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Mostrando entradas de agosto, 2010

Nos vemos en otra vida

Cuando el autobús me alejaba del "Torísimo", sentí que perdía el último retazo del cordón umbilical que me había mantenido unida a la ciudad que acababa de dejar, mi ciudad, Santa Cruz. Aquel avión de Aerosur que me había traído de vuelta a Madrid, se distinguía del resto de naves estacionadas en Barajas porque llevaba un torito que, con rostro ceñudo, parecía decirme que no me alejara, que me quedara con él. Era, a pesar de su gravedad, el único avión divertido en toda la pista de aterrizaje. Y allí, en esa simple comparación de aviones, comencé a enumerar las diferencias entre mis dos vidas. Madrid me estaba entrando en vena: todo más ordenado, más limpio y hasta más bonito. Incluso, el aire estaba más limpio: sus millones de coches todavía no contaminan tanto como los cincuenta mil focos de calor que oscurecieron el sol en Bolivia. Como quien salta de una piedra a otra para atravesar un río, cambié de vida. Madrid es ya una ciudad conquistada a la que pertenezco por dere