Es en las situaciones extremas en las que los políticos de cualquier ralea demuestran si sirven para dirigir a un pueblo. Esos momentos estelares en los que te coronas como un idiota o como un director de orquesta. A Sergio Antelo el destino, ese a veces perro rabioso, le mandó la mayor inundación, (turbión, como le llamamos en Santa Cruz) nunca vista, antes, ni después, justo cuando era alcalde de Santa Cruz. Una balsa formada naturalmente en la cabecera del río Pirái, estalló para provocar un auténtico caos en la gran ciudad, distribuyendo su marea líquida democráticamente, no sólo en el caserío humilde sito próximo a la ribera sino también en la zona noble donde se erguían primorosas y bellas casas. Demostrando su talento como urbanista, creó un nuevo barrio al que la casualidad le puso el nombre que todavía lleva, Plan 3000, (que debería trocar para portar el que haría justicia a su creador), donde fueron a comenzar una nueva vida los desplazados por la riada, convirtiéndose en una de las pocas experiencias exitosas después de un desastre natural, en todo el mundo. Poco se ha hablado del tema y creo que la historia debería recuperarlo, no por nada, sino para aprender de la misma.
Lo conocí un lustro después, recién llegada de Cuba, cuando él estaba candidateando para volver a encabezar el ayuntamiento, otra vez. Con Bruna, su jovencísima hija, estuvimos codo a codo, en toda la campaña recorriendo los arenales en los que se asentaban los barrios de entonces, cuajados de niñez que como enjambres de abejas venían hacia nosotros a recibir nuestras propuestas electorales. No ganamos y Santa Cruz perdió la oportunidad de tener al único alcalde que la hubiera amado y la hubiera tratado como se trata al ser amado: con respeto y con ansias de belleza. Nuestra ciudad sería tan diferente a lo que es hoy, una dama maltratada y destrozada, sin posibilidades de redención.
Entonces comenzamos a ser amigos. Me llamaba muchísimo la atención, ya entonces, esa su propensión al verso libre, ese pensar sin ataduras ni normas, sin importarle el qué diríamos los que le oíamos. Yo venía de la ortodoxia marxista y, reconozco, escucharle hablar me resultaba como si alguien hubiera abierto una ventana y el aire fresco se colara por todos los rincones. Durante esa época, él e Isabel tuvieron, cada uno respectivamente, un par de detalles que implicaban una gran confianza hacia mí, confianza que esperé siempre retribuir porque se me había quedado impregnada en mi simbolismo particular. Yo sabía que ambos se habían instalado en el espacio de la memoria reservado sólo a las cosas buenas.
Nuestros encuentros fueron esporádicos, marcados por mis viajes a Bolivia, hasta que hace dos años, vinieron a España con la idea de hacer varios recorridos internos, especialmente, conocer el pueblo de Santa Cruz de la Sierra, el de acá, el de la península, pero la salud, que a veces es como un amante celoso, no quiso darle esa tregua a Sergio y tuvieron que hospitalizarlo. Yo acababa de llegar de un viaje de cinco meses y las circunstancias y los vientos fueron favorables para poder dedicarme de lleno a visitarlo y, obviamente, charlar, charlar y charlar, de todo y de nada, de lo humano y de lo divino. Sólo para concluir que pensábamos en la misma frecuencia, usábamos la misma combinación de colores y que cada segundo que pasaba con él, aprendía y disfrutaba de su sabiduría.
El día de mi cumpleaños, decidí pasarlo en el hospital con él. Fuí a la pastelería Mallorca y compré un pequeño pastelito y una vela y me fui muy contenta esperando que me cantara el cumpleañosfeliz, pero, claro, cuando iba a encender la velita, él me señaló a la pared, donde ponía oxígeno. Estuvimos riendo un rato de pensar que podíamos haber volado por los aires justo el día en que festejaba mi nacimiento.
Cuando se marchaban, ya en el aeropuerto, algo me decía que nunca más lo volvería a ver y él puso en palabras esa posibilidad pero, como solía ser siempre él, lo tomó a broma. Porque es un rasgo de inteligencia reírte de ti mismo y si algo caracterizaba a mi era la inteligencia. La última imagen que guardo de él es haciéndome la señal de la cruz, bendiciéndome como si fuera un papa, sonriendo con esa sonrisa limpia, sentadito en su silla de ruedas.
Hemos mantenido contacto desde entonces por nuestra red social siempre consciente de que cada vez podía ser la última. Hasta que ocurrió lo no por esperado menos doloroso y el sábado su corazón le dijo, basta, hasta aquí te he acompañado pero toca descansar.
Se nos ha marchado el intelectual cruceño más independiente, lúcido y brillante, pero también el más infravalorado. Y es que los bolivianos, como los colombianos, venezolanos, españoles y ciudadanos del mundo, tendemos a dispararnos, como si nos gustara, siempre el pie, y dejamos pasar de largo estas mentes y estos corazones brillantes como si se fueran a repetir. Pero algo me da que estas personas tienen la habilidad de invocar siempre toda la sinonimia de único...
Mi querido Sergio, que la tierra te sea leve. Ya nos veremos en la otra vida y nos reiremos a gusto, como lo solíamos hacer...
Lo conocí un lustro después, recién llegada de Cuba, cuando él estaba candidateando para volver a encabezar el ayuntamiento, otra vez. Con Bruna, su jovencísima hija, estuvimos codo a codo, en toda la campaña recorriendo los arenales en los que se asentaban los barrios de entonces, cuajados de niñez que como enjambres de abejas venían hacia nosotros a recibir nuestras propuestas electorales. No ganamos y Santa Cruz perdió la oportunidad de tener al único alcalde que la hubiera amado y la hubiera tratado como se trata al ser amado: con respeto y con ansias de belleza. Nuestra ciudad sería tan diferente a lo que es hoy, una dama maltratada y destrozada, sin posibilidades de redención.
Entonces comenzamos a ser amigos. Me llamaba muchísimo la atención, ya entonces, esa su propensión al verso libre, ese pensar sin ataduras ni normas, sin importarle el qué diríamos los que le oíamos. Yo venía de la ortodoxia marxista y, reconozco, escucharle hablar me resultaba como si alguien hubiera abierto una ventana y el aire fresco se colara por todos los rincones. Durante esa época, él e Isabel tuvieron, cada uno respectivamente, un par de detalles que implicaban una gran confianza hacia mí, confianza que esperé siempre retribuir porque se me había quedado impregnada en mi simbolismo particular. Yo sabía que ambos se habían instalado en el espacio de la memoria reservado sólo a las cosas buenas.
Nuestros encuentros fueron esporádicos, marcados por mis viajes a Bolivia, hasta que hace dos años, vinieron a España con la idea de hacer varios recorridos internos, especialmente, conocer el pueblo de Santa Cruz de la Sierra, el de acá, el de la península, pero la salud, que a veces es como un amante celoso, no quiso darle esa tregua a Sergio y tuvieron que hospitalizarlo. Yo acababa de llegar de un viaje de cinco meses y las circunstancias y los vientos fueron favorables para poder dedicarme de lleno a visitarlo y, obviamente, charlar, charlar y charlar, de todo y de nada, de lo humano y de lo divino. Sólo para concluir que pensábamos en la misma frecuencia, usábamos la misma combinación de colores y que cada segundo que pasaba con él, aprendía y disfrutaba de su sabiduría.
El día de mi cumpleaños, decidí pasarlo en el hospital con él. Fuí a la pastelería Mallorca y compré un pequeño pastelito y una vela y me fui muy contenta esperando que me cantara el cumpleañosfeliz, pero, claro, cuando iba a encender la velita, él me señaló a la pared, donde ponía oxígeno. Estuvimos riendo un rato de pensar que podíamos haber volado por los aires justo el día en que festejaba mi nacimiento.
Cuando se marchaban, ya en el aeropuerto, algo me decía que nunca más lo volvería a ver y él puso en palabras esa posibilidad pero, como solía ser siempre él, lo tomó a broma. Porque es un rasgo de inteligencia reírte de ti mismo y si algo caracterizaba a mi era la inteligencia. La última imagen que guardo de él es haciéndome la señal de la cruz, bendiciéndome como si fuera un papa, sonriendo con esa sonrisa limpia, sentadito en su silla de ruedas.
Hemos mantenido contacto desde entonces por nuestra red social siempre consciente de que cada vez podía ser la última. Hasta que ocurrió lo no por esperado menos doloroso y el sábado su corazón le dijo, basta, hasta aquí te he acompañado pero toca descansar.
Se nos ha marchado el intelectual cruceño más independiente, lúcido y brillante, pero también el más infravalorado. Y es que los bolivianos, como los colombianos, venezolanos, españoles y ciudadanos del mundo, tendemos a dispararnos, como si nos gustara, siempre el pie, y dejamos pasar de largo estas mentes y estos corazones brillantes como si se fueran a repetir. Pero algo me da que estas personas tienen la habilidad de invocar siempre toda la sinonimia de único...
Mi querido Sergio, que la tierra te sea leve. Ya nos veremos en la otra vida y nos reiremos a gusto, como lo solíamos hacer...
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