Aquel jueves, frente al ataúd de mi padre, deseé profundamente que fuera la próxima semana, que aquel dolor tan intenso pasara. Pasó una semana, un mes, un año, varios lustros y el tiempo fue haciendo esa ausencia más amable. Pero, mira tú, cuando te marchaste, no pedà que avanzaran los dÃas y, sin embargo, hoy se cumple un año de tu partida. Estaba en la cafeterÃa cuando me llamaron para decirme que te habÃan encontrado muerto bajo la mesa. HacÃa años que la enfermedad te iba minando pero, no por ello, dejó de ser una gran sorpresa para mÃ. Fuiste uno de los gatos más amados de la historia. Además de un gato elegido y peleado. Eras hijo de mi gata Rayuela, que habÃa sido abandonada en la colonia. Mansa como ella misma, me habÃa elegido como sujeto de su amor y yo le fallé, la di en adopción porque pensaba que ya tenÃa demasiados gatos en casa (cuatro). De esta decisión me arrepentiré hasta el final de mis dÃas. Y contigo hice lo mismo. HabÃa acompañado el embarazo de Rayuela y cuand
H ace mucho tiempo he llegado a la conclusión de que nada se repite en mi vida, que varias de las cosas que me ocurren y han ocurrido fueron, son y serán únicas, excepcionales, solitarias. Las veces que he pensado esto es el comienzo, se mantendrá en el tiempo, y seré o tendré tal o cual cosa, me he estrellado con la realidad de que la puerta se abrió una sola vez y que no volverá a pasar. En ese inventario de cosas insólitas están las cartas de Julius. Y si algún dÃa imaginé -porque imaginar es gratis- que recibirÃa más cartas de este tipo, de diferentes personas, a lo largo de mi vida, quedó en eso, en una ensoñación sin sentido, porque ahà permanecen estas hojas de papel como testigos de que si nadie se baña dos veces en el mismo rÃo, la vida tiene parcelas en las que algunas maravillas suceden una sola vez. Julius y yo nos habÃamos conocido en un evento internacional en La Habana, él como representante de su paÃs, Uruguay, y yo, del mÃo. Aunque esa represen