mi constante... Me queda el resto de mis días para pensarte, para amarte, para recordarte.

Comentarios

adbejo ha dicho que…
Qué bonitas palabras, nadie sabe lo que duele perder a un fiel amigo hasta que has tenido uno y que ha pasado contigo una vida entera. Un besote y abrazo fuertes

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